Yo creo que los pájaros también lloran
Fue un
viernes de feria. Por dar una vuelta salí del barrio en
coche. Una parada, un café, una pasada por los lavabos. Pero he aquí que, una
coqueta bolsa de aseo, evidente descuido de alguien, me llama la atención.
La cojo, y casi con reverencia, me dirijo al camarero: alguien
se ha olvidado de esta bolsa. Guárdela, por si acaso... ¡Ah, bueno! –exclama- Debe ser de una
whiskera que viene de vez en cuando. Trabaja... ¡qué sé yo! La recoge un coche
con otras fulanas más. ¡Mala gente! Si quiere la deja por ahí. Yo no me hago
cargo... ¡Sabe Dios..!
No, no he podido abandonarla a merced de la indiferencia,
del desprecio, del asco... ¿La abro? ¿La
examino? Tal vez encuentre a su destinataria, tal vez... Sí, con unos vagos
remordimientos, me he decidido y, nada, nada: una prosaica barra de
labios, lima de uñas, colorete pimentón,
sombra de ojos verde fluorescente...
Nada, un fino pañuelo, bien doblado y una taleguilla de paño con la foto
de una mujer mayor de mal gesto y muchas arrugas.
Los mismos potingues que yo, que cualquier mujer, más o
menos. No obstante, el pañuelo, con unas marcas de... ¿rímel o lágrimas? y,
sobre todo la fotografía, está provocando en mí, sentimientos tales que me he
sentido como en presencia de mi propia vida, de cuatro vulgaridades que
encierran el secreto de la existencia
humana: deseo de agradar, conquistar, lágrimas, frustraciones, verdades,
mentiras y, en lugar privilegiado de nuestro corazón, la madre; siempre una
madre.
Creo que sí, que la mujer de la foto, que parecía mirarme
entre orgullosa y suplicante, debe ser la amorosa madre de la whisskera: de
cejas anchas, cicatriz en la frente, hoyos grandes en las mejillas, labios
gordos, arrugas, toda ella un entramado de arrugas hondas.
Por eso, esta noche, pensando en
la anónima dueña de la bolsa, noto que me corren lágrimas. Seguro que siente
asco de todos y seguro que vende su cuerpo sin amor. ¡Qué pena!
Los árboles, cuajados de pájaros, empiezan a oscurecer el
día, los pasos de la gente, ante un súbito chaparrón, son carreras y paraguas,
y yo aquí, sin saber qué hacer, dentro de mi coche, con el peso grande de esta
nada que es la bolsa de aseo y que se me torna interrogantes sin respuesta:
¿para cuántos hombres habrán sido arreglo estas pinturas? ¿Cuántos caminos
habrá recorrido?
¡Pobre whiskera! Me la imagino perdida en la noche negra,
sin más ojos luz que los de esta fotografía que la siguen y la
protegen como un sagrado talismán.
Me la imagino entregada a la magia fría, helada... del
placer pagado. Me la imagino sola, retocando -esta noche sin bolsa- sus ajadas
mejillas, surcos de lágrimas, de insomnios teñidos de rímel.
Guardaré esta bolsa toda la vida y, si en algún
momento me encuentro sola, cogeré esta fotografía y, mirándola, haré de su mal
gesto, una bonita historia de amor.
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