Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

26 may 2013

¡Ha vuelto mi Ángel y me ha hablado!


Ángel de mi Guarda, dulce compañía...


Hoy, tras muchos, muchos años de silencio, mi Ángel me ha hablado. Sí, el de la Guarda. Aquel de… Dulce compañía no me dejes sola que me perdería. Aquel, con el que yo hablaba y le decía cosas como estas: Anda, ve delante al autobús y cógeme sitio. O Aquello de los primeros amores: Dile al oído a fulanito o menganito que lo quiero, que me quiera…

Sucedió que lo perdí un día en un Curso de Teología en el que un afamado doctor de la iglesia, nos dijo que de ángeles, ¡nada de nada! Y lloré, ¡bueno sí lloré! No, no era justo que de la noche a la mañana me quedara huérfana de recadero, compañía, huérfana de mi angelito de toda la vida. Y me sentí más sola que la una de noche y de día! ¿A dónde se supone que iba yo así? Expuesta a perderme, a quedarme de pie en el autobús y en cuestión de amores, más que chungo, porque, con el sambenito de quién me va a querer a cuestas, ¿cómo se enteraba el fulanito o el menganito de mis querencias?

Y, resulta que hoy, estando yo sentadita en santa contemplación, escuché una voz sibilina: Isabelita, Pabela… ¡Uy, uy! ¡Si eso eran nombres de mi tierna infancia!
¿Quién me llama? –pregunté con un yuyu de cuidado.
 Soy tu Ángel.
¿Mi ángel? ¡Pero si parece que te escucho en mi oreja izquierda! ¿No era tu sitio la oreja derecha? A ver si vas a ser el diablo…
¡Que no, mujer, que ya no hay tales diferencias que las orejas son libres para oír al que chille más fuerte, al que primero llegue…
¿Y el Jefe está de acuerdo? Me suena a que esto no le vaya muy bien…
¿Y qué remedio le queda? Son demasiadas presiones las que se le han echado encima… Ahora soy un ángel asesor.
¿Y qué quieres de mí? No me gusta mucho lo de los asesores. Cuando necesito ayuda la pido pero siempre a gente muy de fiar… Además pagar asesores con la crisis… Bueno, dime, ¿qué quieres de mí o de qué me quieres asesorar?
Quiero, en primer lugar que te enganches a la pancarta y…
¡Ah, no! ¡Ni hablar! Yo no soy gritona de calles y comparsas. ¿No sabes aquello que dice es más importante lo que se calla que lo que se vocea? Lo mío es trabajar, callar, escribir…
¿Y así pretendes llegar lejos? Te has quedado atrasada, chiquita. Tienes que engancharte a la pancarta que sea, porque de lo contrario… ¿Cómo quieres hombros que te aúpen?
Mira, ángel asesor, si has vuelto para eso, mejor otro día seguimos hablando. Los hombros, esos que dices, tienen un caché muy alto y las facturas vuelan. No, yo no las quiero ni puedo pagar. Me siento bien, aquí, en mi blog, con cuatro amigos, casi todos desconocidos; no me piden nada, ni yo a ellos.
Pero, ¿y la fama? ¿Y la influencia, el poder…?
Para mí que a ti te han arrojado también del paraíso… Que te vaya bien, angelito asesor. Ya es tarde; me voy a la cama.
¡Espera, espera, mujer!

18 may 2013

Carta de una lesbiana

(Quiero advertir al lector que la carta que le ofrezco a continuación la recibí hace tiempo en mi correo postal. Es totalmente auténtica. Solo me he permitido quitar o poner alguna coma  por razones literarias)

Para ti, María, estas pequeñitas flores que encontré un día en mi camino. Aunque rodeadas de noche y terreno, aparentemente, seco, me parecieron bellísimas.

