Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

25 nov 2021

DÍA MUNDIAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO


DÍA MUNDIAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GENERO

Queridos amigos: no podemos dejar pasar este día sin reivindicar, cada cual a su manera, este día contra la violencia de género.

Empiezo por una breve aclaración sobre el por qué y el  desde cuándo se celebra este día el 25 de noviembre.

 

El porqué de la celebración del Día Mundial contra la Violencia de Género el 25 de noviembre de cada año, se debe porque en este día, pero de 1960, tres hermanas, Patria Mercedes Mirabal, María Argentina Minerva Mirabal y Antonia María Teresa Mirabal, fueron asesinadas en la República Dominicana por orden del gobernante dominicano Rafael Trujillo. 

Las hermanas Mirabel lucharon duro para terminar con la dictadura de Trujillo. Activistas por los derechos de las mujeres decidieron celebrar desde 1981 un día contra la violencia en el aniversario de la muerte de estas tres mujeres.

Años más tarde, el 17 de diciembre de 1999, la Asamblea General de la ONU designó el 25 de noviembre como el Día Mundial contra la Violencia de Género, día que también suele nombrarse como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Yo añado: contra el hombre, contra los niños, animales y contra todo aquello que implique algún tipo de violencia. 

Y añado un breve relato, que ya algunos conocen, del que fui testigo

 

Mujer Maltratada

Corrían malos años aquellos. Mi residencia, una habitación alquilada en Córdoba, en una mala casa de huéspedes.  Permanecí en ella, hasta que nació mi primera hija, pero jamás podré olvidar a una mujer maltratada: Encarna, mujer silenciosa, trabajadora, pareja del dueño de aquella fría, incómoda y destartalada vivienda, con cuatro hijos pequeños, de sol a sol, prestaba servicio a todos: limpieza, cocina, ropas…  Y en sus labios siempre una palabra amable, una sonrisa, un gesto humilde. 

No obstante, en su rostro azulado podía adivinarse el sabor de muchas lágrimas calladas, de muchos miedos soportados, de una inmensa marea de interrogantes que le reventaban el alma sin respuestas. 

Una noche y otra, yo la escuchaba, a través de las paredes, suplicando, llorando: ¡no me pegues! ¡No, en la cabeza, no!  Y escuchaba golpes acompañados de voces brutales de aquel hombre que, celoso y medio borracho, la agredía, la humillaba, la maltrataba. 

Recuerdo que, me tapaba la cabeza con aquellas sábanas de lienzo moreno, como si me protegieran de tamaña barbarie, pero mis noches se tornaban horas de insomnio en las que mi corazón estallaba en fuertes latidos de rabia, impotencia… dolor. 

Por la mañana, Encarna madrugaba y sin apear la sonrisa de sus labios, servía el desayuno, llevaba sus hijos al colegio. Suspiraba; solo suspiraba y disimulaba con un potingue cardenales de cara y brazos.

Y yo, casi una niña, y en años en los que nada se podía, ni se sabía qué hacer, compartía en silencio su dolor. Un día me fui de allí. 

Al despedirme le dije, y fue la primera y última vez que me di por enterada de su gran drama: no te merece; vete. Y ella, con lágrimas que se escapaban de sus ojos, cansados, solo respondió: ¡mis hijos, maestra, mis hijos!

 

Estas hojas sin color, mi pequeño homenaje y mi gran reivindicación de lucha contra esta violencia que, sin piedad, agrede, maltrata…, mata.

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19 nov 2021

RELATO/ EL ÁRBOL DE LOS BESOS



Una mujer viuda, sin saber qué nuevo camino tomar, tras la muerte de su compañero, paseaba cada día por un hermoso jardín donde se evadía entre los árboles y las flores de sus tristes recuerdos.  Al pasar por un árbol de tronco corpulento se dejaba caer sobre él y lo besaba, admirando su fortaleza y grandes ramas que se alzaban majestuosas.

Un día, la mujer, sin olvidar a su compañero de tantos años, con la punta afilada de un cortaúñas, escribió su nombre en aquel gran tronco y cada día se detenía allí y lo besaba.

La mujer se decía al depositar cada día su beso: ¡qué pena que el árbol no pueda saber cuánto lo quería y cómo agradezco su sombra y  la frescura de sus frondosas ramas! Es tan grande y poderoso que mi beso es más pequeño que el paso de cualquier hormiga de las que tantas hay por entre sus cortezas

No obstante, la mujer persistía en su empeño. Y cada vez que pasaba junto a él en su diario caminar, a la altura de sus labios, besaba repetidamente la corteza del árbol, donde cada día se iba escondiendo por la intemperie el nombre de su compañero  

Y sucedió que un día, cuando ya apuntaba la primavera, una mañana, sorprendida la mujer observó cómo justo en el sitio de sus besos empezaba a despuntar una pequeña rama que día a día crecía hasta que una mañana, de la rama brotó una florecilla, y de ésta una semilla que cayendo a la tierra creció en nuevo árbol.

