Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 may 2018

El señor del jardín

 Él, con sus pies torpes, sus infinitos achaques, sus noventa años, sus ojos pequeñitos,  ensombrecidos 

por impenetrables cataratas, era, porque a mí así me lo parecía, el Señor del Jardín.
Aristócrata de gestos, de palabras borradas  por un evidente párkinson, colgado de una descomunal pipa, a todas horas y por cualquier atajo del jardín, aparecía.   
Mi nada, destinataria de sus torpes reverencias, lo saludaba, mitigando así la fatiga de sus  ojos turbios, donde siempre rutilaba una lágrima, y con los míos pegados a los suyos como  único horizonte de la hora, lo escuchaba.
Sí, entre temblores, trataba de contarme su honorable pasado: tuve casa, esposa, hijos, tuve oficina, coche... -balbuceaba como si las palabras le chorrearan por unos labios fallecidos hacía tiempo-. Y entre el temblor de us manos, un ramito de flores siempre, obsequio que agradecía tanto..
Un día, el Señor del Jardín, faltó.  Era otoño. Los trenes, en trepidante zig-zag cruzaban irreverentes el silencio del jardín.   Un niño paseaba en bicicleta por el albero. El señor del jardín se fue y mis paseos se tornaron hojas secas bajo mis pies, revoleteo de papeles, despedida de pájaros emigrantes.  Alguien, al paso, exclamó: ya entregó la cuchara, señora. Unos instantes de desconcierto, de oscuridad, de vacío absoluto... mi móvil me retornaba a la vida: abuela, ¿estás sola? No, vida mía; estoy contigo
En el majestuoso tronco de una palmera escribí: ¡hola, señor del jardín!  

Y en mi alma, una vez más: ¡hasta luego, amigo!

28 may 2018

Relato: NADA


Yo creo que los pájaros también lloran


Fue un viernes de feria. Por dar una vuelta salí del barrio  en coche. Una parada, un café, una pasada por los lavabos. Pero he aquí que, una coqueta bolsa de aseo, evidente descuido de alguien, me llama la atención.
La cojo, y casi con reverencia, me dirijo al camarero: alguien se ha olvidado de esta bolsa. Guárdela, por si acaso...  ¡Ah, bueno! –exclama- Debe ser de una whiskera que viene de vez en cuando. Trabaja... ¡qué sé yo! La recoge un coche con otras fulanas más. ¡Mala gente! Si quiere la deja por ahí. Yo no me hago cargo... ¡Sabe Dios..!
No, no he podido abandonarla a merced de la indiferencia, del desprecio, del asco...  ¿La abro? ¿La examino? Tal vez encuentre a su destinataria, tal vez... Sí, con unos vagos remordimientos, me he decidido y, nada, nada: una prosaica barra de labios,  lima de uñas, colorete pimentón, sombra de ojos verde fluorescente...  Nada, un fino pañuelo, bien doblado y una taleguilla de paño con la foto de una mujer mayor de mal gesto y muchas arrugas.
Los mismos potingues que yo, que cualquier mujer, más o menos. No obstante, el pañuelo, con unas marcas de... ¿rímel o lágrimas? y, sobre todo la fotografía, está provocando en mí, sentimientos tales que me he sentido como en presencia de mi propia vida, de cuatro vulgaridades que encierran  el secreto de la existencia humana: deseo de agradar, conquistar, lágrimas, frustraciones, verdades, mentiras y, en lugar privilegiado de nuestro corazón, la madre; siempre una madre.
Creo que sí, que la mujer de la foto, que parecía mirarme entre orgullosa y suplicante, debe ser la amorosa madre de la whisskera: de cejas anchas, cicatriz en la frente, hoyos grandes en las mejillas, labios gordos, arrugas, toda ella un entramado de arrugas hondas.
Por eso, esta noche, pensando en la anónima dueña de la bolsa, noto que me corren lágrimas. Seguro que siente asco de todos y seguro que vende su cuerpo sin amor. ¡Qué pena!
Los árboles, cuajados de pájaros, empiezan a oscurecer el día, los pasos de la gente, ante un súbito chaparrón, son carreras y paraguas, y yo aquí, sin saber qué hacer, dentro de mi coche, con el peso grande de esta nada que es la bolsa de aseo y que se me torna interrogantes sin respuesta: ¿para cuántos hombres habrán sido arreglo estas pinturas? ¿Cuántos caminos habrá recorrido?
¡Pobre whiskera! Me la imagino perdida en la noche negra, sin más ojos luz que los de esta fotografía que la siguen  y  la protegen como un sagrado talismán.
Me la imagino entregada a la magia fría, helada... del placer pagado. Me la imagino sola, retocando -esta noche sin bolsa- sus ajadas mejillas, surcos de lágrimas, de insomnios teñidos de rímel.

