Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

28 feb 2019

Día de Andalucía: Recuerdos

Son muchos los recuerdos que guardo de este gran día, pero sobre todo  de aquel año que recibí la Medalla de plata de  la Junta por Educación. También por homenajes y distinciones recibidas en otros escenarios, fotografías que conservo y con las que he tratado de hacer  unos collage siendo consciente de lo mucho que me dejo atrás pero no en el olvido. Mis palabras siempre, agradecimiento, gracias.


Y elegida para hacer el discurso en nombre d todos los galardonados, elijo unos párrafos de  dicho discurso para  volver a honrar hoy a mi tierra, Andalucía.

La vida en general es una escalada en la que cada paso que demos nos conduce a la meta, sin que, podamos  llegar, dada nuestra corta existencia, a saborear en plenitud el aire puro de las cumbres, pero sí la certeza, la obligación, la paz como recompensa  de saber que construimos, creamos  el futuro, herencia, legado que dejaremos  a nuestros hijos, a nuestros nietos.   
 Andalucía  ha dado un gran salto, Andalucía camina, sin duda, y camina sin pausas,  pero Andalucía somos todos y cada uno, piezas pequeñísimas, tal vez, de este gigantesco puzzles que es  nuestra tierra, que es España, que es el mundo pero, desde esa  pequeñez  individual,  somos  imprescindibles porque si bien no podremos cambiar la dirección del viento, sí podremos ajustar nuestras velas para navegar hacia ese soñado día llamado  futuro.
 Por ello, no olvidemos el pasado pero seamos, ante todo, padres del porvenir.

Y termino parafraseando a Martín Lutero King  
Sí, amigos míos, a pesar de las enormes dificultades, yo también tuve un sueño, sólo que mi sueño no es de hoy, sino que ha sido, y lo seguirá siendo, una constante en mis noches y en mis días, un sueño que se remonta a mi infancia en ese bendito y bello pueblo, Villa del Río.
 Sí, tuve un sueño: que los andaluces entendamos que no importa tanto lo que esperamos que se nos dé como lo que Andalucía espera quedemos  nosotros
 Que entendamos que el trabajo, sea cual fuere, debe ir en la dirección del cambio, sinónimo de progreso…

Sí, tuve, tengo un sueño: que Andalucía, tierra que tanto amo y por la que ha transcurrido mi vida, sea escenario de hombre y mujeres libres, capacitados, responsables, cultos, con gran energía interior capaces de plantearse un proyecto de vida y llevarlo acabo a pesar de los obstáculos y de las dificultades.

Sí, yo tengo un sueño  que se llama esperanza, y como el poeta  digo y termino
 No se mantiene absolutamente nada  sino por la infanta Esperanza,
porque por ella todo siempre empieza de nuevo.
la esperanza siempre promete y garantiza todo,
asegura el mañana para hoy,
y esta tarde para el mañana,
y la vida para la vida
y hasta la eternidad para el tiempo  

Nuestro futuro, nuestra esperanza, sí, amigos, lo digo con el corazón, lo digo con el alma: nuestra esperanza hoy aquí tiene  un solo nombre: ANDALUCÍA


26 feb 2019

El gorrión y el árbol

Hoy, vísperas de fiesta en Andalucía, un breve relato  
Un gorrión, en su débil vuelo, se detuvo en la rama de un gran árbol.
La rama, molesta, se quejó:
-Vete; pesas mucho. No puedo soportarte.
El gorrión, levantando el vuelo, exclamó:
-¡Perdona, perdona! No había reparado en mi peso; sólo en tu grandeza y  en tu fresca sombra.
Y se alejó.
Poco después, un fuerte viento zarandeó al árbol de tal manera que sus ramas barrían la tierra y muchas de sus hojas, arrasadas por el huracán, volaban en vertiginosos remolinos.
El gorrión, cobijado en el alero de un tejado, observaba al árbol y se decía: ¡qué pena cómo el huracán está golpeando a este hermoso  árbol!
Cuando pasó el viento, el gorrión se acercó al árbol  y le dijo:
-¡Cuánto he sufrido viéndote azotado por el huracán!
-¡Qué equivocado estás, pequeño gorrión! -contestó el arbusto-. Soy fuerte. Tus pequeños ojos han debido confundirme con alguna hierbecilla del campo.
Estaba hablando el árbol cuando le crujió una rama y cayó al suelo.
-¡Vete, vete! -gritó- Ya te dije que me hacías daño con tu  peso. ¿Quién reparará el mal que me has ocasionado?

