Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

25 nov 2018

DÍA MUNDIAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GENERO

Corrían malos años aquellos primeros de mi magisterio  Mi residencia, una habitación en una mala casa de huéspedes.  Permanecí en ella un curso, pero jamás podré olvidar a una mujer maltratada: María.
Ella,  pequeñita, silenciosa, trabajadora, pareja del dueño de aquella fría, incómoda y destartalada vivienda, con cuatro hijos pequeños, de sol a sol, prestaba servicio a todos: limpieza, cocina, ropas…  Y en sus labios siempre una palabra amable, una sonrisa, un gesto humilde. No obstante en su rostro azulado podía adivinarse el sabor de muchas lágrimas calladas, de muchos miedos soportados, de una inmensa marea de interrogantes que le reventaban el alma sin respuestas.
Una noche y otra, yo la escuchaba, a través de las paredes, suplicando, llorando: ¡no me pegues! ¡No,  en  la cabeza, no.  Y escuchaba golpes acompañados de  voces brutales de aquel hombre que, celoso y medio borracho, la agredía, la humillaba, la maltrataba.
Recuerdo que, me tapaba la cabeza con aquellas sábanas de lienzo moreno, como si me protegieran de  tamaña barbarie, pero mis noches se tornaban horas de  insomnio en las que mi corazón estallaba en fuertes latidos  de  rabia, impotencia… dolor.
Por la mañana, María madrugaba y sin apear la sonrisa de sus labios, servía el desayuno, llevaba sus hijos al colegio. Suspiraba; solo suspiraba.

Y yo, casi una niña, y en años en los que nada se podía, ni se sabía qué hacer, compartía en silencio su dolor. Un día me fui de allí. Al despedirme le dije, y fue la primera y última vez que me di por enterada de su dolor: no te merece; vete. Y ella, con lágrimas que se escapaban de sus ojos, cansados, solo respondió: ¡mis hijos, maestra, mis hijos!

18 nov 2018

A propósito de Franco

  
PASO DE FRANCO POR MI PUEBLO
 La noticia de que Franco iba a pasar por el pueblo conmovía a la gente y alteraba de forma fortuita  la vida. El paso del generalísimo Franco por nuestro pueblo o cercanías,  venía dado por la carretera general que  pasaba justo por el centro. ¡Pasa Franco! Era exclamación que corría de boca en boca unos días antes de que se produjera el fantasmagórico y ancestral paso. Fueron muchas las veces que este acontecimiento lo viví en los años de mi infancia pero voy a referirme a uno muy especial que cuento en mi novela “Buscando en la Vida”
 Tendría yo unos diez años. La superiora del colegio, Madre Socorro   nos reúne en el gran salón. Mañana a las doce –dice con las manos entremetidas en la blanca toca-, pasa por nuestro pueblo el Generalísimo Franco. Quiero que estéis aquí a las nueve en punto con los uniformes limpios, las bandas planchadas, los zapatos brillantes y  bien peinados. Es obligatorio traer banderita o estandarte. Que nadie se olvide.
La noticia es una auténtica explosión. Recuerdo que aquello de las banderitas y estandartes, que tanto se usaban en recibimientos de personajes destacados, se convertía para mí en un gran problema. Mis padres no se preocupaban de aquello, y yo me las tenía que arreglar sola. Con un palo, más o menos gordo, más o menos torcido, gachuela y papeles rojos y amarillos, confeccionaba mi banderita.
Amanece el día nublado. La gente mira al cielo con bastante desazón. Un rayo de esperanza: no hay sábado sin sol, y aquel día era sábado. Todo el pueblo madruga. Es fiesta que conlleva cierre de tiendas y tabernas.
A la hora en punto, la puerta del colegio, con Madre Socorro a la cabeza,  en dos filas en perfecta formación: niños a la derecha; niñas a la izquierda. Y  todos portando lujosas banderitas y estandartes con todo tipo de detalles
Rumores cunde por el pueblo: esta vez  no tiene más remedio que pararse. Van a bajar la Virgen de la Estrella, la alcaldesa le va a entregar un ramo de flores, el alcalde va leer unos pliegos y los niños, ¡vaya si se para, cuando vea a los niños… Y la banda de de música que lleva días ensayando que entonará el himno nacional
Repitiendo acompasadamente, uno, dos, somos de Dios,  marchas y sin romper filas, llegamos al Puente Romano. Medio pueblo ya está allí: autoridades, municipales, el cura revestido, la Virgen, asfixiada en flores y baratijas, la alcaldesa con un ramo de claveles, los niños de los Grupos Escolares, tan peladitos y disciplinados como siempre, empuñando también banderitas.
De pronto, una voz exclama: ¡Que pase el colegio!  ¡Adelante, Madre Socorro; le hemos reservado sitio! También como siempre, algo superiores, nos adelantamos y en primera fila, ocupamos ambos lados de la carretera, cerca de la Virgen, del alcalde, a la vista de la comitiva y como reclamo infalible para provocar la tan deseada parada.
La emoción va creciendo a medida que se aproxima la hora. Y se nota por los revuelos, los empujones, los fervorosos gritos de, ¡Franco, Franco! Y los municipales andan inquietos imponiendo orden y dejándose preguntar por la gente. Pero pasan las doce, hora anunciada, y pasa la una, las dos… El nerviosismo cunde: el alcalde se repasa los papeles sin cesar, los portadores de las improvisadas andas de la Virgen se van turnando, los claveles del ramo van perdiendo lozanía y el cielo comienza a encapotarse cada instante más amenazante de tormenta y el monaguillo, de vez en cuando voltea el incensario.
De pronto alguien corre la voz de que ya ha pasado por Andújar, y los cálculos se disparan: media hora, un cuarto… De nuevo el revuelo y los ánimos arriba: el cura que prepara el hisopo, los guardias que se ajustan gorras, banderitas enarboladas en lo más alto y los gritos de ¡Franco, Franco! que se suceden enfervorizados.
De pronto comienza a llover débilmente. Los hombres miran a cada instante el reloj. Son las tres. La lluvia se intensifica pero nadie se mueve: tiene que estar al pasar –comentan unos y otros-. Alrededor de las cuatro unos motoristas  uniformados, que pasan a velocidad de vértigo,  son al fin, el primer vestigio de que la espera va a llegar a su  fin. La multitud se desborda, empuja, grita y una caravana de coches negros, como rayos pasan por entre la gente desbordada. A partir de aquel momento, no veo nada, De un empujón caigo en la cuneta de la carretera, casi charca ya. Y debajo de una gran morera. Me hago daño en un pie y no puedo levantarme. En el barullo de Virgen, niños, gente… oigo comentarios: no se ha parado porque llevaba mucho retraso. ¡Iba en el tercer coche! –exclaman unos- No -dicen otros- iba en el primero. En el segundo –opina el alcalde.

