Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

24 nov 2022

Acituneros

 Entrado ya el invierno la recogida de aceitunas era acontecimiento que cambiaba el paisaje del pueblo. En las mañanas, bien temprano, las cuadrillas de aceituneros, con sus  típicos atuendos, cruzaban   el pueblo camino de los tajos y regresaban a la caída de la tarde, cuando el vaho húmedo del Guadalquivir  reinaba ya en las calles y el silencio se entronizaba al calor de braseros y chimeneas.

No puedo dejar de recordar, y confieso que lo hago con nostalgia, las tardes que pasaba acompañando a mi abuela en su casa de mi misma calle. Sentada frente a ella, que permanecía soñolienta, liada en un gran manto negro, en la mesa estufa situada junto a la ventana, me gustaba escuchar el chasquido de los burros sobre las piedras de la calle, su alegre y humilde trotecillo, al arrear vociferante de los arrieros, camino de los molinos, Hileras de estos animales cargados de aceitunas dejaban tras sí un rastro sin igual de olores a tierra, aceitunas, molinos, aceite…

Y me recuerdo allí, removiendo el brasero, observando el vuelo pegajoso de algunas moscas, en los cristales, sintiendo pena de mi abuela que lo mismo canturrea que duerme y escuchando, siempre atenta, al rumor de la calle.

La noche llegaba pronto, y braseros en las puertas que  aventabas tufos y malos olores, y tabernas que concentraban a jornaleros, y el regreso del rosario entre velos, abrigos y prisas.

Y en las casas, cenas calientes, mientras se escuchaba  radio Andorra que, durante tiempo fue como lo más celebrado que se podía escuchar. Nunca olvidaré aquel anuncio de “Nori del borreguito”

En los fríos y húmedos inviernos, y dado que el único sistema de calefacción eran los braseros, frecuentaban los piconeros que por las esquinas pregonaban de forma singular su mercancía consistente en picón en distintas variedades. 

Su familiar soniquete, como el de otros pregoneros, era tan de diario que llegaba a escucharse como 

música callejera que siempre tenía eco en las necesidades caseras. “¡Al picúooo!” repetían poniendo el acento en la u, cosa que resuena esta madrugada fría en mis oídos, cuando el confort de sofisticadas  calefacciones es lo habitual ya de todos los hogaEn aquellos braseros de picón eran muy frecuentes los tufos que exhalaban humo y mal olor por lo que eran abundantes los sahumerios  consistentes en echar al brasero puñaditos de alhucema  e incluso romero y azúcar que impregnaban el ambiente de una calidez inolvidable.  

En aquellos años, los gatos, animales casi obligados en todas las casas, protagonizaban incidentes que a veces resultaban peligrosos. Se quemaban el rabo en los braseros y si bien los delataba el mal olor que desprendían, a veces escapaban con el consiguiente peligro de prender fuego que conllevaban sus huidas por lo que se perseguían y vigilaban hasta encontrarlos escondidos en recóndito rincones. Era curioso, al respecto, que algunas casas tenían –y todavía algunas lo tienen- en la puerta de la calle un agujero, llamado gatera, por donde los gatos salían y entraban libremente.

También en casi todas las casas, y como si no viniera al caso lo recuerdo, había corrales con gallinas, conejos y pavos. Y era bonito escuchar en las  madrugadas los repetidos y variados cantos de gallo. Me veo recogiendo  cada día los huevos y pasándomelos por la cara para comprobar su calidez y suavidad. Y me veo muchos ratos sentada frente al gallinero observando sus lentos movimientos y pensando que debería ser muy triste ser gallina, dado el “aburrimiento” en que creo contemplarlas.

Muy importante es que los niños de ahora visiten granjas y se acerquen al conocimiento de la vida rural que en aquellos años se conocía y vivía de forma natural.

Y ya que he hecho alusión a los gatos no quiero dejar pasar, y en esto sí que habría que darle la enhorabuena al progreso, el mal trato que algunos niños daban a estos animales que les servían de diversión y para tal fin solían atarle a la cola latas con gasolina en llamas, logrando que los animales corrieran aterrorizados y quemándose, al tiempo que ellos, los protagonistas de la gamberrada, se carcajeaban del éxito logrado. Otras veces los ataban y hacían puntería con piedras, apuntándole a los ojos. 

