¿Lo cuento o no lo cuento?
La verdad es que me da algo así como yuyu, volver a sentir, recordar, lo que me sucedió hace unos días. Sí, lo cuento, aunque es la primera vez que lo hago. Hay quien piensa que a mí no me pegan esas cosas, que estoy por encima de ellas. Pero no, yo soy un ser humano y como tal, carne de debilidades, de problemas, depresiones y, como en este caso, presa de algún que otro ataque de pánico.
Llevaba días con la agorafobia a tope: miedo a salir, a pisar el umbral de mi puerta. No obstante me dije: ¡Venga, levántate y anda! Una tarde de tanto sol y aquí hasta que llegue la noche, viendo, como en un coche parado pasar la vida sin formar parte de ella, ¡no, no y no! ¡A Carrefur a comprar o mirar, pero a escapar de esta especie de agonía!
Y, nada, cogí el coche y allá que me fui. Agarrada a un carrito de la compra, me armé de valor y me dispuse a ver libros. De pronto, un vahído y me parece que veo nublado. Sí, ante mí una espesa niebla.
Me limpio las gafas, pero todo sigue igual. Pienso: algo me ha dado y estoy perdiendo la vista. De pronto, noto el corazón en las sienes: tengo taquicardia, y me noto manos y pies helados. Me pregunto: ¿Qué me está pasando? No debe ser nada.-me digo-. Respiro hondo y trato de seguir. Un fuerte vértigo medio me tira a una estantería. Me ahogo. Me siento un fuerte dolor en el pecho. Casi no puedo respirar. Me detengo unos instantes, pero, queriendo dar normalidad a lo que me está sucediendo, sigo caminando. Llega un momento que casi no veo, que tiemblo, que no me puedo sostener en pie, que no me puedo concentrar, que me siento una tremenda ausencia, impotencia...
Más bien robotizada busco a dónde sentarme. Noto que se me va descomponer el vientre. Me escondo la cabeza entre las manos para ocultar unas lágrimas y pienso que me muero, que nunca más volveré a mi casa, que nuca más volveré a oír en las madrugadas el piar de los pájaros ni ver la salida del sol, ni veré a mis hijos...
Lloro sin consuelo. Alguien me pregunta: ¿Le sucede algo? A punto estoy de pedirle que llamen a una ambulancia, pero estoy tan sumamente bloqueada que solo digo: no. Gracias. Allí, haciendo como que busco algo en el bolso, apenas pienso. Siento, eso sí, que me muero, que no puedo moverme, que por más que lo desee no podré llegar a mi coche….Parece como si de pronto se me hubieran multiplicado los años, hubiera envejecido tanto que nadie me va a reconocer.
Me suena el móvil y cuando, como un alivio trato de sacarlo del bolso, la llamada se corta. Solo puedo leer: desconocido. En la pantalla del móvil la imagen de mi nieto de tres añitos. No lo veo bien. Vuelvo a limpiarme las gafas, pero nada cambia: la niebla que me envuelve me está asfixiando. Se me ocurre hacerme una foto con el móvil para comprobar mi estado.
Me sorprendo al verme de buen color, favorecida con mi camiseta azul, y, eso sí, algo despeinada. Me animo un poco. Me digo: No estoy tan mal. Debo respirar hondo y tratar de tranquilizarme. Alargo la mano y cojo un libro. Disimulo hojeándolo pero lo que en realidad hago, y es lo único que puedo hacer, es mirar y mirar la carita de mi nieto en el móvil, tan inocente, tan sonriente… Y sigo respirando hondo, despacio…
Saco un caramelo y un pequeño terrón de azúcar que llevo siempre en el bolso. Casi que me trago las dos cosas, pero la supuesta niebla se me empieza a disipar. Sí, empiezo a ver más claro. Me tomo el pulso y me cuento las pulsaciones: noventa. Me digo: Estoy ya mejor. Me pongo de pie y agarrada al carrito llego, al fin a mi coche. Antes de entrar, un amigo me sorprende: ¡Hombre, Isabel, cuánto tiempo! ¡Y qué bien te veo! Por ti no pasa el tiempo, etc.
Llego a mi casa. Una de mis hijas al teléfono: Mamá; dentro de un rato voy. El chico no para de decir: “¡A casa de la abela”!
Mi alegría es inmensa. No, no contaré nada de lo sucedido. Mi chiquitín, el de la pantalla del móvil, me devuelve la alegría y casi, casi, la vida.
Amigos: Como en el caso de la depresión, os aseguro que no invento nada. Más bien me quedo corta, pero la vida sigue en un constante vaivén de altos y bajos; es lo normal para todos.
Desde mi poca cosa, te animo y te digo: No, no eres tú solo el que padece estos ataques feroces de pánico. Hazte, al menos, una foto y verás que lo que te sucede no está en tu rostro sino en tu mente. Levántate, pues, “agárrate” a lo que puedas y camina. Seguro que "un nieto" , alguien te está esperando.
¿Le doy a publicar? Sí, le doy. ¿Para qué si no un blog? ¿Para contar bonitas historias? Mejor, creo yo, y como digo en mi mensaje de saludo, para contar las creaciones de cada instante. También un ataque de pánico se puede contar como creación. Así que, ¡hala, publicar!
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