Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

25 sept 2010

Sombra de ciprés


Sombra de ciprés


Todas las mañanas en mi paseo al jardín, me detengo unos instantes debajo de unos cipreses.

Alguien, al cruzarme, ha exclamado: ¡Vaya gusto, niña! ¿Por qué no eliges otro árbol más alegre?

Una sonrisa por respuesta.

¿Cómo explicar que mi ciprés tiene la voz que un día no tendré oídos para escuchar?

¿Cómo explicar que mi ciprés tiene el color y el olor que un día no podré percibir?

¿Cómo explicar que mi ciprés será la única sombra amiga que me cobije, cuando para todos sea olvido?

Hoy, a tiempo en mis paseos, quiero acostumbrarme a su sombra, a su olor, al sonido del viento al
encaramarse en la cúspide de sus ramas

¿Cómo entender tan variopinto lenguaje, tan maravillosos sinfonías después, si no los conozco ahora?

Árboles

¡


DECIDME algo, árboles silenciosos! Quiero entender vuestro lenguaje. Quiero comunicarme con vosotros, mis amigos.


Tal vez vuestra voz sea este soplo de aire fresco que corre entre ramas y tanto me reconforta.

Tal vez vuestra voz sea la bravura de estos leñosos troncos que me sirven de apoyo en mis fatigas.

Tal vez vuestra voz sea el silencio que hace posible la transparencia de vientos, pájaros... pasos.

Tal vez vuestra voz sea la mía. ¡Quién sabe!

¡Gracias, gracias, árboles amigos! No profanaré vuestra voz de silencios; dejaré, eso sí, que otras voces se hagan sonidos en el jardín de mi vida.

¿Me entendéis? Yo creo que sí.

Siempre en mi vida árboles, y yo notando por mis pulsos el estribillo alborozado de su savia virgen, alimentando con su mejor néctar el manantial hirviente de mi sangre.

Siempre árboles en mi vida, y yo queriendo acariciar su misterio, siempre.

23 sept 2010

Llega el Otoño


Querido amigo/a: Esta madrugada pensé en ti. Una extraña sensación de mi nada, confundida con la grandeza y nada de todo y de todos, me extasiaba en mi terraza. Es el otoño que llega, es el autobús que pasa, es el perro que ladra, la hoja que cae. el papel que vuela, mis jazmines en flor, la luna llena que, en filigranas de nubes, se despide de la noche...

Es la vida que sigue en sus vaivenes, pequeñas y grandes olas, que nos marean, unas veces, que nos refrescan y reconfortan, otras. Emociones en las que encuentro huellas que no pertenecen a calzado humano y me provocan mareo de interrogantes que acallo con un darle cuerda a la creatividad, al amor... Y seguir.
Feliz otoño y un gran beso. Isabel

17 sept 2010

Él estaba allí



Queridos amigos: Un nuevo curso y muchas nuevas tareas para seguir caminando siempre de cara al sol, Mis deseos de que nada nos sea indiferente, de que el hastío, las rutinas, los desengaños y las pequeñas o grandes luchas de cada día, tan solo sean motivo para comprobar que seguimos vivos, y la vida viene a ser eso: lucha diaria y constante con los elementos. No obstante, en el bolsillo llevamos una carga de herramientas para componernos y seguir adelante.

Quiero empezar, y tal vez seguir, con un breve texto de mi obra titulada Él estaba allí, con mi resspeto absoluto al que sea creyente y al que no lo sea. Yo me confieso expectadora del mundo donde descubro huellas que no coinciden con calzado de hombre alguno, y me pregunto: ¿No será que hay un Dios? Y entonces voy y escribo.


Aquella noche lejana, ¡muy lejana!, él y yo cómplices de años, historias y proyectos, aguardábamos en silencios, rotos en dolor, miradas y suspiros, el autobús que nos separaría para siempre.

Era negra noche de truenos cabalgando en mil rayos por el cielo.

En un tris, la hora de partida. Una plaza. Sólo una. Sube él. Un ardiente beso como despedida y un adiós sin palabras que apaga, en un tris, el universo de sueños de un abrazo ininterrumpido en tantos años… Muchos años.

A pie de tablas, sola, acariciaba en vilo y en nostálgica sonrisa, la cálida huella de aquel beso, mientras caía definitivamente el telón.

El autobús se alejaba y la lluvia persistía.

¡Qué torpeza la mía, al creer que, con la muerte de aquel hombre, compañero, amigo, amante, aquel hombre bueno, mi marido, el reloj había detenido sus agujas dejándome en punto muerto para siempre!

Ahora lo sé: los arcaduces de mi pequeña noria seguirían vertiendo agua en amaneces y ocasos. Él estaba allí.