Nunca pude resistir aquellos espectáculos ante los que me revelaba sin éxito porque no había lugar para la cultura ecológica y nadie se preocupaba de aquellos crueles eventos. 

También recuerdo el final de las crías de los gatos: Envueltos en un trapo eran arrojados al río en horas que los más pequeños durmieran o estuvieran ausentes, pero la súbita desaparición de las crías nos causaba gran pesar y era fácil intuir su final.

Objeto de malos tratos por los pequeños, y a veces por los mayores, eran de igual forma los perros que raramente tenían dueño. Creo recordar que en su mayoría eran perros callejeros a los que personalmente les tenía tanto miedo que un día, seguida por un insignificante cachorro, corrí tanto que llegué a mi casa desfallecida y aterrorizada.

Así eran las cosas y así las recuerdo y narro.


15 nov 2022

Que se muera la guerra

 DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN

QUE SE MUERA LA GUERRA

ISABEL AGÜERA

A lo largo de mi vida, he oído contar a mi madre cómo, en los difíciles años de la postguerra, me encontraban, ante nuestra emblemática Virgen Milagrosa, balbuceando una elemental oración: «Pan, María; pan, María...». De mis fervores de tan niña recuerdo poco, pero sí doy fe de que mis oraciones por las causas calamitosas de cualquier orden, han sido constantes y singulares. «Que se muera la guerra, que se muera la guerra, que se invente la paz...» fue mi constante Oración, cuando la guerra del Golfo, y hasta escribí una novela con este título, finalista en el Lazarillo, y hoy vuelve a serlo en estos días, miles de veces repetida como muletilla mental obsesiva. Hay un dicho de Heródoto que me estremece: Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz, los hijos llevan a sus padres a la tumba, y en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba. 

Y me estremece esta verdad, porque me siento madre de tantos hijos muertos en las guerras, niños y jóvenes segados, en la flor de la existencia, por la hoz implacable de gobernantes que no son capaces de sentarse frente a frente y mirarse mutuamente a la cara, en tanto negocian y concluyen en que no hay caminos para la paz, porque la paz es el único camino. 

Como recuerdo ancestral el final de la guerra civil española. Mi padre, enfermo, escuálido, un hombre joven con cuatro hijos ya, regresa a casa con un saco vacío al hombro. Y recuerdo aquel encuentro en una piña de abrazos y lágrimas. «Que se muera la guerra», seguro que fue mi precoz plegaria. Que se mueran todas las guerras que destruyen hogares, separan familias, matan padres, hijos... 

Anónimas lápidas en los cementerios donde debiera rezar como epitafio: Murieron en una guerra promovida por hombres que jamás vivieron en paz consigo mismos. 

En la puerta de mi casa, hay un diminuto Campo Santo porque en él cayó muerto una joven víctima de ETA. Fue otra guerra, pero en homenaje a tantos muertos sin sentido, colocaré sobre ese escaso metro de terreno de mi puerta, un ramo de margaritas, hoy que al fin ¿se habla de inventar la paz o es una estrategia más de muertes? ¡Qué se muera la guerra y para siempre se invente la Paz! 


9 nov 2022

LA TAREA DEL MAESTRO

 DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN

LA TAREA DEL MAESTRO

ISABEL AGÜERA


La educación es la respuesta más grande y plena que pueda darse al hombre, sobre todo en tiempos tan dramáticos como los de hoy. H. Grassi.


Resulta agradable escuchar en boca de los políticos prioridades en temas tan necesarios y básicos en nuestra sociedad como Educación y Cultura, algo que, por cierto, no es muy normal. 

Y es que si siempre educar fue tarea ardua, basada ante todo en la instrucción, hoy todo es diferente de cara a una sociedad rica y cambiante. De ahí que educar hoy sea todo un reto que conlleve una visión globalizadora, tanto del mundo como del individuo. 

