Las ilusiones son posibles, pero una especie de hastío resuma a nuestro alrededor, se cunde y nos contagia haciéndonos caer en el punto negro de la desilusión. Y no es extraño que así sea porque el listón de los sueños lo hemos colocado tan alto que casi nos parece imposible alcanzarlo. No pongáis límites y soñad; es posible
Una vez más, os repito, hijos: las ilusiones, si no existen, hay que inventarlas, porque sin ellas nuestros pasos sobre la arena serán borrados a la primera ola que los alcance; no, no habrá huellas, y sin ellas, ¿qué podemos legar a nuestros hijos?
Puede que a veces la caída en brazos de la desilusión esté justificada, pero puede que tan sólo sea una cómoda y hasta grata pereza, porque nada precisa menos esfuerzo que cruzarse de brazos y echarse a llorar.
Las ilusiones son pequeñas cosas -¡cuántas veces repetiré la palabra pequeño!- que hay que contemplar desde la magia de nuestras pupilas, a veces regadas por dolores y lágrimas. En cada corazón de invierno hay una primavera que palpita. ¡Vividla! No hay vuelta atrás
No os dejéis caer en brazos de la depresión con la consiguiente cantinela, nada me hace ilusión. Hay que cerrar las puertas, a cal y canto, a los primeros síntomas, de desilusión, hay que tratar de ser conscientes de que sufrimos un mal pasajero, y dar, como mínimo, un paso, tan sólo un paso que puede dar lugar a una suma indefinida de ellos que nos devolverán a la alegría del vivir y el soñar.
Muchas veces en mi vida he sentido –vosotros habéis sido testigos- el aldabonazo tremendo de la desilusión, de la depresión, a veces con motivos y otras sin ellos, pero he buscado, y encontrado la fuerza precisa para sacar de mi nada un soplo de vida que me devolviera a la magia de un sueño, si bien podía quedar reducido a unas palabras sobre el blanco de una hoja de papel: Quiero.
La imagen y semejanza que somos de un Dios hará que de nuestras manos, y casi de la nada, puedan renacer días inéditos, radiantes de luz, días de rutilantes estrellas en nuestro oscuro universo. No lo dudéis, hijos.
No es poesía. ¡Qué bien lo sé!
La rutina es fácil confundirla con el hastío y hacernos caer en el desaliento total. Yo creo que, en primer lugar, hay que revestir la rutina de cierta solemnidad, de forma que no sea tal en el sentido de producirnos cansancio por lo repetitiva que pueda ser. Podemos repetir el camino, pero nuestros ojos pueden descubrir nuevos paisajes. He ahí el secreto.
Por otra parte, hay que aceptarla como un bien necesario: sabemos a dónde vamos y qué nos aguarda. Nada, nada tiene que ver la rutina con la desilusión: ambas cosas podemos manejarlas en nuestro provecho.
Con los años se pueden multiplicar o dividir las ilusiones. Lo más común es ir perdiéndolas como si una vez tocado fondo, no hubiera motivo para tales.
Yo os digo que por mucho que se viva, ni se toca fondo, ni se llega con la punta de los dedos, porque, mientras vivimos, ascendemos o descendemos, y en ese movimiento siempre ha lugar la ilusión.
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