Lindas florecillas silvestres
Querida Lucrecia: he vuelto de la sierra, tras
un intenso día de domingo, con un gran ramo de romero y tomillo. Ahora los
guardo en una bolsa y, cuando están secos, me sirven de sahumerio, que da gusto
cómo huele mi casa. En nuestros tiempos, una ilusión, una magia era la de hacer
colonia: pétalos de las más olorosas flores metidos en alcohol. Pero aquello
jamás funcionó. Tú llevabas siempre en el bolsillo un pequeño bote, con forma
de bota, que yo envidiaba, de perfume fuerte. ¡Era demasiado! Una vez, hasta
vomité, con unas gotas que me pusiste en las muñecas.
Aquel rincón
de la sierra te gustaría: pozo, parras, higueras, pinos, palomos y
silencio, mucho silencio, y montes, abismos., nubes, silbo del viento, voz que rememora otros tiempos. ¡Una maravilla! Cuando subo a la sierra, y
paso allí el día, en mi casa sencilla pero acogedora, entrañable... tengo la
sensación de que bajo siendo algo mejor. Es como si un hábito de humanidad por un lado e indiferencia por
banalidades, por otro, me recubriera y
protegiera. Algo así como más sensible a la realidad de esta corta vida tan
llena de vaivenes, de agridulces que raramente saboreamos.
Muchas veces, cuando tanto deseabas que te
tocara la lotería, que te pasaran cosas buenas, yo te repetía: "lo mejor
lo tienes ya; sólo que no te has dado cuenta. La felicidad no es el dinero, la
felicidad es saber cómo gozar de lo mucho que tenemos y pensar en lo mucho que
podemos perder.
¿Acaso no éramos felices jugando a las
tiendecitas? ¡Claro que sí! Hemos perdido fantasía, ingenuidad, ilusión...
¿Ganado? Tendríamos que haber ganado mucho, sobre todo madurez para entender
este corto paseo que es la vida. No obstante, ya lo ves, nos sentimos infelices
por no tener cada día más y más; por no ser cada día más y más... Nos hacemos
infelices por desperdiciar lo que tenemos en aras de lo que deseamos. ¡Una
tontería, Lucrecia, una auténtica contradicción!
Dime, Lucrecia, ¿de qué color crees tú que
debería ser el luto por la libertad? ¡Vaya pregunta! Yo de esas cosas no
entiendo. Pues a mí no se me antoja color alguno, porque pienso que allanarla,
devorarla, mutilarla equivaldría a borrar del cielo el arco iris:
desaparecerían todos los colores y sus posibles combinaciones.
¿Te acuerdas, Lucrecia, de aquel año que con
mi marido e hijos nos fuimos a veranear a Segura de la Sierra? En aquel pueblo,
todo silencio, todo paisaje e historia y a la sombra de su casi derruida
iglesia romana, se podía uno perder con esa maravilla que pueden ser las
huellas del paso de otra gente que ya no está en ninguna parte, pero que era
fácil adivinar con sólo detenerse y mirar.
Y allí, nada más apuntar el sol, los cuatro
turistas que ocupaban el mesón de doña Petronila, puestos en pie, estudiaban
los caminos, buscando dónde emigrar cada día. Nosotros nos quedábamos. A ti te
daba igual, con tal de perderte un rato con el Ontoño. Los niños preferían aquel pequeño jardín, increíble
mirador, desde el que se veían nacer las nubes y las tormentas. Mi marido y yo
convivíamos con aquellas pocos vecinos en divertidos y amenos corrillos
callejeros.
Creo que desde niña siempre fue así: me
gustaba la gente, el sabor de la tierra,
el trajinar de los aceituneros en los inviernos y el de los segadores en los
veranos. Me gustaba el ir a pasear con papá por los campos, por los trigales, a
las eras... Me gustaba ir al puente a esperar el tren correo para sentir el
trepidar de las vías bajo mis pies. Me gustaban los nidos de las golondrinas y el
camino de Santiago en el cielo. Sí, sí; lo recuerdo. Me gustaba pasear por
delante de la cochambrosa puerta de la cárcel.
Como un sueño ancestral, las noches de luna
llena, cuando íbamos con papá y mamá a nuestro melonar: grillos, estrellas,
linternas, historias...Viví, Lucrecia, viví, a pesar de las carencias de la
postguerra, una infancia feliz, porque tuve buenos padres; los mejores.
Y esta noche, con el
recuerdo de mi familia, del pueblo, de la era, de ti, comienzo un poema que dice así:
No sé qué pasa hoy que la
alegría me cansa /. Mi vida, una nada que se izó en sueños, sonrisas, besos,
palabras... / Busqué revuelo de gaviotas / secretos en las veredas / suspiros
en las almas..."
¿Hoy? Hoy, querida amiga, sigo buscando revuelo de gaviotas, secretos en las veredas
y suspiros en las almas.
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