La mujer, a partir de entonces, en su diario caminar, besaba cuantos árboles encontraba en su camino al tiempo que se repetía: pasó  de vivir conmigo a vivir y multiplicarse en mí

 

 

 

10 nov 2021

8 nov 2021

No sé...

No sé si hoy he deseado volver a nacer, a ser aquella niña de juegos y cuentos, de sueños y fervores, feliz con una libreta y un lápiz, aquella niña que hablaba con la veleta, con la luna, con las gallinas... o si por el contrario, aquel  manantial de sueños, proyectos, fervores, sentimientos, amores... extinguido por el rodar de caminos de amapolas donde ortigas entrelazadas, punzantes, y dolorosas, han sacudido su maleficio sobre mi piel, inocente, tierna, brisa en calma, he deseado dormir sin pesadillas, sin dolorosos despertares, perdida y olvidada en la nada.

 

No sé si hoy he deseado cumplir veinte años y con la mirada puesta en las manos de un dios que me llamaba, volar al mundo negro donde el llanto de niños moribundos me esperaba y una cama de paja, y un manto de estrellas por abrigo y una sinfonía de grillos, búhos y ayees de humanos sufrientes, por arrullo de sueños imposibles.

 

No sé si hoy he deseado un altar, una cola, un velo y un... sí quiero...

 

No sé si hoy he deseado, tras años vividos tratando de conocer y olvidar, estar lejos de este mundo de mentiras, picardías, injusticias, envidias y trampas, lejos, muy lejos, echando cerrojos en puertas y ventanas, y volar para tal vez no volver más.

 

Pero como si cada palabra que escribo se tornara de un rojo sangre, tengo que rectificar, porque hay un mar azul, un océano de aguas limpias donde beber sin miedo a pócimas envenenadas, sumergirte en ellas sin miedo a engañosos cantos de sirenas, a navegar sin amenazas de vientos huracanados que te arrastren, sin medusas que te hieran...

 

Y en cada palabra que rectifico nace un nombre: hijos, nietos, hermanos, amigos..., lunas blancas, estrellas siempre luz en mis horas de horizontes perdidos... 

 

Mis dudas y deseos de hoy se han desvanecido como la espuma de las olas en la orilla de las playas y en este soleado día, quiero esperar   primaveras y muchos otoños, y esperar manos, besos, palabras... 

No, no voy a borrar, pero quemo, pisoteo, cada lágrima, propiciada por el desamor y la injusticia y la mentira y las trampas humanas, y pulverizo cada desesperanza, porque de   todas las heridas solo quedan el rescoldo, el leve escozor de las heridas, de las ausencias. Me  aferro  a este presente  el gran tapiz de   belleza, de  arte, de   creatividad, de  amor que seguiré buscando, dando y recibiendo

Isabel Agüera 6 de noviembre de 2021.


Y niños felices a mi alrededor.



5 nov 2021

CAMINOS ROTOS

Él, anciano de pelo muy cano que le rebasaba el ala de un  viejo y destartalado sombrero, cuerpo voluminoso y pesado, mirada grande, entre pestañas blancas palabras torpes, murmullo no obstante de caricias infinitas que a su modo se traducían en miradas y sonrisas, más bien oscuras. Pasos cortos, torpes, macilentos, viejos… Manos, agarrotadas por una galopante artrosis, agarrado a un duro palo, caminaba 

Ella, rebosante de carnes grises,  blandas, temblorosas, en un sillón de ruedas, apenas hablaba, apenas se movía, apenas rastro de ser humano, bulto vegetal que, de vez en cuando, mascullaba ininteligibles y agrios  sonidos.  

  Él y ella, inquilinos, por caridad, de una mísera habitación por casa. Matrimonio de toda una vida, cargados de hijos, en soledad y abandono, convivían. 

Ella, estática, eclipsada, perdida… ¡Sabe Dios!  

Él, amor a flor de piel escuchaba y respondía a sus exigentes silencios e incansables urgencias: 

-Sí, ya te voy a dar de comer. Ya te voy a lavar, a peinar, a poner guapa. ¡Ya voy! ¡Ya mismo voy!

Él y ella, a veces, en silencio, se miraban, como queriendo reverberar, con fervor de lágrimas, migajas de recuerdos, voces ahogadas, silencios de años… Caminos rotos.

Y yo pienso cuántos caminos rotos, y no por enfermedad, sino por egoísmo, por el 

hedonismo que domina a esta sociedad en la que un móvil, por ejemplo, es más importante que una persona.

Queridos  amigos, reconstruyamos, en lo que podamos, caminos torcidos, rotos dónde vuelva a crecer la hierba y por donde sea posible caminar sin miedo a las espinas

4 nov 2021

TIEMPO DE ACEITUNAS



Olivares de mi tierra

Buenos días, amigos: gracias, de nuevo, por vuestros comentarios y buenos deseos.  

