Hoy es el día de los Derechos Humanos. Es por eso que me refiera, de forma muy resumida, a una carta que llegó a mi buzón
Los mayores también precisan campañas de compromiso y solidaridad.
Estimada señora, amiga de la radio. Mi vida transcurre como si la soledad de un sepulcro me aislara del resto del mundo. Tengo setenta y dos años y, desde hace cinco, vivo en esta gran ciudad, Barcelona, absolutamente sola. Mi marido murió al poco de trasladarnos aquí. No tengo hijos, ni familiares, ni amigos. No tengo ni vecinos, pues aquí todo el mundo corre y nadie se detiene a saludarte. Estoy mal de los huesos. Casi no puedo andar. Mi depresión es tal que, a veces, si no fuera porque soy católica, me habría tomado unas pastillas y...
Hasta aquí la transcripción literal de una de
las muchas cartas que recibí, tras unos programas en radio nacional hace
años. Algo tremendo la realidad de estas personas que todas, sin excepción, tienen
denominadores comunes: soledad, enfermedad, años... Mujeres solas, en su mayoría
viudas -hombres, algunos- que, día tras día soportan y lloran la tragedia, el
drama que les aguarda, que nos aguarda a todos, cuando la vida,
definitivamente, nos muestra su cara más fea, porque la vida no es tan
maravillosa como la percibimos en momentos, días de euforia, ni es tan negra
como la anatematizamos en la noche y en
el dolor. No obstante, todos, si llegamos a cumplir esa última mayoría de edad,
por unas razones o por otras, conoceremos ese rostro terminal.
Y de aquí mis reflexiones:
¿qué hacer para paliar, en un mínimo, las necesidades de personas que no tienen
quién les lleve un café a la cama, cuando están ancianas, enfermas..? Ya sé que
hay algún que otro servicio social, no muchos, que se ocupa de eventualidades muy puntuales,
pero lo que más necesitan estas personas es afecto, compañía, al menos durante
un tiempo cada día, necesitan la palabra animosa que les acompañe, cuando ya
sus ojos no ven, cuando sus pasos ya no los conducen a ninguna parte, cuando
olvidados, impasibles, desvalidos sólo son cuerpo que no pueden aguantar y alma
que sólo les sirve para llorar. Es verdad que hay que prepararse para cuando
esa hora llegue, si llega pero, por muchas lecciones que hayamos tomado, por
grande que sea nuestra fe, el deterioro físico, psíquico, la soledad, la
enfermedad... son ingredientes que bien puede hacernos vivir como sepultados en
vida.
Habría que ir pensando en
un voluntariado -también hay algo- que, con efectividad y sobre todo con amor,
ejerciera de ungüento en tantas y tan grandes heridas como nos muestra la cara
fea de la vida. Hoy por ti; mañana por mí.
Debatimos políticas, derechos, mejoras, palabras que se lleva el
viento, pero ¿qué hay de seres humanos
que viven y mueren sin el más mínimo
calor humano?
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