DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
Siguiendo en la
línea de reivindicar valores, voy a referirme hoy, ya que estamos en el mes de
las Primeras Comuniones, a la educación religiosa, valor controvertido que
transmitimos a los hijos, expresando y justificando, en una línea o en otra,
nuestras decisiones con respecto al tema.
Yo creo que de forma inconsciente,
digamos, todos somos manipuladores en la educación de nuestros hijos. Son
muchas les veces que he oído palabras como éstas: mi hijo no hace la Primera
Comunión, porque no quiero que lo manipulen, pero, ¿acaso esta opción no es
sinónima de manejar, igualmente, los valores y sentimientos de los hijos?
Efectivamente, tanto en un caso como en otro pensamos, decidimos e imponemos
nuestros convencimientos como los más sinceros y convenientes de cara a la
formación de nuestros hijos.
Por supuesto, no dudo, que lo hacemos como lo
mejor para ellos. No obstante, en determinadas cuestiones, ¿no sería preferible
esperar a que por si mismos decidieran qué quieren? Se precisa un revulsivo que
pasara, en primer lugar, por borrar de nuestro calendario festivo, la
parafernalia en torno a las Primeras Comuniones. Años, meses de anticipación
soñando con este día, y no precisamente por el gran significado que para un
católico debe tener, sino en todo lo material: lugar de celebración, invitados,
ropas, regalos, etcétera.
¿Somos de verdad o somos «pajaritas de papel»? Cada
vez pienso más y entiendo menos, Con todo frivolizamos, transformándolo, por
muy sagrado que sea, en diversión, gasto, lujo... Y puestos a seguir con la
tradición, más que con la fe, muy importante las catequesis, clave en la
preparación. Menos tiempo y menos hablar a los niños del infierno y del pecado,
y más del amor al prójimo, de solidaridad, etcétera.
No tiremos la casa por la
ventana; seamos, sí, ejemplo de valores humanos y divinos.
* Maestra y
escritora
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