Arrecia la lluvia. A desbandadas se dispersa el barullo de mayores y pequeños. A Madre Socorro, la recoge el coche de las autoridades. La virgen, con un capote por encima, aguarda debajo de un árbol con dos fieles devotos junto a Ella. Un viejo refunfuña porque en el trasiego ha perdido la dentadura. Una mujer con un niño en brazos busca un pendiente, y yo, chorreando, con el pelo pegado a la cara y cojeando, regreso sola a casa. En mis mano el palo torcido de la banderita. La miro y me lleno de sentimiento: ¡de mi pobre bandera, solo el palo torcido!

17 nov 2018

Preguntas de mis nietos


Hoy os transcribo una de las muchas, cientos de cartas, artículos que dedico a mis hijos, nietos, amigos...  El escrito de hoy  hoy tiene como protagonista  a mi nieto Gonzalo  era muy niño: seis añitos. 

Noche  de mucho frío. Mi nieto me acompaña. Jugamos al parchís. Con el cubilete de los dados entre las manos, mira detenidamente la casilla de la calavera. Súbitamente, pregunta:
-Abuela, ¿qué es la vida?
-La vida -le contesto un poco desconcertada- son muchas cosas: el aire, el sol, la lluvia, la alegría, papá y mamá, el hermano...
-Y tú – me interrumpe-, y mi amigo Sergio, y la prima Amalia, y los titos y Hércules... ¿Sabes, abuela que ya tengo un músculo? ¡Mira qué bola! - exclama, al tiempo que se sube la manga y  trata de forzar un pequeñito músculo.
Continuamos el juego pero sus ojillos, más bien de mirada triste, se van y se vienen sin cesar a la susodicha calavera.
-Abuela, ¿por qué se gasta la vida?
-¡Ea!, porque todas las cosas se gastan -trato de explicarle sin cesar en el juego y sin darle importancia al tema-. ¿No ves cómo se gastan las pilas de tus juguetes? ¿No ves cómo se gasta la suela de tus zapatos? ¿No ves cómo se gastan los lápices y las gomas...?   
-¡Ah..! -exclama como muy convencido-, pero, cuando nos vayamos al cielo, vamos a estar con los ojos cerrados o con los ojos abiertos?
-Mejor estamos todos juntos con los ojos abiertos y mirando las cosas que pasan, pero nos venimos pronto, ¿no abuela? Yo, aunque esté muy gastado, quiero estar con los ojos abiertos siempre...
-Sí, pequeño mío, ¡claro que estaremos con los ojos abiertos! Mira, mejor no los cerramos nunca, por si acaso. Pero eso que a ti te resulta tan sencillo y divertido, es a veces tan difícil como engordar un buen músculo. De ahí que la gente mayor viva, gran parte de su existencia, con los ojos cerrados, evadiendo responsabilidades  y compromisos. Dejan de ver la luz, y poco a poco, pierden el maravilloso sentido de la vista; se transforman en topos. Tú, mi pequeño, eres vida y  tendrás que descubrir por ti mismo todos los misterios que entraña el vivir. No olvides nunca que fuiste niño.
Vísperas, muy cercanas de Navidad. Nada mejor para relajar tensiones y ambientarnos en el auténtico y entrañable sentido de la vida que las palabras textuales de un pequeño de seis años que empieza a caer en la cuenta de que la gente se muere.

