Mi nieta Isabel María, bailando en una Cruz |
Como vengo haciendo, cuando
escribo de mi pueblo en años de mi
infancia son mis recuerdos los que van
a primar, en esta notoria costumbre de las cruces de mayo, y es por ello que
las alusiones sean personales, si bien estoy segura se identificarán con los
hechos la gente que, como yo, los vivió de una manera o de otra.
Cada
año al llegar mayo el tema de las cruces me apasionaba. Los niños en general
hacían sus cruces particulares, muchas de las cuales, hechas por personas
mayores, resultaban ser pequeñas obras de arte. La mía era de confección
particular. Quiero decir que me las tenía que arreglar sola, para lo cual me
servía de dos varetas, -nunca las conseguía derechas totalmente- que revestía
con lacitos de papel de seda que pegaba
con gachuela. Después, como base una
caja de zapatos, adornada con el mismo procedimiento. La veo, sí la veo
colocada, finalmente, sobre la cómoda con muchas estampitas alrededor, con
grandes ramos de celinda, rosas, jazmines y todo cubierto de pétalos.
¡Qué
feliz me sentía cuando al fin podía
contemplar aquel singular altar, allí, al alcance de mi vista, frente a mi
cama! A veces, mis fervores me llevaban a exhibirla por la calle, como los
demás niños que, de casa en casa, recaudaban unas pesetillas, pero todo quedaba
más bien en intentos porque mi padre no consideraba digno de mi condición el
andar pidiendo.
Recuerdo,
como algo espectacular, el altar que Andrés, el mosca, monaguillo de profesión,
montaba en una habitación de su casa, frente al Colegio de las monjas. Creo que
el hecho de ser monago le imprimía cierta autoridad entre la chiquillada, y tal
vez, fuera la razón por la que su altar era el más elogiado y visitado.
Efectivamente, lo recuerdo como un monumento que ocupaba de forma escalonada
toda una gran habitación. Cada tarde, simulaba decir Misa, y allí que acudíamos
todos, pero no sé por qué extraña razón yo no le gustaba y en cuanto me veía
aparecer, con mi velo hasta la cintura, mi librito de misa y mi rosario repetía: tú no entras, nena, que eres mu fea. También en la iglesia me
perseguía tirándome del velo. Así que nunca participé a gusto de sus célebres
“ritos Tan sólo podía verlos desde la calle o desde la ventana.
Y
ahora me viene a la memoria, a modo de paréntesis, cómo también, a cuenta de mi
librito de misa, me sentía perseguida por una niña, Isabel la larga, creo que
le llamaban. Todo comenzó por una imposición de ella de cambiarme una estampita
de mi primera Comunión por no sé qué cosa. Me dijo: vamos a echar pelillos a la
mar, y eso quería decir que si la descambiaba me iba al infierno.
Y
se apropió sin más de mi estampita, pero me resultaba insoportable el pensar
que sin yo querer me la había arrebatado. E imaginaba aquel Niño Jesús, con un
ramo de azucenas, en tono rosados, y con
la inscripción de mi nombre y fecha de mi Primera Comunión en su poder. Un día,
cuando se fue a comulgar, dejó su librito de Misa encima de una banca, y yo,
que siempre andaba cerca, aproveché para rescatar mi estampa y esconderme
detrás de una columna ¡Pero, ay! Rápidamente se dio cuenta y mirándome, con
terroríficos gestos, me amenazó.
Y
no sé cómo lo hizo, pero en unos instantes me esperaba, haciendo sonar dos
piedras entre sus manos, en un sitio tan estratégico de la calle, que saliera
por la puerta que saliera de la iglesia, podía verme.
Cosas,
recuerdos que me hacen sonreír al rememorarlas. Sí, fui niña de juegos, de
cuentos, de muchas y grandes fantasías,
pero niña tímida, sensible que, como sucederá siempre a otros muchos niños y
niñas, viví acosada por la “tiranía” de
los más, aparentemente, fuertes.
A
pesar de los años y de las muchas cosas
de que hoy gozan los niños, las cruces de mayo de confección casera para
recaudar algún dinerillo, siguen vivas, y yo en lo que puedo, sigo participando
de ellas, porque no dejan de ser creativas e ilusionantes.
Y
no puedo dejar de mencionar, un entrañable y emotivo recuerdo: mi hijo, con nueve o diez años, con su cruz
y amigos recaudaban unas pesetillas que
se repartían. Él, cada año, las empleaba
en comprarme algo de un puentecillo cercano.
Cruces
de mayo, olor a azahar, celindas, alhelíes, azucenas flores... Vida que se repite y renueva cada año y es como una bonita evocación de lo
sencillo, bello, y hermoso
con lo que personalmente quiero empatizar hasta fundirme en ingenua cruz
de mayo .
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