Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

31 ene 2017

Parte de Lesiones


DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
Siempre he recordado, y más en estos tiempos, y me resulta incomprensible, la anécdota de mi infancia en la que por tímida, silenciosa y buena, era víctima de un grupo de niños que, al salir del colegio, me acechaban por las esquinas y se me abalanzaban en divertido trance para ellos, y tal horror para mí que apenas salía de casa. Jamás dije una palabra a mis padres ni a nadie, pero lo pasaba tan mal que, a veces, llegaba vomitando.
Bueno, pues aquello,  tan recordado como cosas de la infancia, ha pasado inconscientemente a ser considerado por mí como auténtico acoso, con lesiones de pellizcos, tirones de pelo, patadas, etc.
Y me viene esto al caso de que un día y otro oímos, vemos madres que con partes de lesiones acuden a los centros escolares a pedir explicaciones y sobre todo responsabilidades e indemnizaciones. Por supuesto que en alguna ocasión, por desgracia, la sangre ha llegado al río, pero creo que obedece a una tipología de niños, tanto agresores como agredidos, que los padres deben conocer, vigilar... por supuesto también los maestros, y así prevenir y evitar posibles consecuencias.
Lo normal es que los niños corran, se caigan, se peleen y a veces se hagan daño. ¿A quién se denuncia cuando dos hermanos se dan bocados, se pegan, tiran de los pelos, se caen, se hacen chimbombos, cardenales, etc.? Y eso ocurre, a diario, delante de nosotros, en nuestra casa.

¡Claro que tanto padres como maestros tenemos que estar atentos!, pero no podemos evitar el roce normal que se produce en el proceso de socialización. Las relaciones humanas son siempre conflictivas y la superación pacífica de estas situaciones hay que propiciarla precisamente creando ámbitos de convivencia, justicia y libertad, y no amenazando a maestros y centros escolares con partes de lesiones. La educación es otra cosa que entorpecemos a veces, con infantilismos que no van a ninguna parte.

30 ene 2017

Día Mundial dela Paz




El amanecer es un despertar del día que se extiende como bandera de paz por el mundo. 
No dejemos de mirar al cielo e izaremos la paz en nuestras vidas.


En un blog que dedico a mis nietos, les hablo de la paz, día  celebrado ayer,  30 de  enero. Y lo hago de forma sencilla  como corresponde a sus edades. Mis queridos nietos: para los que ya entendéis muchas cosas, quiero dejaros hoy, Día de la Paz, algunos pensamientos míos acerca de tan gran valor que deberíamos rotularnos en la frente: 
La paz no es la bandera blanca en un campo de batalla, que humilla al vencido y envanece al ganador,  la paz  es, en primer lugar, y quiero que lo entendáis bien, tener el coraje de  ganar esas batallitas  a las que la vida nos va enfrentando cada día. 
Vivir en paz  tampoco en vivir de brazos cruzados viendo cómo pasa la vida, la paz es una conciencia tranquila de haber hecho y dado cada día,  lo mejor de nosotros. 
La paz  no es  una palabra que esperemos  les toque  lograr a otros y nos llegue a nosotros, la paz  es una actitud, un valor que debemos  llevar izado  como antorcha  en nuestro caminar por la vida. Ser pacífico, no solo quiere decir ser tranquilo, sino evitar la violencia, los enfrentamientos, las palabras duras, la discriminación, las injusticias, la pobreza  y tantas cosas… 
No olvidéis esto: las páginas escritas en paz y amor, no hay años, ni acontecimientos que puedan bo­rrar, porque  siempre quedan ecos de nuestro vivir y actuar  grabados en el alma. Si buscáis la paz y hay que elegir, no dudéis en elegir siempre lo más bello: acertaréis porque la belleza no puede convivir con la maldad, mentira, hipocresía, con la  guerra. 
Para vivir en paz no hay que venderse a nadie.  Cuando alguien nos compra, perdemos la libertad y eso quiere decir que nos veremos obligados a vivir sin esclavos, algo que sin duda, nos robará la   paz  y la persona que no  está en paz consigo mismo será una persona en guerra con el mundo entero. –Gandhi-.