Querida Isabel: Un día, por casualidad, leí un artículo tuyo que titulabas “Calor humano”, y me enganchaste hasta el punto de que todas las semanas espero con impaciencia tus palabras en el periódico. En aquel artículo decías que el verdadero calor humano, a veces, no se transmite sólo con palabras, sino con la proximidad, el contacto, el “contagio”, cuerpo a cuerpo: una caricia, un apretón de manos, un abrazo... ¿Lo recuerdas...?
Es la primera vez que confío a alguien mi secreto: soy lesbiana, pero, si la gente que me conoce se enterara, dejaría de quererme y me mirarían como a un bicho raro. Vivo siempre asustada sin comprender por qué me pasa esto. A veces creo que lo mejor sería quitarme la vida, porque mi deseo es amar mucho y vivir como todo el mundo. Tengo treinta años y no quiero ni tener amigas, por si se dan cuenta y se alejan. Ya sé que las cosas están cambiando pero no tanto. Trabajo, pero también con miedo. Si mi jefe se enterara… Dice que a las tortilleras y maricones tendrían que encerrarlos. ¿Te imaginas el miedo que siento por si me despide? Por las noches, lloro sin entender qué me ha pasado para ser de esta manera, ni sé qué podría hacer para quitarme este problema. A veces sueño que vuelo muy alto y me siento feliz pero siempre llega un pájaro muy grande que me tira al suelo de un picotazo. ¡Si pudiera volver a nacer!
Mi madre, que murió hace un año, era la única, creo yo, que sabía lo que me estaba pasando, porque un día me dijo: Mientras no le hagas daño a nadie, vive feliz y como tú elijas. Mi madre era una santa. No pasa un día que no llore por su pérdida. Tengo padre y tres hermanos pero ellos son otra cosa.
No sabes cómo deseo un abrazo, un beso, un apretón de manos, cómo necesito ese calor humano que tú sí transmites con palabras que son sinceras y sentidas.. Siempre estoy triste y asustada. Algunas veces, he pensado en acudir a psicólogos, pero me da mucha vergüenza. No sé palabras para explicar lo que me sucede ni lo que siento. Te escribo a ti porque veo en tus artículos que eres una persona que puedes entenderme, aunque no conozcas nunca mi verdadero nombre ni mi cara.
Me gustan todos tus artículos. Yo también “Creo en Dios” de la manera que tú dices y crees. Me gustó tanto todo lo que decías en aquel artículo que todos los días me lo leo. Contéstame. Yo pienso que, a lo mejor, hay otras mujeres como yo que quieran saber qué se puede hacer. Agradecida. María. (No es mi nombre, ni mi domicilio pero, si me escribes, la recibiré)
Posdata: si te compromete el escribirme, déjalo. Yo lo entenderé.

¡Y claro que le contesté! Por no alargarme aquí, lo dejo para otro día.

10 may 2013

Primera Comunión: Carta a mi nieto Ramón


Recuerdas, precioso, cuando te mirabas en los charcos y exclamabas: ¡Abuela,
en el agua estoy coloreado de negro!
Mañana, los espejos del mundo, que son los ojos de los que te queremos,
te veremos coloreado, por fuera y por dentro, de un blanco tan radiante
que nos deslumbrará por su belleza feliz e inocente.
¡Ojala jamás te veas, ni en los charcos, coloreado  de negro!

¡Vaya día el de mañana domingo, mi querido Ramoncillo! ¡Nada más y nada menos que tu Primera Comunión! ¿Sabes bien qué significa recibir por Primera vez la Comunión? Seguro que no, porque, a pesar de tus sobresalientes notas, a pesar de tus constantes rebeldías, preguntas e inquietudes, muchas, muchas más de las que a tu edad corresponden, la fe, a la que tú hoy te adhieres, impulsado por padres, familia y costumbres católicas, es algo complejo, incluso para los mayores, así que, como otras veces, y no siempre con acierto, esta tu abuela, te quiere decir con pocas palabras, lo que entiende por recibir por primera vez la Comunión.

Verás, precioso, es algo así como asistir a una fiesta, invitado por alguien importante que desea te sientes con él a la mesa para celebrar su cumple, por ejemplo. Y claro, te preparas, te arreglas bien y te sientes contento porque, sobre todo, consideras un honor el que se haya acordado de ti.

