Ayer, tomaba café con un
amigo mayor que me decía refiriéndose a la cena de Noche Buena: cada vez me
gusta menos esta noche. Soy un convidado de piedra: hijos, nietos, más
familiares añadidos. Ya no pertenezco a esta generación que lleva las fiestas
por otros derroteros, mientras uno solo le queda la nostalgia de otros
tiempos.
Sentí pena, de verdad,
mucha pena, porque yo no creo que los mayores sean convidados de piedra en
ningún sitio ni en ocasión alguna. Los mayores pueden, podemos sentir
nostalgia de tiempos pasados, pero tal vez lo más positivo y necesario sea
guardarlos dónde nadie los vea e incorporarnos a estos. Es decir, no queramos
repetir la historia de nuestra vida trascendiéndola a los jóvenes, sino
incorporándonos a la suya en la medida que nos sea posible.
Y al escribir esto
me viene, ¡como no!, a la memoria la Noche Buena de mi infancia, cuando mi
padre y mi madre al atardecer, y con los siete hijos que somos alrededor de la
gran mesa, cantábamos villancicos, se inauguraba el momentazo tan esperado de
abrir el cajón de mantecados, se preparaba el pavo en la cocina, olía a dulces
caseros, se escuchaba por la calle pandillas niños cantado y pidiendo el
aguinaldo…
Después hubo otras noches buenas, en el internado, con mis hijos y
marido, etc.
Pero todo eso me pertenece a mí, a mi generación, a mis tiempos de
niña y joven y aunque los recuerdos me asalten y…
“Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda
devolverme las horas de esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no
debemos afligirnos, pues siempre, la belleza subsiste en el recuerdo".
Y
este villancico, Adeste Fideles,mi preferido, y el Aleluya de Hender lo sigo
escuchando en la voz de muchos recuerdos.
Adeste Fideles Concierto de Navidad. Orquesta y Coro ...
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