Hoy, nos trasladamos a mi pueblo, a mi casa, que es la vuestra, donde en alborozo infinito, nos preparamos para recoger la aceituna para el uso de casa.  Leed que os vais a encontrar allí, conmigo, con los vuestros y con los míos, porque todos, en años de la posguerra, vivimos cosas similares en cualquier pueblo, en cualquier casa.

 

Mis queridos nietos y nietas: parece mentira pero ya casi todos sois mayores de edad, os habéis sacado el carnet de conducir, mi Amalia ya es maestra, mi Gonzalo, profesor de Inglés con su bonitas y gran Academias, mi Ángela, empeñada en ser enfermera, mi Isabel María, estudiando también Magisterio, mi Javier persiguiendo un sueño que  seguro hará realidad: ser actor y los tres más pequeños, estudiando en el Instituto.

Con esto quiero deciros, lindos míos, que ha llegado la hora de que conozcáis, algo de cómo fue el pasado y de cómo lo vivió vuestra abuela. Os gustará y, sobre todo, comprobaréis cómo para ser feliz, no hacen falta tantas cosas como tenéis ahora. 

¡Venga, vamos a leer!

 

DÍA DE LA ACEITUNA 

Villa del Río, un pueblo de olivares, se adelantaba a la recogida de aceitunas con la costumbre familiar, entrañable, de organizar cada año, en torno al Día de los Santos, la cogida de aceitunas que, en distintas variedades, se preparaban diestramente en las casas y servían no sólo de aperitivo, sino que constituían un suplemento alimenticio para todos.

El evento conllevaba todo un ceremonial que enloquecía a los pequeños: un borriquillo, sacos, varas y el canasto de la comida que era el mayor aliciente y que la mayoría de las veces consistía en un rico canto de pan con aceite, aceitunas y unas tiritas de bacalao. 

¡Qué inolvidables días aquellos! Personalmente los disfrutaba percibiendo de forma muy singular, no sólo el ritual que consistía en el vareado de olivos por el manigero de la familia y la recogida de aceitunas por mujeres concertadas para tal fin, sino que me gustaba perderme por aquellos campos perfectamente alineados y cuidados de gigantescos olivos, arco iris de soles y sombras. Me sentía como inmersa en otro mundo. y recuerdo que, como hacía siempre y dada, desde muy niña, mi afición a escribir, plasmaba, en el cuadernillo que no se caía de mi bolsillo, las sensaciones de aquellas horas y que resumía en palabras, olores, sonidos, interrogantes que me situaban en el delirio del tiempo: ¿qué sería de mí cuando pasasen diez años? Diez años para una niña era como toda una vida, y entre mis precocidades, la existencia me preocupaba. Sí, era como estar y no estar, como soñar y despertar. Y los olivos, doblados de aceitunas, con su clásico olor a verde duro, fuerte, resistente, me rozaban la piel, y la tierra, bien labrada, casi blanca, me hablaba de extraña belleza, sencillez, nobleza, principio y final de todos y las voces de mis hermanos me sonaban a perdidas en el espacio que yo no conocía, y un cielo rechinante de sol me llamaba a vivir, a correr, a esperar...   

A la caída de la tarde, el crepúsculo, más bien frío y el regreso. Por el camino, las campanadas del Ángelus, que no detenían unos instantes que eran como la llamada al rezo, a la calma y al final del día. 

Después en las casas, y durante días, venía la parte más festiva: separar las aceitunas y clasificarlas en negras, moradas y verdes. En el destino de esta clasificación estaba la diestra sabiduría popular de cómo aderezarlas: partidas, rayadas o enteras. 

Tal vez era la rutina de los días, rota por cualquier pequeño acontecimiento como éste y que tenían en común, con todos los que se protagonizaban, la concentración de familia y participación de gente afín a ella, lo que tanto celebrábamos los niños, y tendré que insistir en el hecho de reivindicar que si bien la familia ha cambiado en muchos aspectos, los niños de todos los tiempos siguen siendo felices, cuando unidos a padres, tíos, amigos comparte vivencias por sencillas que sean.  

Recuerdo cuánta ilusión me hacía la llegada de mis tíos, procedentes de Córdoba y que, con motivo de la cogida de aceitunas, se desplazaban al pueblo. En el comedor de casa y después de la comida, hacían cuentas entre sorbo y sobo de aquel café que goteaban en maquinillas colocadas sobre los vasos y que con su mijita de anís aromaban el ambiente de calidez entrañable. Me gustaba merodear por allí cerca de la familia reunida. Creo que era uno de los grandes alicientes que para mí tenía la vida era éste: ver y sentir mucha familia reunida. Al igual que ahora, al igual que será siempre.

Y las tinajas de aceitunas quedaban en las despensas, con sus tapaderas de madera y aquel olorcillo del romero, el orégano y el hinojo que tan típicos eran  y que impregnaban todo de olores y sabores de la tierra.

 

Olivares de mi tierra, centenarios campos que sombrean la blanca tierra y aroman de vida los campos. ¡Quién pudiera ser como ellos: resistentes, sufridos, cálidos, productivos…!