Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

31 oct 2019

Historias de una aldea

Amigos de este blog: voy a escribiros una novela que  tuvo, y tiene, gran éxito. Os aseguro que lo pasaréis  de diez en este ratito de lectura.

CAPÍTULO  1
Un remolino de vilanos se amontona a mis pies. La “Catalana” se aleja levantando polvo por el camino de abajo. Frente a mi, cuesta arriba, un puñado de casitas apretadas.
Atardece. Fuego en el cielo y manchas rosadas sobre las blanquísimas paredes. Soledad y silencio en la aldea, una aldea de la campiña cordobesa, Fuente Carreteros, llena de luz y aire.
Un perro acurrucado en los últimos rayos de sol que rechinan en la acera, estira las orejas al verme. Después viene hacia mí ladrando. Husmeas mis zapatos y con un gruñido perezoso se aleja con indiferencia.
Unos instantes más, y un hombre largo, negruzco, uniformado..., sale de un portalón de piedra.
-¡Sapee..! – le grita a un gato que está enroscado a la puerta -. ¡Qué leche de animaluchos!
Al descubrirme, exclama, quitándose una gorra deslucida que trata de estirar entre sus manos:
-¡Dios guarde a usted, señorita! Usted debe ser...
-Sí; yo soy Blanca. La nueva maestra –interrumpo, soltando las maletas y alargándole una mano – Tengo mucho gusto.
-Muchas gracias –replica el hombre largo, haciendo una media reverencia-. Yo soy López, el municipal, para servirla. El señor alcalde, el Victorino, que ha tenío que salir, me ha encargao que fuera a esperarla, pero... ¡esta puñetera ”Catalana” ..! Lo mismo se adelanta que se atrasa. Ya iba yo pallá. En la fonda de la Manuela tiene avisao el Victorino. Conforme se sube, a la derecha – explica, colocándose en medio de la calle -. No hay pérdida. Usted lo verá. Es una casa de escalones, na más llegar a la plaza. ¡Quisco..! –vocea-. ¿Dónde te has metío..? No seas tan corto, hombre. ¿No te lo dije? Acompaña a la maestra a casa de la Manuela, que yo tengo una urgencia que hacer.
...Y del rincón de la fuente se despega, sin rechistar, un muchachote, un niño, diría yo  por sus ademanes: cabeza baja, manos entrelazadas, camisa pajiza, mirada mongólica, pelo al rape y un trabajoso tic en el cuello.
Estaba allí, cerca del arco de entrada: arrinconado en la fuente de piedra, entre un chorrito de agua y un cascarón de pared. No lo había visto antes, pero, para mí que me ha observado desde mi llegada
A traspiés, sube delante de mí la cuesta arriba. Los pantalones anchos y flojos, se le lían entre las piernas. De vez en cuando se para, suelta las maletas, se tira a puñadas de los pantalones que se le caen y me mira con el cuello reliado.
Una mujer, que peina a una niña, sentada en el poyete de la puerta, exclama:
-¡Vaya, Quisco, has encontrado trabajo! ¿Eh...?
Una especie de sonido gutural, entre risa y gruñido, sale de su garganta y contesta:

-¡Síii…!
La fonda de Manuela es un caserón lleno de remiendos Por las ventanas, recién pintadas salen gitanillas de todos los colores, y en el balcón de en medio, seca y polvorienta, una palma atada con dos lazos. Por entretejido artístico se nota que correspondió al hermano mayor de alguna cofradía de ola Semana Santa.
La Manuela se ha quedado dormida con la radio puesta. Parece un tonelillo, allí, dejada caer en el sofá. La habitación está cargada de muebles y de fotografías, y de cuadros, que los hay de todos los tamaños..., Y como un detalle de lujo, un aparatoso espejo de marco burbujeante, pintado de purpurina y rematado por un escandaloso lazo que cuelga por ambos lados. Otro detalle, pintoresco y religioso, es la imagen, pintarrajeada de colorines, de San Pancracio, con su repisita y su ramito de flores del tiempo, y debajo, colgado, un rosario grande.
-¡Manuelaaa...! – grita Quisco desde la puerta.
La Manuela se despierta de un sobresalto:
-¿Qué leche quieres? ¡Vaya susto que me has dado! Otra vez, avisa, hombre.

