Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

6 abr 2018

Pan, María



Capillita callejera, en la que una blanca imagen, velas encendidas y flores, 
me invitaron a pedir: Pan, María.

No puedo recordar los días; tampoco el lugar  y mucho menos el por qué. No obstante, lo oí contar tantas veces a mi madre que me veo y me oigo, cuando aún mis palabras eran tan sólo balbuceos, repitiendo, ante un cuadro de la Virgen Milagrosa,  dos, sólo dos palabras: PAN, MARÍA
Sí, ahora lo sé. Corrían los difíciles años de la posguerra. Un hálito de miedo, de miseria, de ausencia total de ilusiones se entronizaban en la rutina de los días, días que, cual río sin  más caudal que la lejana mirada hacia un mar de deseos, se nutría de fe y espinosos recuerdos.
Han pasado años, ¡muchos años! En mí jardín crecieron rosas; también espinas. La vida es eso: caminar por los infinitos laberintos de esta nada o de este todo que somos, rozando, eso sí, rozando siempre una plegaria que se torna suspiro, queja, palabra… La mía, aquella que no abandoné jamás, en la que un día descubrí se escondía la maravillosa ingenuidad de los niños, y la sabiduría del que sabe conformarse, ser feliz con lo básico y necesario, ha sido siempre, Pan, María.
Corren tiempos en los que el ser suele confundirse con el tener. Es decir, queremos ser  a toda prisa, y  ser algo  tan sobresaliente que ante nadie pasemos  desapercibidos, y para eso el mejor coche, el más sofisticado artilugio, la última novedad, las más costosas, voluminosas y  ostentosas celebraciones           
¡Qué necia filosofía! Por mucho materialismo que impere, para mí, al menos, jamás fue verdad aquello de “tanto tienes, tanto vales”. No es más, ni vive mejor el que más tiene, sino el que sabe valorar el “pedazo de pan” que se come cada día, fruto de esfuerzo, superación, conciencia plena del ser.
Por otra parte, todo lo que sobra afea. Sí,  nuestros hogares, nuestras vidas carecen de belleza por casi la absoluta falta de espacios vacíos. Tener exceso de todo nos impide gozar la belleza de la nada. La belleza, lo mismo que un árbol, cobra solamente valor aislada en el espacio (A.M)
Hay un tipo de belleza por la que particularmente me inclino y que tiene por lema: nada en exceso; eliminar todo lo superfluo. Creo, no obstante, que a esa conclusión se llega tras un proceso de madurez, en cuyo camino se ha tratado de construir, reflexionar, interiorizar… 
En este imparable río, que,  en definitiva, es nuestra vida,  lo importante son los arroyos que pueden aumentar nuestro caudal, pero la  hojarasca, la lima, la contaminación… no dejan de ser factores que enturbian nuestras aguas. No por mucho arrastrar es más bello nuestro paisaje.
Amigos, elevaemos la vista al mundo que se muere de carencias, elevemos nuestra plegaria al cielo   y aunque sólo sea por una vez, pidamos de corazón: ¡Pan, Dios! ¡Pan, María!
Y notaremos como al simplificar quedan espacios para soñar y, sobre todo, para amar.

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