El gorrión, sin contestar, se dijo: buscaré para descansar un arbusto. Está visto que los los grandes, , además de necios, son débiles, son  un peligro..


SOMBRAS Capítulo 2

Final capítulo I 
Medio ausente, volví al salón. Estaba, sí, pero…

CAPÍTULO II
Estaba, sí, estaba allí, sentado en el sofá de mi tresillo, hojeando una revista, pero, ¿qué era aquello? Una tenue columna de humo  lo envolvía al tiempo que se extendía por todo el salón y al tiempo que mis relojes parecían dislocados dando horas y más horas.  
Perpleja en el quicio de la puerta, sin saber la procedencia de tan extraña  y repentina visión, exclamé:
-¡Hay humo! ¡Qué extraño! ¡Algún enchufe! Un momento, por favor;  voy a dar una vuelta por ahí dentro.
-¿Humo? –preguntó, soltando la revista y  siguiendo con la mirada mis pasos-. Yo no veo nada, pero ¡mire, mire, si se queda más tranquila!
 Con gran ansiedad fui revisando habitación por habitación. Pero no había nada anormal. No obstante algo me confundía: las paredes, los muebles, todo lo veía distorsionado, desplazado, borroso, y los relojes, sin cesar de dar horas y más horas.  Me senté en la cama tan cansada y nerviosa que hasta el suelo parecía ser una ola grande que me impidiera caminar. Mis ojos, repentinas cataratas de culebrillas luminosas, no podían ver con lucidez. Me tomé el pulso y mis palpitaciones estaban disparadas. No sabía si llamar pidiendo socorro, acostarme o, sencillamente, volver y hablar con aquel extraño que, con tanta naturalidad, había tomado posesión de mi casa. A punto de desmayarme estaba cuando, los ladridos de Eolo, desde la cocina, me hicieron regresar, con gran dificultad, a la realidad.
Y efectivamente, todo estaba normal. La visión de humo violáceo había desaparecido, los relojes seguían marcando las horas con toda normalidad y aquel extraño hombre, de pie, junto al balcón, con las manos en los bolsillos, miraba atentamente el trasiego de la hora en el atrio de la iglesia.
-¡Qué buen sitio tiene, Aurora! –exclamó- Yo diría que el mejor del pueblo. Desde aquí puede seguir los actos de culto, pero, ¡qué pálida está! –añadió al volverse frente a mí-. ¿Qué le sucede? ¿Acaso hay algún problema? ¿Se encuentra bien? Si quiere puedo traerle un vaso de agua. ¡Y a propósito! le he traído un pequeño obsequio; le gustará.
Y extrajo de un maletín un frasquito de mi perfume favorito. Antes de que me diera tiempo a decir una palabra, destapando el botecito exclamó: ¡
-¡No podía ser otro para alguien que es luz como usted! 
Guardé silencio peor al exhalar aquel  mi perfume favorito, de nuevo el humo violáceo nubló mis ojos de tal manera que no pude evitar repetir:
¡Uf, me mareo, me caigo, no puedo respira; es muy fuerte!
- ¿Cómo? ¿Qué le sucede?
No es nada. Tan sólo que me ha parecido oler a quemado y fuego, desde niña que viví una experiencia en casa de mis tíos, me provoca pánico. Me pareció  que había humo por la casa. Ya estoy mejor.
-¡Vaya! Creí que era cosa del perfume  y, ¿es el suyo, verdad?
-Sí, ¿cómo lo sabe?
-Alguna vez acompañé a Ramón a comprárselo. ¡Huela, huela!

Los ladridos de Eolo me precipitaron a la cocina, pero nada más intentar ponerme de pie, el huno apareció y un gran escalofrío me sacudió, haciéndome car en el sofá.