-¡Anda, abuela, ya he pasado la calavera y eso quiere decir que soy más fuerte! Como tengo un músculo y como  en la Navidad vamos a juntarnos con los titos y los primos...

15 nov 2018

UN BEBÉ QUE LLORA




Dibujo de una alumna de diez años
       
Sábado Santo, Cinco de la tarde.
A la puerta de mi casa una adolescente  con un recién nacido en brazos, que llora como un desesperado,  me aborda al coger mi coche. . ¿Me puede dar algo para el niño? Es la hora del biberón -dice- No tengo dinero y...   La miró, miro al bebé y mi cabeza se torna un mare mágnum de tiernas y compasivas interrogantes, alguna de las cuales formulo:
-Pero, ¿dónde vives tú..? ¿Y qué haces fuera de tu casa con un niño tan pequeño? ¿Tienes marido?
 -Vivo en el Muriano -contesta en un suave madrileño-, y he bajado a buscar trabajo, y no estoy casada.
-Pero, ¿y el padre del niño?   
-Se fue.
Y la mirada de aquella chiquilla se humedecen en lágrimas que  contiene. Sin más preguntas intuyo el drama y mi desconcierto se desvanece: los llantos del niño me conmueven profundamente. Lo cojo, lo acuno y un escalofrío me corre por  el alma: tiene hambre.
 De ahí que le indico que me siga, al tiempo que pienso. Entramos en la cafetería próxima. Los cuatro habituales de la hora, se solidarizan con aquel bebé que más bien parece un puñado de huesecillos. Lo urgente e inaplazable es darle de comer  y acallar aquel desconsolado lloro que nos parten el alma.
Alguien se ofrece y sale en busca de una lata de leche. Unos momentos después, la chavalilla de cara ingenua, pero de palabras y gestos decididos, daba un largo biberón al insaciable  infante que se queda dormido como un bendito.
-Tengo que irme –exclama-; no puedo perder el autobús.
-¿Tienes familia, casa...?
Se alejó sin contestar.
 Me vine a escribir mi artículo, pero ella, su bebe, sus confusas y contradictorias explicaciones, me agobian, porque es verdad que hay guerras, hambre, niños que lloran y que, atónitos e impotentes, contemplamos desde los medios de comunicación, pero yo me digo: no hay que ir tan lejos. A la puerta de nuestra casa, junto a nuestro coche, posiblemente, encontremos el drama  real, auténtico.
Y no se soluciona con una lata de leche para acallar por un rato el llanto de un niño. Esa mujer, seguro, necesita un hogar, un trabajo, una familia, un regazo... Si no tenemos esas cosas que ofrecer a los de la puerta de casa, ¿a qué tanto lamentarnos con lo remoto que ni tan siquiera conocemos con toda  verdad?
Sábado Santo. Silencio y soledad en las calles, tras el estallido de tambores, trompetas, saetas, pasos, una profunda reflexión: ¿Cuál es tu verdadera historia, mujer..? Cuéntala, que el mundo se entere  que tu niño llora de hambre, y que el padre, un mal hombre que te engañó, se fue.
Han pasado años, perola imagen de aquella medio niña con su bebé en brazos y sin saber a dónde ir, me sigue causando dolor, porque, sí, le dimos  direcciones, nombres, consejos..., pero no teníamos la varita mágica para dar de comer a tantos niños hambrientos.
El mundo, la vida, la gente, me sigue sorprendiendo y emocionando. Hoy sin ir más lejos, al salir, noche ya, de una tienda  de chinos, sentado en la parte trasera de un coche y con las piernas fueras, un  pobre anciano,  trataba de ponerse unas zapatillas recién  compradas. Posiblemente, su hijo, sentado al volante esperaba.

¡Cuantos momentos de emoción, cuanta  injusticias, cuánta indiferencia...! Tengo ya,  eso que dice la gente, una edad, pero sigo sin entender y sigo emocionándome por aparentes simplezas de las que la vida pone ante mis ojos.