25 oct 2019

Llega el Día de los Santos



Con la llegada del otoño, el día de Los Santos estaba presente en la mente de todos, de forma que, con bastante antelación, se comenzaban preparativos, y el principal tenía como objetivo el cementerio. Mujeres cargadas de útiles de limpieza correteaban las calles camino del Campo Santo, y allí ingenua competencia de flores de trapo, coronas, mariposas de aceite en sus cacharritos de cristal azulado o rojo, fotografías ampliadas y coloreadas y cal, mucha cal que las mujeres con las escobillas de todos los tamaños no dejaban ni un rincón sin encalar y  pintar. Todo quedaba reluciente, listo para el día de Los Santos y Difuntos en los que se organizaba un festivo folclore, un insólito culto que la gente rendía, y sigue rindiendo, a sus muertos.
Otro capítulo era el que protagonizábamos los niños empeñados en colarnos en el cementerio, cuya puerta, rigurosamente, vigilaba un hombre desaliñado y de malos humos que de vez en cuando amonestaba a la chiquillada con esta singular expresión: ¡Acejaos pa tras de una puñetera vez, nenes!
Pero siempre había un descuido, y allá que entrábamos en carrerillas. Uno de los alicientes más buscados por los niños era el osario. Aquella especie de alberca llena de restos: coronas, retazos de telas, flores, maderas de ataúdes y algún que otro hueso, si bien  en nuestra  fantasía creíamos ver calaveras por todas partes, calaveras que en las noches se tornaban  horribles miedos y pesadillas. Aquel lugar, al que se accedía por una recóndita pendiente nunca lo he podido olvidar, a pesar de la carga divertida que, hoy por hoy, encuentro en aquel trance del osario que conllevaba, comidos por el miedo,  intento tras intento hasta culminarlo.
 Recuerdo cómo el cementerio y los alrededores se convertían en tal atractivo que   grandes grupos de familiares y amigos, como en bandadas, se desplazaban a todas horas y los vendedores ambulantes de pipas, cacahuetes, caramelos, etc. hacían buena venta, sobre todo de pipas que era uno de las principales  chucherías   en  aquellos años
El Día de los Difuntos se adelantaba con el doblar initerrumpido de campanas que comenzaba la tarde del Día de los Santos y se prolongaba hasta el atardecer de dicho Día de los Difuntos. Aquel día, durante la mañana, el párroco, revestido, y acompañado de monaguillos con hisopo y agua bendita en mano, recorría las sepulturas de quienes lo solicitaban “echando responsos” que consistían en rutinarias oraciones culminadas con el rociado de agua bendita sobre las tumbas.
Y, como en todas las fechas festivas, se hacían dulces caseros, si bien creo que las torrijas y pestiños eran los favoritos, y  la gente rivalizaba en su buena mano para darles el mejor toque gustativo. No obstante, el plato típico y favorito de aquellas fiestas eran las gachas. ¡Cómo recuerdo aquellas fuentes de color plomizo regadas de canela y miel! No puedo saber cómo lo percibían y recuerdan la gente de mi edad, pero yo, desde días antes, soñaba con aquel exquisito plato de gachas que mi madre preparaba todos los años en aquellas fechas.
El Día de los Santos se estrenaban los abrigos, se encendían oficialmente los braseros, se ennoviaban las parejas y empezaba el Mes de Ánimas.
El Mes de Ánimas era un acontecimiento religioso más pero en esta ocasión envuelto en tintes fúnebres que recuerdo con cierto pavor por el montaje que se hacía en honor de los muertos. En medio de la iglesia se colocaba el catafalco, un armazón revestido de negro y que, en mis pocos años, creía estaba lleno de muertos. La gente en general, muy devota en aquellos años de las Ánimas Benditas del Purgatorio, acudía, tarde a tarde, a lo largo de todo el mes, al reclamo de aquel lúgubre doblar de campanas que, al atardecer, y cuando ya los días  eran fríos y oscuros, parecía acentuarse en el silencio de calles solitarias.
El miedo a los muertos en los niños, y por otra parte, la curiosidad propia de los años, me hicieron vivir  noches de visajes  que unidos a las historias que se contaban cada día sobre apariciones de bultos, muertos de promesas incumplidas, me  hacían ver sombras que en las noches deambulaban a mi alrededor. Fueron años de muchos miedos: aparecidos, fantasmas, demonios y aquellas historias terroríficas que contaban de rojos que bajaban en las noches de la sierra, donde se escondían, a las tabernas, y se cerraban las puertas con llaves y cerrojos pero el pálpito del terror lo vivimos mayores y sobre todo, niños.



22 oct 2019

Ya estamos en el otoño



YA  estamos en el otoño.
Doblan de nuevo las campanas.
Empieza el mes de Ánimas.
Llega un año más el día de los Difuntos...

Y hojas que vuelan,
y pájaros que emigran,
y tormentas, chaparrones...
recuerdos, nostalgia...
música, sí, regazo  de agua clara,
latidos cálidos que se escapan
de la lira que es mi alma.
Y son el pueblo, las tormentas, la gente…
¡Aquellos años!

Ya estamos en el otoño.
Doblan de nuevo las campanas.
Empieza el mes de Ánimas.
Llega un año más el día de los Difuntos...

En mis ojos, una lágrima...
En mis labios, unas palabras... papá,.mamá

Y, ¡tantos, tantos recuerdos!