¿A que esto lo entiendes? Bueno, pues, Jesús, del que tanto te han hablado, también invitó a sus amigos, sus discípulos, a celebrar con Él la última cena que iban a pasar juntos. Y compartieron mesa, pan y un traguillo de vino. Y les dijo más o menos: Siempre que os juntéis comed este pan y bebed este vino en memoria mía porque yo estaré con vosotros.

¡Ea!, pues tú, mañana, estás invitado a comer de ese pan y a beber –bueno, mojarte los labios- de ese vino. Así que será como el pacto que cierre tu amistad con Jesús, pero, ¡claro, ya sabes! Los amigos se quieren, se respetan, se son fieles siempre en todo y, bueno, cuando vayas cumpliendo años, si así lo deseas, podrás ir ratificándote en la decisión de ser amigo de Jesús, que hoy, entre todos, hemos decidido.

Sé muy feliz, vida mía y, si eres un buen cristiano, lo serás, porque entenderás que la mayor felicidad reside en el pacto de amor con la humanidad, pacto que hoy celebramos contigo todos lo que te queremos. Recuerda siempre que Jesús dijo: lo primero y principal, amar a Dios y al prójimo.

Y tu abuela, como siempre, llorará pero de alegría y por muchas cosas que ella sola sabe y guarda. Un montón de besos.

Tus hermanos, Gabriel y Gonzalo, los primos y yo
te queremos mucho y te deseamos un gran día de tu Primera Comunión.

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Y hoy, lunes, pongo cara a tu gran día con esta foto que nos hizo el tito Ramón y que llevaré siempre conmigo como recuerdo de un gran día.



De Navidades aquí, ¡cómo habéis crecido!

5 may 2013

Carta a Dios


 

¡Hola, Dios! ¿Andas por ahí?

Hoy por primera vez en mi vida me quiero enfrentar a ti, Dios, con mi verdad, con las energías que me cimbrean los adentros y que acallo con las mejores palabras, respuestas que encuentro para darme razones e incluso para proclamarlas y así ahuyentar dudas y temores.
Pero hoy tú y yo, vamos a tener un mano a mano porque la verdad es que a veces no encuentro ni pies ni cabeza a la existencia humana. ¿Nacer para qué? Dolores, luchas, enfermedades, morir seres queridos, morir nosotros y todo vuelve a empezar con cada nacimiento, con cada día… Y digo yo, ¿para qué?
Sí, ya sé, algunos momentos de felicidad, pero siempre, siempre ondeando sobre nuestras absurdas vidas, la espada de la absurda muerte. ¿Y después, qué? Confieso que siento un miedo horrible al dichoso después. ¿Encontrarme contigo? ¡Eso sí que lo tengo claro! No, tú no tienes rostro, ni cuerpo, ni nada que se le parezca. Tal vez el después sea un sentir algo así como que caemos en un baño de luz, de paz, de un extraño pero inmenso amor. ¿Puede ser eso? No me remitas a la Biblia que me suena a chino. ¿Puede ser un dormirnos para siempre sin pesadillas en una noche eterna? ¿Puede ser que volvamos a nacer bebés que tengamos que ir creciendo, viendo, descubriendo… en otra dimensión, en otro, ¡qué sé yo! ¿Planeta?
Algo me dice que el después, si lo hay, puede que sea lo más parecido a nacer como en otra dimensión en la que tendremos que aprender a ver de otra manera, a movernos de otra manera, a respirar… ¡Qué diferente todo a lo que somos hoy!
A veces me dan ganas de gritar: ¡Eh! ¿Hay alguien por ahí?, porque me siento súper-nada en la inmensidad del universo al que le importa un bledo mi vida o muerte. ¿Hubiera sido mejor no nacer? ¿Por qué estoy yo aquí?
¡Es una maratón de líos el pensar! Hay quién dice que sí, que hay otra vida, que allí nos esperan nuestros seres queridos y maravillas más maravillas. Hay quién dice que no hay nada de nada, que desaparecemos y punto, pero estar tan seguros los unos y los otros es igual de mentira porque, ¿quién puede demostrar algo? Así que yo voy por libre y me digo: Si hay un después, ¡ni parecido a tantas tonterías como por aquí decimos y creemos! Si no lo hay, ¡pues, eso: ni enterarnos!
Y a todo esto, Tú, gran Dios, objeto de tantas contradicciones, callado… ¡Ay, ay, que algo parece hablarme en los adentros! ¿Eres tú, Dios, el que me hablas? ¿Acaso me quieres recordar las veces y veces que me has salido al paso en momentos complicados? Eso es verdad, pero, ¿eras tú o era la casualidad?
Quiero hablar contigo pero creo que hablo sola, rezo sola, vivo sola y moriré sola… ¿Y si es así? ¿Y si nunca me entero del por qué de mi existencia?
¡Pues, que cuanto más pienso menos sé, menos entiendo…! Pero bueno, aunque no existas, aunque no hablemos el mismo lenguaje, aunque mi vida que tanto quiero pueda quedar reducida a un menos que átomo de energía flotando en millones de universos, hoy como ayer y seguro que como mañana, quiero tener fe y eso quiere decir que quiero seguir teniendo tantas y tantas dudas...
¿Me has recibido, Dios? ¿Sí? ¿No? ¿Lo sabré en la madrugada de mañana, cuando siga aquí para ver cómo llega el día? ¿Lo sabré a la tarde de hoy, cuando despida al sol desde mi terraza?
Quiero que existas, Dios, y no por eso voy a ser mejor ni peor, pero después de tantas cosas pensadas, sufridas, esperadas, creídas… sería bonito caer en ese baño de luz, de paz, de amor…, con el que sueño. Y si no es así, ¡pues nada! ¡Tan amigos! Es tarde; me voy a la cama.

