Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 abr 2018

Aniversario


De una obra, titulada Cartas a mis  Hijos
Carta Nº 1
A la memoria de papá, del mejor padre y posible abuelo
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Llueve mucho esta madrugada. Mis ojos, nubes  preñadas que de lágrimas regaron caminos, vuelven a ser bo­rrasca hoy de nostalgias y recuerdos. Aquel pueblo de nuestro encuentro, las tormentas, los paraguas, los charcos, las goteras...
Tú y yo, pobres de todo; tú y yo, ricos en  amor; tú y yo, dichosos con nuestra nada, vivíamos en plenitud la lluvia en los otoños, y los trigueros en las pri­maveras, y las espigas y las eras en los veranos...
Tú y yo hicimos de nuestras vidas tal aleluya que, tras veintidós años ya de aquel adiós sin retorno, puedo escucharte, puedo verte superpuesto  en el cuadro vivo de los días.
Sí, yo sé que eres tú, boca grande en sonrisas que me mira. Sí, eres tú, llu­via limpia que cala mi alma esta ma­ñana. Sí, eres tú, nostalgia  en las flo­res marchitas de un ayer que es hoy en el almanaque de mi alma.
Y tú eres yo, poema de amor escrito en el cálido aliento de los instantes que me nacen, que me palpitan, que me llevan... no sé a dónde, pero es tu amor lo que respiro, y es tu amor lo que me inflama, y es amor... ¡si, si, amor! lo que me ríe y me llora.
Amor palabra izada de bandera en el cuadro vivo de cada día, donde super­puesto, yo te descubro. Tu recuerdo, sigue siendo  flujo y reflujo en luga­res, palabras, silencios... amores.
Tu recuerdo no es un ayer muerto en la precoz hora de azahares y jazmines. Tu recuerdo no es aquel beso postrero que dibujó en mis mejillas  el blanco pañuelo de tus labios en el terminal suspiro que exhaló tu alma.
 Tu recuerdo es... sí,  realidad de unos hijos buenos que te siguen recordando y amando, y es   mirada rutilante que son los ojos ingenuos de nuestros nie­tos.
Y tu recuerdo es la hoja que vuela, y es el arrullo  eterno de  nuestra tórtola  y es el viento que agita mi cortina cuando sola te presiento en este aliento de vida que palpita  cálido junto a mí.
¿Verdad que eres tú, Mariano? Arrúllame una vez más que te escucho, como escucho el silbo del viento o el temblor de las hojas en la terraza-   Mi corazón es la senda, ¿no oyes cómo me galopa el resplandor  de la aurora?
Vuelve con la mañana; te estoy esperando, amor; no tardes tanto.




