Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 oct 2020

Homenaje a la mujer

DIARIO CÓDOBA / OPINIÓN HOMENAJE A LA MUJER Fue un diez de marzo, cuando una mujer, mi madre, moría en un hospital de nuestra ciudad, cuando los ciruelos japoneses y los pájaros emigrantes eran ya preludio de eminente primavera. Hoy, para celebrar el Día de la Mujer quiero evocar su recuerdo y con él, rendir homenaje a una generación de mujeres que, como ella, no tuvieron más opciones que las marcadas por la tradición, predicadas por la religión y asumidas sin más alternativa ni posibilidad de elección. Vidas y muertes de electro encéfalo plano: casarse, tener un montón de hijos, trabajar sin descanso en el hogar y poco más. Hay quien opina que se trataba de una deferencia heredada de los hombres hacia la mujer, al asumir ellos los trabajos duros del campo --algo que también competía, por cierto, a las mujeres--, el ir a la guerra, llegado el caso, como llegó, etcétera. Impensable  preguntar a la mujer si tal privilegio era o no era de su elección, ¿Acaso el hecho de parir hijos, criarlos, llevar a cabo los trabajos caseros eran "versos" de arte menor? Me siento, no obstante, orgullosa de mi madre que, por católica --en palabras de ella misma-- tuvo nueve hijos a pesar de su pésima salud, administró el gran llavero de todas las estancias de la casa, etc. Pero fue mujer adelantada a su tiempo: era solidaria con los pobres, leía novelas, tocaba el piano, era soñadora... La recuerdo en los últimos años de su vida, con un rosario y un libro siempre entre las manos. Para ella, y para todas las mujeres, mi más sentido homenaje en este día en el que, en frase de un escritor argentino, el grado de civilización de un pueblo puede juzgarse por la posición social de la mujer. Mucho camino andado pero quedan todavía muchas luces que encender y muchas que apagar.

20 oct 2020

SER Y TENER

DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN SER Y TENER ISABELÑ AGÜERA Las palabras de mi padre siempre han sido como una constante en mi vida, constante que se me activa, como potente alarma, cuando mi pequeño arcaduz se engrana a la gigantesca noria de la normal y necesaria convivencia. Hay que aprender a vivir con los demás, decía, siendo personas respetuosas, trabajadoras, responsables, educadas y consideradas, pero, hay que educarse para tal fin, porque no vivimos solos en una isla sino en la gran casa del mundo. Y nos entrenaba, a los siete hijos que éramos, en serlo, ante todo, con el ejemplo y con sencillas prácticas que nos situaban en el umbral de una madurez social productiva, colaboradora y respetuosa con todos. Hoy día, más que nunca, el ser persona, con los atributos que mi padre reivindicaba como fundamentales en la necesaria convivencia, para una inmensa mayoría va tan íntimamente ligado con el tener quedando el ser prácticamente obnubilado, perdido entre la inmensa marea que nos arrastra hacia la carrera vertiginosa de la comodidad, la libertad, consumo y competitividad como único camino hacia el ser alguien. El deseo de poseer ha pasado a tan primer plano social que andamos convencidos de cómo, para que nos tengan en cuenta y ser valiosos personajes de este gran teatro del mundo, tenemos a toda prisa que acumular los mejores y más costosos productos del mercado. ¡Necia filosofía la del tener! Por mucho acumular bienes, jamás será verdad. El tener se basa en algo que se consume con el uso, o que puede llegar a estorbarnos o, la mayoría de las veces, a provocarnos angustia por miedo a perderlo. El ser, por el contrario, con el diario rodar crece y aumenta y se nos hace grande con la práctica. Es decir si somos lo que somos, si llegamos hasta donde podemos, si nos esforzamos por mejorar, si aceptamos nuestras limitaciones y nuestras actitudes ante los demás se tornan generosidad, amabilidad, delicadeza, etc. estaremos alimentando la savia que nos mantendrá en una existencia placentera, segura y libre. “No confundamos el tener menos con ser menos, tener más no significa ser más. Tampoco confundas lo que posees con quien eres”. *Maestra y escritora

7 oct 2020

En este valle de lágrimas

DIARIO CÓRDOBO / OPINIÓN ISABEL AGÜERA Eran las tres de la madrugada, cuando murió, allá en el pueblo, mi vecina, madre de unos pocos hijos. Recuerdo que me despertaron los espantosos lloros de aquellas criaturas golpeadas por tan repentino y terrible dolor. Yo era tan sólo una niña que ni tan siquiera, ante el natural desvelo de mis padres, podía declararme despierta, asustada, con acuciante necesidad de una explicación: ¿por qué había muerto aquella mujer, madre de siete hijos? Y aquel llanto se quedó grabado en lo más profundo de mi alma. Después se fueron sucediendo muertes de seres queridos, y una especie de lágrimas sin tregua y de miedo torturantes se ubicaron en mi alma durante gran parte de mi vida, pero hoy, sin haber perdido la dimensión del dolor que supone esa separación, esa partida de los que amamos, creo sinceramente que la muerte no es algo tan aterrador que nos sitúe siempre al borde de la desesperación, de las lágrimas... «La muerte es algo que no debemos temer -dice A. Machado- porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». No obstante, nuestra provisionalidad. nos instauramos en los días como si fuéramos eternos, y luchamos por causas tan perecederas que ni tan siquiera valen un ápice de nuestro breve y precioso tiempo. Mientras vivimos caminamos hacia la muerte, pero ni debemos vivirla como obsesiva realidad, ni olvidarnos de ella, hasta el punto de que nos sorprenda en el camino. Nos educan, nos educamos y educamos para vivir, pero, ¿cuándo y cómo aprendemos a aceptar nuestra condición de mortales? Miedo a la muerte, no. Miedo al dolor, miedo a perder los días, miedo a no ser conscientes de que las hojas de nuestro almanaque, sin remedio, van caducando, sí. Existe una paz indescriptible: la de pensar en la muerte con absoluta tranquilidad de haber cumplido, aceptando fallos, errores... porque somos humanos pero estamos capacitados para evitar el daño que tantas veces causamos a los demás, y no por pensar distinto, algo que nos pertenece en libertad, sino porque tras nuestras palabras, a veces, se esconde la envidia y el rencor. Un pensamiento, para terminar, que me parce extraordinario: La muerte no es la mayor pérdida de la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos Norman Cousins