Hoy es el Día internacional del discapacitado, y yo vuelvo a recordar a
un chaval que un día llegó al Centro donde yo trabajaba. Aprovecho también este
día para reivindicar que se reconozca algún tipo de incapacidad para las personas agorafóbicas.
En su rostro, pálido y
deforme se dibujaba una sonrisa. Una sonrisa que brotaba de la tristeza
infinita de su alma, como brotan las gotas del rocío en la noche y amanecen
cristalinas sobre los campos marchitos.
Sus manos largas y
puntiagudas se agitaban en un temblor sin retorno.
Sus pies, que colgaban
secos de unas piernas muertas, eran enormes zapatos que se aposentaban sobre el plateado peldaño de una silla de
ruedas grande y ligera que, al deslizarse, hacía un ruido macizo.
Su cabeza, mata de pelo
negro, retorciendo agitadamente el cuello, era la expresión viva de una alegría
nueva, aquella mañana primera de escuela.
Un autobús blanco,
impecable, con una cruz roja en las puertas, era la gran sorpresa de aquel día
soleado de octubre.
Los niños y niñas del
colegio lo rodeamos. Las puertas del autobús se abrieron. Una plataforma, como
si fuera un ascensor de juguete, descendió automáticamente, transformándose en
una divertida rampa.
Por allí bajaron al
inválido, con aquella sonrisa triste eclipsada en su rostro.
Lo conocí entonces. Era su
primer día de colegio.
Desde entonces, cada mañana
y cada tarde, esperaba feliz al autobús que transportaba a Manuel, y esperaba,
con impaciencia, la hora del recreo para empujar su carro de ruedas por entre
los mil alumnos que jugaban alegres en las pistas.
Hoy, después de muchos años
transcurridos, pienso, de nuevo en aquel
niño inválido, en aquel amigo de mi infancia, que un día faltó al colegio y ya
no regresó más
Se
ha ido al cielo -me dijeron.
Yo, al recordarlo, siempre
me pregunto: ¿Por qué mi amigo tuvo que nacer inválido? ¿Por qué tuvo que morirse tan pronto?
Y en mis sueños, lo veo,
en un carro de estrellas que empujan
ángeles de esa escuela divina donde Dios nos aguarda a todos, y lo veo alado y
celeste, escribiendo su nombre en la infinita pancarta del universo.
¡Espérame,
amigo inválido! ¡Volveremos a estar juntos! Te lo prometo, pero entretanto
ayúdame a caminar sin dejar espinas a mi paso. Como tú sólo quiero “andar sobre
ruedas” para no herir, para no golpear la tierra que piso.
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