Del leñador y la hoguera
Un obrero del campo, en pleno fragor del trabajo, sintió cansancio, sueño, frío y, sobre todo hastío de tanto tiempo sin cambiar de actividad. Se dijo: ¡Esto no es ya para mí! Tengo que pensar en mejor vida. ¡Bueno será que me dé un respiro! El jefe está lejos y ¡bastante he trabajado ya por su causa!
Y buscó el cauce de un arroyo seco. Recogió astillas, retamas y encendió una pequeña fogata, a fin de poder echarse una cabezadita.
Y así logró que prendiera una pequeña llama. No preciso más. -se dijo- ¡Si tampoco es que me esté muriendo de frío! Más bien necesito olvidarme del trabajo por un tiempo. Tal vez al despertar, me sienta mejor y despejado .Esta frágil llama no me ofrece ningún peligro: puedo dormir tranquilo
Y se echó a dormir. Pero he aquí que se levantó algo de viento y la pequeña llama, creció y creció hasta llegar a sofocar con su calor al durmiente leñador que, soliviantado, por la hoguera, se despertó:
-¿Cómo? ¿Qué es esto? –exclamó- ¿Cómo has osado crecer, insignificante llama, aprovechando mi sueño?
Y la llama le contestó:
-No fue mi culpa que te durmieras; llegó el viento y me hizo crecer. No quería hacerte daño alguno. Te debo tanto…
¿Me acusa de haberme dormido? -se dijo- Esta llama ha crecido demasiado y puede quemarme definitivamente: La apagaré de un plumazo.
Y, quitándose la camisa, golpeó con furia la llama, al tiempo que repetía:
-Yo te encendí para que me calentaras; no para que me quemaras. Te saqué de la nada. ¿Cómo es que, sin mi permiso, has crecido?
Sucedió que, en su pertinaz golpear y golpear, la hoguera prendió la camisa que enarbolaba en sus manos:
-¡Socorrooo..! ¡Socorrooo..! -gritaba- ¡Que alguien me ayude a sofocar esta hoguera! ¡Puede arder el bosque! ¡Puede arder la ciudad! ¡Puede arder el mundo!
Nadie contestó, excepto una pequeña nube que le habló:
-No son formas, buen hombre -dijo-. Además, tan sólo tú vas a salir chamuscado. La culpa es tuya por haberte dormido. Yo pactaré con la hoguera.
Transcurridos unos minutos, la hoguera, en paz y dulzura, se convertía en cenizas, bajo la frescura de una copiosa lluvia Sucedió que por el arroyo seco, comenzó a correr una sutil corriente que arrastró las cenizas de la llama, mientras el hombre, a toda prisa, salía de aquel lugar preguntando a la nube:
-¿Y a dónde se encaminan las cenizas de mis leños?
-Al mar, tramposo e injusto trabajador. Allí crecerán y vivirán para siempre, mientras las tuyas, llegado el día, se perderán en lo más profundo de la tierra
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