24 feb 2019

SOMBRAS



Hola, mundo: soy Daliana, una mujer más de las que andamos por aquí, por allí. como resultado, como todos, de un bichillo “espermatozódico”, el más rápido en su maratón,  que me alcanzó. Eso es lo que dicen. Divorciada, sí, hace ya… Sesentona. Bien presentada, ¡resultona, vaya!  Más sola que la una. Medio poeta, medio pintora, medio, medio, medio un poco de medios y un mucho de nada. Sí, Dalaina por eso del pintarrajeo que me traía de niña y que a mi padre le dio por llamarme así, por lo de Dalí, claro.
 Hoy, tras días, meses sin que el timbre de mi puerta “timbreara”, a la caída de la tarde, cuando me disponía a darle su paseo a Eolo, alguien ha llamado a mi puerta. –Eolo es mi perro, un chucho sin más pedigrí que ser el primero también que aterrizó en un ovulo de sabe dios qué chucha-; mi amigo, guardián, confidente…
Ojos negros. Muy negros. Mirada profunda, sostenida sin parpadear, Muy profunda. Cabellos ligeramente canosos, ligeramente rizados. Traje blanco, camisa y corbata celestes del mejor tejido. Bigote muy cuidado. Un gran bigote. Algo de barba. Piel oscura, alto. Demasiado alto. Unos cincuenta años. Pues sí, en conjunto, bien podía parecer un personaje, un galán de cine, un misionero de la India. Resultaba excitante, convincente…Tenía algo. Olía raro, eso sí. No era mal olor, pero tampoco bueno. Venía a resultar mezcla de aromas exóticos, polvos de talco y vainilla. Olía. Era un olor muy peculiar. Con el móvil le robé unas fotos: tres muy lúcidas. Mi sorpresa al descargarlas en esta pantalla, una gran conmoción, seguida de una serie ininterrumpida de terroríficos repeluznos, miedos, temblores… No parecía la misma persona. ¿Cuál en realidad había sido mi visitante? ¿Quién pudo usurpar su puesto si las tres fotos las hice a la misma hora, en el mismo lugar y en tres instantes consecutivos que logré desviar su atención de mi persona? ¡Cientos de veces las comparo, las amplío, las recorto…! No, no entiendo nada.
Llamó discretamente al timbre.  Eolo comenzó a ladrar con tal vehemencia que me precipité a la mirilla. No parecía tratarse de vendedores, ni agentes de seguros, ni predicadores caseros. El aspecto impecable de aquel hombre evidenciaba –a mí me lo pareció- algo distinto, tal vez, familiar, tranquilizador. No obstante, primero abrí la puerta con la cadena echada  y pregunté: ¿Qué desea? Usted es la señora Aurora, ¿verdad? Sí,  yo soy, pero ¿cómo sabe mi nombre? –pregunté con gran curiosidad, pues hacía años que no oía llamarme  por mi nombre de pila-. Pues, ¡tanto gusto, señora Daliana! -exclamó alargándome, con dificultad, una mano por la rendija de la puerta-. ¿Quién es usted y qué desea? –insistí-. Perdone; he debido empezar por presentarme. Mi nombre es  Iván y soy antiguo compañero de  Ramón su ex marido. De ahí que conozca su nombre y su alias. No quería molestarla; tan sólo hacerle una  amigable visita.
Por unos instantes dudé sobre cómo proceder. Hacía tiempo que no abría mi puerta a desconocidos. Reaccioné por pura cortesía, creo. Pase, pase, por favor y disculpe –dije corriendo la cadena y abriendo el picaporte de la puerta- Llaman tantos desconocidos…  No se preocupe; la comprendo y es natural que tome precauciones, y máxime estando tan sola… Sabía que la llaman Daliana: Ramón me lo comentó.
   Eolo, medio se  le abalanzó, mucho más de lo que le correspondía por su estatura, en unos ladridos que   bien sonaban a aullidos. ¡Pase sin miedo! Tan sólo es un perro mal educado, pero inofensivo –exclamé,  indicándole el salón y rompiendo un poco el hielo que de alguna manera me atenazaba-. Este perro es un bocazas ladrando –añadí-. Siéntese y perdone un momento. Voy a encerrarlo; tiene mal genio; eso es todo.     

Me ausenté  para encerrar a Eolo, que se resistía, sin cesar de ladrar, en la cocina, al tiempo que un súbito vahído me precipitó sobre la encimera. Traté de recuperarme y regresar a mi visitante pero una extraña sensación se instaló en mi piel erizándome el vello y haciéndome rechinar los dientes. Bebí agua y, respirando profundo varias veces, traté de sobreponerme a lo que consideraba un injustificado temor, producto de mi poco entrenamiento en casos como  aquel. Medio ausente, volví al salón. Estaba, sí, pero…