28 abr 2018

Cruces de mayo

 Mi nieta Isabel María, bailando en una Cruz
 Mi nieta Amalia, de pequeñita, luciendo su cruz
Como vengo haciendo, cuando escribo de mi pueblo en  años de mi infancia   son mis recuerdos los que van a primar, en esta notoria costumbre de las cruces de mayo, y es por ello que las alusiones sean personales, si bien estoy segura se identificarán con los hechos la gente que, como yo, los vivió de una manera o de otra.
Cada año al llegar mayo el tema de las cruces me apasionaba. Los niños en general hacían sus cruces particulares, muchas de las cuales, hechas por personas mayores, resultaban ser pequeñas obras de arte. La mía era de confección particular. Quiero decir que me las tenía que arreglar sola, para lo cual me servía de dos varetas, -nunca las conseguía derechas totalmente- que revestía con lacitos  de papel de seda que pegaba con gachuela. Después, como base  una caja de zapatos, adornada con el mismo procedimiento. La veo, sí la veo colocada, finalmente, sobre la cómoda con muchas estampitas alrededor, con grandes ramos de celinda, rosas, jazmines y todo cubierto de pétalos.
¡Qué feliz me sentía cuando  al fin podía contemplar aquel singular altar, allí, al alcance de mi vista, frente a mi cama! A veces, mis fervores me llevaban a exhibirla por la calle, como los demás niños que, de casa en casa, recaudaban unas pesetillas, pero todo quedaba más bien en intentos porque mi padre no consideraba digno de mi condición el andar pidiendo.
Recuerdo, como algo espectacular, el altar que Andrés, el mosca, monaguillo de profesión, montaba en una habitación de su casa, frente al Colegio de las monjas. Creo que el hecho de ser monago le imprimía cierta autoridad entre la chiquillada, y tal vez, fuera la razón por la que su altar era el más elogiado y visitado. Efectivamente, lo recuerdo como un monumento que ocupaba de forma escalonada toda una gran habitación. Cada tarde, simulaba decir Misa, y allí que acudíamos todos, pero no sé por qué extraña razón yo no le gustaba y en cuanto me veía aparecer, con mi velo hasta la cintura, mi librito de misa y  mi rosario repetía: tú no entras, nena, que eres mu fea. También en la iglesia me perseguía tirándome del velo. Así que nunca participé a gusto de sus célebres “ritos Tan sólo podía verlos desde la calle o desde la ventana.
Y ahora me viene a la memoria, a modo de paréntesis, cómo también, a cuenta de mi librito de misa, me sentía perseguida por una niña, Isabel la larga, creo que le llamaban. Todo comenzó por una imposición de ella de cambiarme una estampita de mi primera Comunión por no sé qué cosa. Me dijo: vamos a echar pelillos a la mar, y eso quería  decir que si   la descambiaba me iba al infierno. 
Y se apropió sin más de mi estampita, pero me resultaba insoportable el pensar que sin yo querer me la había arrebatado. E imaginaba aquel Niño Jesús, con un ramo de azucenas,  en tono rosados, y con la inscripción de mi nombre y fecha de mi Primera Comunión en su poder. Un día, cuando se fue a comulgar, dejó su librito de Misa encima de una banca, y yo, que siempre andaba cerca, aproveché para rescatar mi estampa y esconderme detrás de una columna ¡Pero, ay! Rápidamente se dio cuenta y mirándome, con terroríficos gestos, me amenazó.
Y no sé cómo lo hizo, pero en unos instantes me esperaba, haciendo sonar dos piedras entre sus manos, en un sitio tan estratégico de la calle, que saliera por la puerta que saliera de la iglesia, podía verme.
Cosas, recuerdos que me hacen sonreír al rememorarlas. Sí, fui niña de juegos, de cuentos, de muchas  y grandes fantasías, pero niña tímida, sensible que, como sucederá siempre a otros muchos niños y niñas, viví  acosada por la “tiranía” de los más, aparentemente, fuertes.
A pesar de los años y de  las muchas cosas de que hoy gozan los niños, las cruces de mayo de confección casera para recaudar algún dinerillo, siguen vivas, y yo en lo que puedo, sigo participando de ellas, porque no dejan de ser creativas e ilusionantes.
Y no puedo dejar de mencionar, un entrañable y emotivo recuerdo:   mi hijo, con nueve o diez años, con su cruz y amigos recaudaban unas  pesetillas que se repartían. Él, cada año, las empleaba  en comprarme algo de un puentecillo cercano.
Cruces de mayo, olor a azahar, celindas, alhelíes, azucenas flores...  Vida que se repite  y renueva cada año   y es como una bonita evocación de lo sencillo, bello,   y hermoso  con lo que personalmente quiero empatizar hasta fundirme en ingenua cruz de mayo . 






26 abr 2018

Día con Maestros y alumnos

 Acto celebrado en la Semana Cultural de la Escuela de Magisterio Sagrado Corazón donde fui a presentar mi obra Vacaciones Creativas. Fue un acto para mí muy emotivo como lo son todos aquellos que me ofrecen la oportunidad de ensalzar la gran figura y labor del maestro. Magnífico profesorado que con gran cariño me acogió, alumnos que, con suma expectación y receptividad, escuchaban. ambiente en el que se palpaba vocación e ilusión.
Por todo ello, quiero dar públicamente las gracias a todos y en especial a mi maravillosa antigua alumna Elena Murillo que tanto empeñó puso para este acto.  .
Y termino con palabras repetidas ayer: ser maestro es algo más que estudiar una carrera y sacar un título. Ser maestro es una vocación que conlleva en todos los tiempos decisión y coraje para luchar contra las adversidades, que son muchas y variopintas, lucha y trabajo por cambiare rutinas por creatividad y "magia" sin perder nunca de vista lo que de verdad importa: una educación holística de todos y cada uno de los alumnos que pasen por nuestras manos, tratando de conocer, valorar y potenciar valores individuales porque nunca un alumno más otro sumarán dos y no obstante, la suma de todos será el futuro que nos aguarda. Mi felicitación, pues, a todos los grandes maestros, que son muchos, y entre ellos a mi hija, Isabel María,maestra cien que cada día me sorprende con sus proyectos y trabajos.



