Lunes 22 de mayo de 2023
Buenos días, amigos: por fin disfrutamos de truenos, lluvia y hasta fresco que a mí me llevó a encender la estufa algún rato.
Para hoy tenía preparado el capítulo de la novela, pero ayer fue un día muy movido, muchas veces coger y dejar el aipad y en una de esas veces, el capítulo, borrado. No sabéis el tiempo que le dedico a resumir los capítulos sin que se pierda coherencia. En fin, tendré que hacerlo de nuevo y recurro, para hoy, a un breve escrito de un diario que suelo escribir. No sé qué os parecerá, pero no importa. En ese privadísimo Diario solo escribo para mí, y hoy comparto con vosotros una página que puede ser reflexión para todos.
SEGUNDOS
Anoche, caí en la cuenta de que de los 86.400 segundos que tiene el día, hay 5 o 6 que desde hace muchos años repito invariablemente cada noche y cada mañana con idénticos pensamientos. Sí, algo que, de una manera o de otra, hacemos todos. Puede parecer una simpleza, pero no lo es para mí.
Por lo general, me duermo en el sillón sobre las diez. A veces me despierto tan tarde que me voy, casi sin abrir los ojos, derecha a la cama, pero casi siempre, leyendo, oyendo música o entusiasmada con la creación de algo, me pueden dar las dos o las tres de la madrugada, sentada en la cama, pero hay unos segundos, finales del día, tan iguales años y años y tan importantes, al menos para mí: dejo bártulos en la mesilla, cojo una crucecita, que tiene casi tantos años como yo durmiendo sin moverse de mi mano, pulso el mando de la luz y en la oscuridad absoluta, me siento tan sola, tan nada, tan en manos del destino, de un sueño que no sé si despertaré, que de mi corazón brotan unas palabras por si un Dios me oyera: despiértame, deja que un día más pueda pulsar el mando de la luz y despertar en nueva mañana. Y en paz me entrego a mi incierto futuro.
Segundos, tan solo eso, segundos de los 86.l400 que tienen veinticuatro horas, pero los más importantes de los días, porque ellos representan, en dos clips, vida y muerte.
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