Guardaré esta bolsa toda la vida y, si en algún momento me encuentro sola, cogeré esta fotografía y, mirándola, haré de su mal gesto, una bonita historia de amor.

26 may 2018

En sus ojos estaba el mar

En sus ojos estaba el mar y en sus labios palabras sin sonido que se adivinaban  en un leve parpadeo de sus labios. Noventa y dos años, vestido de negro, desdentado,  de andares fatigosos y un sombrero de muchos soles que le colgaba por el cuello. Llegó un día, al poyete donde yo me tomaba un largo respiro.  Buenas –dijo-, con su permiso. Casi codo a codo una especie de mutua cortesía nos mantenía en absoluto silencio. Se levantó aire y un remolino de papeles fue el detonante de mi intromisión en aquel hermético hombre que, eclipsado, con la mirada fija en el mar, era ausencia y lejanía.   
Parece que va a cambiar el tiempodije-. El color del mar es casi negro. 
Fue entonces, cuando tras humedecerse los labios que parecían sellados por alguna mala historia, exclamó: señora, yo siempre lo veo negro, muy negro. ¿Cómo es eso? ¿tiene algún problema de vista? -pregunté ingenuamente-. No, señora, no; la vista, como los años que tengo, vieja. Tragó saliva, unos instantes de  silencio y al fin exclamó:  ¿Ve aquellos criaderos de mejillones? Están lejos pero se ven bien. ¡Sí, si los veo! Son como dos franjas negras… ¡Eso es –me interrumpió-, Muy negras. Un poco más adentro se ahogó mi hijo de veinticinco años… Suspiró y volvió a exclamar: desde entonces el mar se  vistió de negro, como mi vida, como todo lo que me rodea… Se fue hace cinco años y hasta hoy. ¡Sabes Dios!
 No volví a verlo, pero en sus ojos estaba el mar. Desde aquel día, en los míos, un joven, un niño… ahogados en la playa y no culpa del mar, culpa de un mundo que no podemos o no queremos administrar mejor.
Miro al cielo y  no sé qué pedir; tampoco hay un dios responsable. Por eso os miro a vosotros, amigos, y os pido solidaridad, amor con todos aquellos que, como el anciano de negro, lleven un drama en su mirada. Seguro que el mundo cambiará, cuando cada uno de nosotros  tiña sus ojos de  esperanza.
Y hoy no tengo más imagen que aquella que todos llevamos prendidos en la retina: la del pequeño muerto en una playa.