22 abr 2018

Día del Libro


Algunas de mis obras más actuales


Buenos días, amigos, y feliz Día del Libro. Para hoy una lectura amena, sencilla y tal vez nostálgica.  

LAS HUERTAS
¡Qué sueño eran las huertas! Silencio, roto por  el murmullo del agua al caer por los arcaduces de una noria chiquita que, lentamente, movía un borriquillo, dando vueltas, con los ojos tapados por una burdo retal, alrededor de una alberca donde se lavaban hortalizas y dónde muchos niños se bañaban en los veranos. Y qué agradable era pasear por entre las planteras de tomates, pimientos, lechugas…
La huerta era también  nave de canastas, herramientas y muebles destartalados que, no obstante, provocaban curiosidad y cierta intriga como si algo más se escondiera tras aquellas  ingenuas realidades  que a simple vista se mostraban.
Lo que más nos gustaba a los pequeños era el espantapájaros que  en medio de la huerta se erguía gracioso. Parecía un hombre de verdad, un hombre de palo: brazos erectos como si fueran  aspas de una maltrecha cruz,  un viejo sombrero de paja, que le caía tapándole un siniestro e inexistente rostro, bufanda de cuadros rechinantes, que le llegaba hasta el suelo y chaqueta panda como la de un  viejo payaso.
Gorriones. Muchos gorriones acudían a la huerta con el crepúsculo. Recelosos, no se fiaban del espantapájaros. Parecía como si todos a la vez, mirándolo, se comunicaran: ¡Cuidado! ¡Hay un hombre!
Y en la huerta llegaba la noche entre cantos de grillos, gruñidos de perros, piruetas de gatos por las viejas sillas esparramadas por una pequeña explanada, acceso al cobertizo de hortalizas recogidas, y el olor húmedo de la tierra. 
Y siempre, al regreso, el alborozo de unos tomates regalados, unos pepinos o un manojo de rabanillos que todavía veo lavar en la alberca.
Y las huertas se convertían también en objetivo furtivo para los pequeños que, siempre  a escondidas del hortelano, merodeábamos árboles frutales con la ilusión de  lograr algo de resina que considerábamos importante pegamento.
¡Bellas huertas de mi pueblo! En ellas, juegos, paseos, sueños…
 Algunas tardes los paseos a la huerta terminaban en melonares propios o de familiares, y lo primero, casi un sueño, el guarda en su choza pequeñita y casi mágica, que salía al paso. Después, rozando la noche, el degustar aquella deliciosa  fruta que era diestramente elegida y repartida, a corte de navaja, por el diestro guarda.
No sé por qué me llenaban de misterio aquellas chozas. Me parecían dibujos de un libro de cuentos, y esperaba que en ellas hubiera algo más que un camastro y el asiento de una vieja silla, realidades que al comprobarlas, una y otra vez, me dejaban triste.
Un día le contaba a mis nietos un cuento que empezaba así: Esto era un hombre que sólo tenía una choza para vivir… ¿Qué es una choza, abuela?  -me preguntaron con curiosidad- Cuando se lo expliqué, a una, exclamaron: ¡Qué guay! ¿Hacemos una?
 Posiblemente ellos, al igual que yo, imaginaran algo más que la pobreza que aquel insólito cobijo ponía de manifiesto, pero todo ello forma parte del arsenal de vivencias que fueron marcando camino en mi infancia, y hoy sé que anduve y sigo, cual celoso caminante, haciendo mi ruta diaria porque es cierto que se hace camino al andar.