2 may 2013

Una carta cada día: Madrecita del alma

(Una carta cada día que pueda, durante, al menos, una semana. Empiezo, y me adelanto al Día de la Madre.)



Aunque amores yo tenga en la vida que me llenen de felicidad,
como el tuyo, jamás, madrecita, como el tuyo no lo ha habido ni habrá...


Ningún día, de tantos inventados por el comercio para impulsar el consumo, considero más justificado y bello que éste del Día de la Madre. No obstante yo reivindicaría toda una vida para celebrar, amar a la madre.
Muchas veces, y desde estás mismas páginas, he dedicado mis mejores palabras, mis más bellos recuerdos para aquella mujer que fue la mía. Hoy, una vez más, la canción de Machín me emociona profundamente: Madrecita del alma querida, en mi pecho yo guardo una flor...
Sí, madrecita del alma. ¡Cuánto te amé! Toda mi infancia, una angustiosa pesadilla con las continuas enfermedades que sufrías: cólicos hepáticos, anemias... Días, mucho tiempo en  cama. Papá, las pocas horas que tenía libres, las pasaba junto a ti, pero las tardes, aquellas tardes largas de primavera, y las frías y negras de invierno, soñolienta por los efectos de fuertes analgésicos, eran horas de trabajo para todos, pero allí estaba yo, siempre al acecho. Desesperada de verte tan enflaquecida, amarillenta, aletargada... Y temblando, que los dientes me chirríaban, esperaba que, entre quejidos y vómitos, abrieras los ojos, me miraras, me dijeras algo...
Cuando sabías que estabas sola, corría, inédita, a lejanía de tu dormitorio en aquella casa grande, y acurrucada a tus pies, sin apartar mis ojos del bulto que imaginaba era tu corazón para comprobar que seguía latiendo, acariciaba tus pequeñitas y delicadas manos.
Un día, nunca lejano, en el quirófano del hospital de nuestra ciudad, dejaste, sí, de respirar para siempre, pero una madre buena deja en el corazón de los hijos hermosas notas que se conjugan y enmarcan en el presente de los días como inacabada sinfonía.
Una madre buena siempre deja paz tras de sí, deja, y resulta el más cálido de los bálsamos, el convencimiento de que alguien nos amó sin exigencias, egoísmos...
Porque una madre buena es el mejor regalo que Dios hizo al hombre.
En honor de mi madre buena, yo también canto: Aunque amores yo tenga en la vida que me llenen de felicidad, como el tuyo, jamás, madrecita, como el tuyo no lo ha habido ni habrá...