22 may 2018

LA PEDAGOGÍA DEL LENGUAJE

DIARIO EL DÍA DE CÓRDOBA
PILAR BARTOLOMÉ
20 Mayo, 2018 - 02:31h            

Isabel Agüera. Es autora de más de 75 obras educativas, que han sido traducidas a varios idiomas y, además, colaboró en la puesta en marcha de los colegios Aljoxaní y Santuario
Isabel Agüera nació en Villa del Río en el seno de una familia de ascendencia literaria por parte materna. Tercera de nueve hermanos, desde muy niña, destacó por su afición a los libros, así como su gran facilidad para narrar y escribir cuentos y poesías, recibiendo sus primeros premios cuando sólo tenía nueve años. Isabel se escolarizó en el colegio de la Divina Pastora de su pueblo. Más tarde se trasladó a la capital cordobesa al internado de la institución teresiana donde terminó bachiller y cursó Magisterio en la ya desaparecida Escuela Normal. Ilusionada con el espíritu de la institución y sobre todo con la vida de sus fundadores, Pedro Poveda y Josefa Segovia, ingresó como aspirante en ella en la que permaneció unos años, hasta que, por razones de salud, se vio obligada a abandonar.
Tras lograr plaza por oposición, obtuvo su primer destino provisional en la unitaria número 5 de Palma del Río, donde ejerció un auténtico apostolado, no sólo con las 70 alumnas que diariamente asistían a su aula, sino atendiendo, sin horario y sin medida, a la pobre gente de aquella zona en sus muchas necesidades, tanto materiales como espirituales y culturales.
Al año siguiente, logra destino definitivo en la aldea de Fuente Carreteros, dependiente de Fuente Palmera. La estancia fue de lo más prolífero: teatro con niños y adultos, exposiciones, carrozas, visitas diarias a los enfermos, excursiones, actos religiosos de lo más variopinto y un largo etcétera. Un año después, pidió traslado, por salud, con destino a la provincia de Jaén, en concreto, a Villanueva de la Reina. De los cuatro años que permaneció allí, Isabel dice en Memorias de una maestra que: "Fueron aquellos años la edad de oro de mi magisterio". Años en los que, según cuenta, no salía del aula en todo el día, ya que, terminado el horario escolar permanecía allí atendiendo a jóvenes que acudían a bordar sus ajuares o a recibir clases de lectura y escritura. En aquel municipio conoció al que pronto sería su marido. Aunque, tras veinticinco años de matrimonio y tres hijos, falleció a muy temprana edad dejándole un gran vacío.
Así, volvió a Palma del Río y, posteriormente a Alcolea al centro escolar Joaquín Tena Artigas. Allí permaneció diez años, de ellos, a instancias del servicio de Inspección, pasó dos en Córdoba en comisión de servicio para colaborar en la puesta en marcha de nuevos colegios: Santuario y Aljoxani. En estos diez años, y ya con tres hijos, Isabel multiplicó sus actividades a favor de la escuela: exposiciones al finalizar los cursos, belenes vivientes en los que participaban los alumnos, atención individualizada a numerosos escolares problemáticos, de cuyas experiencias y resultados hay buena cuenta de ello en sus obras. Periódico Escolar, Reuniones de Padres, que auguraban las primeras asociaciones, y un larguísimo etcétera. En 1979 logra destino en Córdoba, en el colegio público Averroes donde permaneció hasta su jubilación, tras veinte años de ejercicio.
Investigadora incansable de temas educativos y escritora por vocación y profesión, simultanea ambas actividades en una prolífera obra dedicada a profesores, alumnos, padres y público en general. Ha intervenido, también en numerosos congresos, conferencias, mesas redondas, programas de radio, vídeos pedagógicos, grabados y emitidos por PTV Córdoba, y la coordinación de seminarios en el centro de profesores de Córdoba. Simultaneando pedagogía y literatura, ha logrado publicar más de 75 obras. En la actualidad su obra está muy extendida y valorada por países de Latinoamérica, cuyos ministerios de Educación y Cultura las adquieren para bibliotecas y centros escolares y, además, han sido traducidas a varios idiomas. Su primera obra, Buscando en la vida, fue galardonada con el premio Blasco Ibáñez y editada en 1979. En 1980, recibió el premio Ciudad de Villa del Río, -otorgado en el 1974- con la obra titulada Tengo derecho a vivir. En 1981 publicó la obra Jugar y crear, mientras queen 1985 la novela Sol de Otoño y un año más tarde, en 1986, Edelvives editó Quisco, mi amigo. Ha colaborado en revistas como Magisterio, Alminar, Maestros, Diálogo, Alhacena, Andalucía Educativa, la Enciclopedia de los Pueblos de Córdoba, y también en centros de promoción de la Mujer.
Isabel recibió numerosos premios y reconocimientos a lo largo de su vida como la medalla de Plata de Andalucía, el galardón Blasco Ibáñez de novela, el de Ciudad de Villa de Río de novela corta, la Fiambrera de Plata del año 1991, concedida por el Ateneo de Córdoba, o el galardón Medios de Comunicación, del Instituto Andaluz de la Mujer, Hija predilecta de su pueblo, Villa del Río sonde tiene dedicada una bonita calle y un certamen literario a su Nombre, Certamen de las Letras, Isabel Agüera.
Además, Isabel ha promovido y creado la Asociación Nacional de Maestros Jubilados de la que es presidenta y a cuya obra vive totalmente entregada. Escritora además de maestra, en su ejercicio, ha hecho de la lectura y el lenguaje la piedra central de los contenidos educativos. Es pionera en temas y aspectos relacionados con las nociones de aprendizaje significativo, creatividad, educación en valores o enseñanza individualizada.

Maestra de sueños, con ella todo era sencillo, divertido, alegre... Todo se aprendía de otra manera... En palabras de ella misma: "La vida es tan sólo un paseo por el transcurrir de los momentos en los que hay que ir sembrando ilusión y amor".