Capillita callejera, en la que una blanca imagen,
velas encendidas y flores,
me invitaron a pedir: Pan, María.
No puedo recordar los días; tampoco el
lugar y mucho menos el por qué. No
obstante, lo oí contar tantas veces a mi madre que me veo y me oigo, cuando aún
mis palabras eran tan sólo balbuceos, repitiendo, ante un cuadro de la Virgen
Milagrosa, dos, sólo dos palabras: PAN,
MARÍA
Sí, ahora lo sé. Corrían los difíciles años de
la posguerra. Un hálito de miedo, de miseria, de ausencia total de ilusiones se
entronizaban en la rutina de los días, días que, cual río sin más caudal que la lejana mirada hacia un mar
de deseos, se nutría de fe y espinosos recuerdos.
Han pasado años, ¡muchos años! En mí jardín
crecieron rosas; también espinas. La vida es eso: caminar por los infinitos
laberintos de esta nada o de este todo que somos, rozando, eso sí, rozando
siempre una plegaria que se torna suspiro, queja, palabra… La mía, aquella que
no abandoné jamás, en la que un día descubrí se escondía la maravillosa
ingenuidad de los niños, y la sabiduría del que sabe conformarse, ser feliz con
lo básico y necesario, ha sido siempre, Pan, María.
Corren tiempos en los que el ser suele
confundirse con el tener. Es decir, queremos ser a toda prisa, y ser algo
tan sobresaliente que ante nadie pasemos
desapercibidos, y para eso el mejor coche, el más sofisticado artilugio,
la última novedad, las más costosas, voluminosas y ostentosas celebraciones
¡Qué necia filosofía! Por mucho materialismo
que impere, para mí, al menos, jamás fue verdad aquello de “tanto tienes, tanto
vales”. No es más, ni vive mejor el que más tiene, sino el que sabe valorar el
“pedazo de pan” que se come cada día, fruto de esfuerzo, superación, conciencia
plena del ser.
Por otra parte, todo lo que sobra afea.
Sí, nuestros hogares, nuestras vidas
carecen de belleza por casi la absoluta falta de espacios vacíos. Tener exceso
de todo nos impide gozar la belleza de la nada. La belleza, lo mismo que un
árbol, cobra solamente valor aislada en el espacio (A.M)
Hay un tipo de belleza por la que
particularmente me inclino y que tiene por lema: nada en exceso; eliminar todo
lo superfluo. Creo, no obstante, que a esa conclusión se llega tras un proceso
de madurez, en cuyo camino se ha tratado de construir, reflexionar,
interiorizar…
En este imparable río, que, en definitiva, es nuestra vida, lo importante son los arroyos que pueden
aumentar nuestro caudal, pero la
hojarasca, la lima, la contaminación… no dejan de ser factores que
enturbian nuestras aguas. No por mucho arrastrar es más bello nuestro paisaje.
Amigos, elevaemos la vista al mundo que se muere
de carencias, elevemos nuestra plegaria al cielo
y aunque sólo sea por una vez, pidamos de corazón: ¡Pan, Dios! ¡Pan,
María!
Y notaremos como al simplificar quedan espacios
para soñar y, sobre todo, para amar.
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