Continúo con Historias de Ayer y termino con este capítulo
El pueblo es como un reino de tinieblas sin
rastro de vida. Centellean pupilas de gatos, ladran perros en las eras y
como una bocanada de dolor que hiriera
la noche se escuchan pasos fantasmagóricos que arrastran cadenas en un denso
misterio que se adueña del viento y se deslizas por corazones que duermen en un
alerta infinita de soliviantos.
Por las mañanas, cuando el
sol apuntando sus primeros fulgores en la torre de la ermita, baja al pueblo y
se cuela por persianas y puertas, la gente se
precipita a la plaza, y en
contagioso trance, rumian sus desbordadas fantasías: rojos que bajando de la
sierra han asaltado tabernas, fantasmas que han sorprendido a obligados
viandantes nocturnos, aparecidos que penan por promesas incumplidas, demonios
que se ceban en víctimas arrepentidas de viejos pactos infernales.
De madrugada, al
anochecer, a cualquier hora un estallido de sobresaltos, de malas corazonadas,
de angustiosos suspiros, saca a la gente
a la calle: ¡El tío de los algodones! La
última respuesta a los mil caminos clausurados. ¿Un fantasma? ¿Una duda? ¿Un
escape? ¿Una necesidad?
Corrillos histéricos
comentan, como si vomitaran una indigestión de miedos, de secretos,
augurios, torturadas pesadillas: El tío de los algodones ha vuelto a violar;
el tío de los algodones ha vuelto a aparecer…
Y el tío de los algodones,
fantasma de los días sin sueños, fantasma de tantas pasiones reprimidas, de
tantos miedos cosechados en la cruel contienda, fantasma de la fantasía deambula por patios y corrales,
quebrantando voluntades, profanando mujeres casadas y casaderas.
Y se persigue aquí y allí,
acusado por víctimas en suspiros de
recatada expectativa. Y las campanas del convento alertan. Guardias civiles y
hombres acordonan casas, calles… Mujeres en balcones y ventanas contienen el
aliento en una contradictoria interrogante, en un discreto sigilo. Y los niños,
con ojos hundidos en el alma, se agazapan en las faldas de madres y abuelas.
Y el tío de los algodones
se esfuma siempre con el viento, dejando
el vacío de horas de nadie y que a su conjuro se tornaron espectrales,
provocando el galopar de corazones eclipsados en otro tiempo y olvidados del
ritmo festivo de los días.
Y vuelve aparecer otra
madrugada, otro atardecer, cuando las horas pasmadas por una luna redonda que
amarillea sombras, vuelven a la transparencia sutil en cósmico temblor. Pasan
semanas y meses. Cada domingo en la Misa de siete en el convento se casan
mujeres embarazadas, víctimas del tío de los algodones.
Y nacieron hijos, hombres de hoy que, con la cabeza bien alta, pueden
proclamar la paternidad que los engendró: malos tiempos, pocas esperanzas,
obligada creatividad de un pueblo que, entre aluviones y cenizas, se rehace
para volver a ser corriente de un río joven que retorne a la vida, la plaza, la
ermita, las fiestas…al ayer, al mañan
De mis recuerdos de niña,
aquel fantasma de algodones y cloroformos. Y en mis reflexiones de madrugada,
¡cuántos fantasmas en nuestro presente que sin algodones ni cloroformos, sin
sábanas ni cadenas, a cara descubierta, violan, roban, matan!
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