De gran actualidad me parecen las palabras de H. Grassi: La educación - dice- es la respuesta más grande y plena que pueda darse al hombre, sobre todo en tiempos tan dramáticos como los de hoy. Y no sólo porque el futuro dependa de los jóvenes de hoy, sino sobre todo, porque la educación implica el riesgo de la libertad, que deja primero que aflore y después que se desvele cada vez más la naturaleza de la existencia humana y la dignidad de cada ser. 

Cada hombre, cada niño es un nuevo inicio, es toda la historia de la humanidad que vuelve a empezar. La educación es un descubrimiento continuo de puntos consistentes que permiten afrontar la vida con una esperanza cierta. 

Educar es introducir en la realidad, es decir, en el significado de las cosas, aun cuando parezcan no tenerlo; educar es decir a los jóvenes que el absurdo no es la definición última de la existencia, que la vida no es una fábula contada por un idiota. 

Nada más terminar la segunda Guerra mundial, el padre Lyonnet, gran jesuita francés, escribía: "Inclinarse sobre el alma de un niño que podrá ser un santo, o que quizás será infiel a la gracia de Dios, es mucho más apasionante e importante que saber a dónde nos conducirán los conflictos. De hecho, el destino del mundo está, en última instancia, en las manos de este niño". 

Una nueva ley se estrena en boca de los políticos y  en nuestros centros educativos: la LOMLOE. El significado de esta sigla os lo diré cuando la estudie y comprenda y dudo que lo comprenda el profesorado y dudo, mucho más que sea algo que favorezca el aprendizaje y felicidad de nuestros niños.  

¡Con lo fácil e ilusionante que podría ser todo para todos! En mi larga vida profesional no recuerdo haber asistido a mi trabajo, ni un solo día, aburrida y desganada, pero lo más importante: estoy segura que mis alumnos, tampoco.


1 nov 2022

ESTADO DE BIENESTAR

 DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN

ISABEL AGÜERA

Hay servicios que nos son prioritarios y se han convertido en una escalada de dificultades»

Llevo días pensando, y a raíz de una conversación con amigos, lo equivocados que estamos cuando nos referimos al traído y llevado, estado de bienestar. 

Por supuesto, disfrutar de una boyante economía no deja de ser un bien que permite vivir sin problemas y a eso aspiramos todos cuando nos referimos al estado de bienestar. 

Es decir, contar con sueldos que nos permitan vivir desahogadamente y sin grandes preocupaciones. ¡Claro que sería lo ideal!, pero hay algo que no es sólo el dinero el motivo de que nuestro diario vivir se aparte y mucho del estado de bienestar: me refiero al mal funcionamiento de servicios que nos son prioritarios y se han convertido en una escalada de dificultades a las que nadie pone remedio. 

La sanidad, para empezar. ¿Es justo que una persona enferma pida cita para su médico y se la den para transcurrido un mes o más? Como si un dolor, una fiebre, etc. haya que soportarla por tiempo indefinido, y no digamos si hay que hacerse alguna prueba. Auténtico desastre que contribuye a que nos sintamos mal e impotentes. 

¿Y el problema de las citas? ¿Qué hacen los populares funcionarios de ventanillas que informaban, orientaban, etc.? Oficinas de todo tipo cerradas a cal y canto y si acaso te remiten al sistema telemático como si se tratara de un paquete de pipas, cuando la mayoría de los ciudadanos ni tan siquiera saben nada de la palabreja. 

¿Y si hablamos del sistema educativo? Ahí,  ya, aunque jubilada, me duele comprobar cómo maestros, profesores y alumnos se sienten tan mal que acaban por abandonar, los alumnos, y vivir los profesionales en un constante y silencioso reproche de exigencias inútiles que le ocupan los días.

 ¿Y qué hacemos con los impuestos, que sí, que hay que pagar para que los servicios funcionen y hablemos de estado de bienestar? Mayores con cargas de goteras que se tienen que pagar, y su mísera pensión no se lo permite, la luz, LOS MEDICAMENTOS, los alimentos básicos, todo en definitiva ha llevado al traste el Estado de Bienestar, en gran parte, competencia de las autonomías. Mejores sueldos, sí, pero ante todo que se acabe este mal estado de bienestar de las instituciones.