(Final Capítulo XXVI: Perdóname. No, no debí dejarte en aquella casa... Me
ocuparé de ti; te lo prometo.)
Eran largos aquellos calurosos días de junio que pasé con vacaciones en el pueblo. Iba y venía a ver a Lucrecia y cuidaba a mi padre que ya ni me reconocía. Lucrecia, lentamente, iba mejorando. Tenía muchas lesiones y varias fracturas, pero los médicos me repetían: Es una mujer joven y fuerte; saldrá bien de esta. Cada tarde, intencionadamente, merodeaba aquella casa de la Calle del Río. Había algo en ella que me atraía, pero creo que más que nada una especie de instinto maternal hacia el pequeño Miguel, aquel niño que, no sabía por qué, consideraba como pertenencia y responsabilidad y con el que deseaba encontrarme, cosa que no era frecuente.
Eran largos aquellos calurosos días de junio que pasé con vacaciones en el pueblo. Iba y venía a ver a Lucrecia y cuidaba a mi padre que ya ni me reconocía. Lucrecia, lentamente, iba mejorando. Tenía muchas lesiones y varias fracturas, pero los médicos me repetían: Es una mujer joven y fuerte; saldrá bien de esta. Cada tarde, intencionadamente, merodeaba aquella casa de la Calle del Río. Había algo en ella que me atraía, pero creo que más que nada una especie de instinto maternal hacia el pequeño Miguel, aquel niño que, no sabía por qué, consideraba como pertenencia y responsabilidad y con el que deseaba encontrarme, cosa que no era frecuente.
Mi
mayor y urgente decisión, pedir excedencia unos meses. Decisión a la que me
veía abocada por mi padre, que empeoraba
por días, y por la situación de Lucrecia
Los días pasaban y mis vacaciones tocaban a su fin. Don Mariano, nuestro
médico de familia de toda la vida, que me inspiraba gran confianza, fue el que me sacó de dudas, intuyendo, creo yo,
mi enorme indecisión: La enfermedad de tu padre, como sabes, tiene los días contados: lo veo muy mal. Y así fue: mi padre murió, dejándome en una
situación de soledad tremenda. Mi hermano estuvo unos días pero no podía quedarse: Llámame, si me necesitas. Sabes que puedes
contar conmigo para todo.
Llevaba
tiempo pensando que debería proponer a Lucrecia que viniera a vivir conmigo… Y
así lo hice una tarde, al pie de su cama
Había mejorado mucho. Vestida
con un pijama azulón, y con visibles cardenales por todo el cuerpo, me esperaba
sentada en un sillón junto a la cama. No hubo palabras de cumplidos saludos, tan sólo un abrazo con
muchas lágrimas del que nos separó un colega y amigo: ¡Ya está bien!
–exclamó- ¡Vaya par de lloronas! Lucrecia,
sin dejar de enjugarse los ojos, fue la
primera en hablar: Me he enterado de lo de tu padre. Lo siento mucho.
Parece que lo estoy viendo… ¡Mira lo que te traigo! –exclamé queriendo
apartar recuerdos y sacando de mi bolso un pequeño teléfono móvil- pero no es
para tu Miguel, sino para ti. Así podremos hablar desde cualquier lugar que nos
encontremos. Lucrecia, disimulando una gran emoción, soltó una estrepitosa
carcajada: ¡Pero si yo no sé manejar estos cacharros! Es sencillo; verás que
pronto aprendes. Tenemos que hablar –dije sentándome junto a ella. ¿Fue aquel hombre, verdad? –le pregunté directamente-. Me
costó trabajo, pero al fin, Lucrecia me confesó la verdad: sí, me la
tenía sentenciada. No soportaba el que lo despreciara, cuando vivía mi madre y
mi abuela. No quise que entrara en mi cuarto; le cerré la puerta. Se volvió
loco. Yo quise escapar, pero con la corbata medio me ahoga. ¿Qué más te voy a contar?
Me dejó medio muerta. Mi niño me descubrió… Si no hubiera sido por él…
Lucrecia
rompió a llorar enterneciéndome de tal manera que también yo, presa de
tantos sentimientos contenidos, sentí que me derrumbaba, y mis lágrimas se
aunaban con las de ella, fundidas en un abrazo. No pienses más en ello –dije
al fin-. Ahora debes recuperarte y ponerte fuerte. ¿Sabes que lo busca la
policía? Tú eres una mujer buena y desgraciada. Nadie puede hacerte
daño. ¿Sabes qué tengo pensado? Limpiándose los ojos y dibujando una sonrisa, exclamó: ¡A saber
qué tengas pensado! Todavía guardo la
caracola, y seguro que tú sigues oyendo el mar, sin mar, y sigues subiendo
al palomar, sin palomas, para hablar con
Dios, sin Dios.… He pensado que, cuando salgas de aquí, te vas a venir a
vivir conmigo… Buscaremos colegio para tu Miguel…¿Pero qué dices? –me
interrumpió- ¡Ni lo pienses! Volveré a la que ha sido siempre mi casa y buscaré
trabajo… ¿Volver, de nuevo a aquella casa? No te preocupes por mí; se lo que me digo y sé lo que haré...
2 comentarios:
Menudas experiencias has tenido, lo importante es que siempre has sido valiente,luchadora y de gran corazón. Un abrazo.
Gracias, amiga comentarista. Parece que tú sola lees el blog y sin embargo hay cientos de entradas. Un beso grande
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