28 ene 2017

Rastros luminosos por el cielo

UNO, dos tres... rastros luminosos surcan el cielo en esta hora anaranjada del atardecer. En bandadas los gorriones vuelan al bosquecillo en un punto final del día que les llegó con  la alborada. Ya hay sombras de noche en el asfalto de la Avenida que se crece en luces de semáforos y en espera de lunas llenas y de lluvia que lo tornen cristal, espejo mágico de colores. Oigo el chorrito de agua, de mi fuente, de mentirijilla que en cascadas de ángeles, corre, cae una y otra vez. Cierro los ojos y veo campos, arroyos, niños, juegos... Y veo paisajes lejanos, mar, luna, viento... que comparto en la calma que me ríe y que me llora.
Y es que  me sigo reconociendo en un sueño imposible, en un sueño que me vive en los adentros y que jamás nacerá porque este no es su mundo; tampoco el mío.
 Esta chispa de fuente, de agua que en el silencio cae me trae y me lleva a ese universo de luz que cubren las estrellas.  
El tiempo corre; el tiempo vuela. Entre ayer y hoy, un suspiro, una lágrima... y ¡dos, un avión, tres...!
No quiero deshojarme en lamentos de ocaso. Con un cálido  beso quisiera recorrer las mejillas del mundo en torrente de ternura que el tiempo quiere  borrar entre días de ...ayer, mañana... hoy.
Un avión, dos, tres... riegan de luz el cielo.
¡Qué maravilloso repente éste! Gente que vuela con historias, con problemas, gente que ríe, que llora… Y yo aquí levanto la mano: ¡adiós!
No, el tiempo no pasa;  sólo pasan aviones, pájaros, nubes...

Y el    chorrito de agua de mi fuente de mentira que me canta y acaricia.

26 ene 2017

Carta a mis nietos

Doce de la madrugada. ¡Qué maravilloso día de campo he pasado junto a mis hijos y nietos allí, en nuestra casita de la sierra! Parece que todavía oigo la inocente disputa de mis niños por atizar los leños y que no decaiga la llama  y parece que oigo a mis hijos en sus proyectos ilusionados, en sus preocupaciones e inquietudes, y parece que me veo sintiendo, conjugando y viviendo en un vaivén de emociones, los tiempos, presente, pasado y futuro, que    unos y   otros en tanto se parecen  y en tanto se distancian.
-Abuela, ¿qué haces tan callada? –me preguntaba mi nieta Isabel María-. ¿En qué piensas?
-Pienso en ti –le contesté.
-¿En mí? –exclamó extrañada-. ¡Si estoy aquí contigo!
-Pensaba en ti por lo mucho que te pareces a mí cuando tenía tus  mismos años…
-¡Ah! –me interrumpió-. ¿Es que ya no la tienes? ¿Es que los has perdido?
-No –le contesté-, los años no se pierden, si se viven.
-¡Ah! –exclamó de nuevo  sin entender mi filosófica contestación.
¡Qué sabias preguntas las de una pequeña! ¿Es que ya no los tienes? ¿Es que los has perdido?
Esta noche, y por lo mucho que he pensado en ello todo el día, quiero decirte, vida mía, a ti y a todos, algo que entiendas mejor, que esté más acorde con tus años y conocimientos. Los años se pierden cuando se pasan sin que hayamos crecido, no solo en cuerpo, sino sobre todo, en acciones buenas, en responsabilidades, en paz y conciencia de haber hecho lo mejor que pudimos por nosotros y por los demás, si bien, en muchas ocasiones, hayamos equivocado nuestro paso. Se pierden cuando se vive con envidia, mentiras, deseos de ser más y más a cualquier precio, cuando no se perdona, no se es solidario con los que sufren, con los que padecen injusticias. Si así  los vivimos en algún momento, alejándonos del verdadero sentido de la vida, lo importante es retomarlo y enderezarlo. Los años, así, no se pierden. Es como si en una cajita fuéramos guardando los juguetes que ya usamos  y sustituimos por otros. Siempre estarán ahí para recordarnos y ser testigos de que un día nos hicieron  felices. 
   
Seis de mis ocho nietos

¿Lo entiendes ahora mejor? Yo creo que algo, sí,  y creo que a medida que te vayas haciendo mayor, lo entenderás mejor.
Y en fin, es el objetivo de esta obra no es otro que recopilar todas aquellas cartas que en días, algunos ya muy lejanos, dediqué a mis hijos y nietos  en fechas señaladas para ellos en el calendario de sus vidas.
Pienso que es algo, tal vez lo mejor, que es la mejor herencia que pueda dejaros aunque los proyectos me sigan naciendo con urgencias. Los aparcaré y, si Dios quiere, tendrán su día, pero ahora va por mis hijos y nietos. No podía ser de otra manera.