Hoy, un relato real. Lo presencié y creo que entenderéis a dónde me llevó mi reflexión que hasta puede que alguien no coincida con ella, pero, de antemano, mi respeto.
Sábado. Dos de la tarde. Mediados de enero. En una soleada terraza, abarrotada de gente, una celebración en la que bebidas y alimentos sobrados se simultaneaban con palabras, risas, brindis… Como allanado morada, irrumpió un chaval, no más de quince años, bien parecido, limpio y con evidentes rasgos de disminución física. De mesa en mesa, extendía la mano y pedía unas monedas.
De la celebración, una mujer, que fumaba, bebía y saboreaba una gran copa de helado, sintiéndose solidaria y compasiva, exclamó: ¡¡anda, pide en la barra un café que yo te lo pago!
El muchacho, con ingenua sonrisa, exclamó: ¡si lo que quiero es unan relato coca-cola! Tengo sed.
La mujer, en tono desabrido y desafiante, exclamó: ¡ah, no! Si tienes sed, bebe agua; en el río es gratis. Yo no pago caprichos.
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