Madrugué para verte, luna, lunares, y sí, me esperabas coronando mi preciosa y querida sierra cordobesa.
Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera
31 mar 2018
21 mar 2018
CARTA A UN NIÑO: GABRIEL
DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
Mi querido Gabriel: desde
primera hora, el hecho de tener el nombre de uno de mis nietos y más o menos la
misma edad, fue para mi detonante de grandes emociones. Sí, mi pequeño Gabriel,
mío y de todos los que al mirar tu carita sentimos que algo se nos rompe en el
alma.
Desde el instante que te
perdiste eres presencia que no puedo dejar de sentir tan cerca de mi que hasta
puedo oler el perfume tierno de tu piel de melocotón y puedo escuchar tu voz,
risas y llanto en momentos vividos, como todos los
niños, en pleno fragor de vida que empezaba a despuntar de la cuna que te meció
y de la mano que te acompañó en aquellos primeros pasos.
Son tantos los niños que
pasaron por mi vida que de memoria conozco el color de vuestras inciertas
palabras, de vuestros inocentes juegos, de vuestros miedos y sueños. Tu
nacimiento, como el de todos los niños sí que fue un acierto, un aplauso feliz
para familiares y amigos, ilusionados de cara a tu futuro en un mundo que nada
podía saber de tu existencia. Hoy, alguien decidió acabar con aquellos planes
para convertirte en terrorífica noticia, para tus padres y en medios de
comunicación.
Hoy el mundo te conoce y se
espanta de tu corta vida y trágico final. Te fuiste sin despedida, sin besos,
con saltos por caminos de siempre y mientras la vida, imparable noria, seguía
su curso sin que ni tan siquiera una corazonada de los más cercanos te
acompañara.
Solo, sin campanas, sin
funeral, te desvaneciste con el viento. Pero esta carta no es fruto de un
arrebato, sino una reflexión que me hago, cuando amanece una mañana más de vida
en las aulas. ¡Cómo debe doler tu silla vacía! Y tus juegos en el recreo, y los
besos a tu madre, y tus sueños de niño creativo y alegre...Y yo, madre, maestra
y abuela, me pregunto: ¿qué mundo es este en el que se mata a los niños de
hambre, abandono, de malos tratos...?
20 mar 2018
Dialogando con un poeta
DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
Un año más llega el gran Día
de la Poesía. Me anticipo unas horas para rememorar cartas y versos de un gran
poeta, Cristóbal Vega, de un gran amigo que se nos fue con la primavera.
¡Qué amargos resultan los
adioses a tantas cosas que nunca supimos ver! --me decía-- Al sauce de viejas
ramas donde al despuntar el día canta alegre la calandria. Al gorrioncillo
audaz que llega a nuestra ventana a traernos el mensaje de su tosca serenata...
Querido amigo Vega: tú lo
dijiste: «no lloradle. No se ha ido; está aquí: no mueren los poetas». Tus
versos, tus cartas, tus escritos son hoy testigos de mis lágrimas. Yo sé que no
te has ido porque el aliento vivo de tus versos palpita entre mis manos y es
tapiz hoy de lujo en mi casa...
«¡Ay, Isabel, tu terraza! /
Donde un canario canta sus bellos trinos al alba / para una elegante novia de
lunas y estrellas blancas / que quiere ser luz y faro para los mares eternos /
de eternas madrugadas».
¡Cuántos poemas, cuánta
bondad, humildad y belleza oculta en una biografía de silencios y amores!
«Despedirse de la flor, del
jardín, de la apacible lluvia que cae blandamente sobre el claro silencio de
las noches nostálgicas... ¡Y no ver más las estrellas del alba!».
No, amigo, tan solo es un
poema. A ti te quedan, al menos, mis primaveras, sonrisas, bellas tardes
románticas, te quedan mis mariposas, lunas blancas y palomos trovadores que a
la paloma cantan. No me dejes, por favor, sin tus versos, no me dejes sin tus
cartas, porque puede que tus silencios me laceren por siempre el alma.
«¡Mira, mira, Isabel, cómo
sigue vivo el sol! ¡Mira cómo sigue viva la mañana! No te mando un adiós, sino
un, hasta mañana. Ahora ya ¡todo es nada! Un recuerdo perdido... Y un beso en
la nostalgia».
Wilde dice: «Hay que elegir
a los amigos por su elegancia y belleza». No sé qué viste en mí, pero nadie
como tú valoró los sueños de esta mujer que recibía, cada día, tus versos y
poesías.
* Maestra y
escritora
PUBLI
10 mar 2018
DE LA AVENTURA QUE CORRIÓ EL DOMINGO CON EL SABIO
El
autobús tras largo recorrido, recogiendo
gente, se detuvo definitivamente, en la
puerta de una casa, situada a las
afueras de un pueblo: ¡Ea, to el mundo abajo! –exclamó el conductor- ¡A ver si
cuando os recoja estáis toas como palmitos! Un hombre, con apariencia de normalidad,
aguadaba en la puerta: ¡pasen pasen
las señoras; al fondo a la derecha!
El pasillo, era largo, estrecho e iluminado
por una leve luz roja. La Manuela, agarrándose al brazo de la chacha, exclamó.
¡coño que da cosa! Estas cosas son así –contestó la Chacha como más preparada y
culta-. El salón era grande y con poca
luz también y como todo mobiliario tumbonas blancas alineadas por separado. La mujer de López, frunciendo
el entrecejo, exclamó: ¡qué raro! ¡Vemos menos que Pepe leches! Sin atreverse a dar un paso más, el grupo de mujeres entre
los que iba algún hombre, como arropándose unos a otros y en pelotón, esperaban
en el quicio de la puerta. Una voz de micro, los solivianto: buenas tardes,
hermanos, pasad, pasad y sentaos; las
mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda.
Con recelo iban separándose
unos pasos y tomando posesión de las tumbonas quedándose sentados en el filo.
Buenos días y buen viaja haigan tenío ustedes -volvía a saludar la voz de un
hombre que esta vez, ante la vista de todos apareció con una zamarra blanca de
manga corta sobre una camisa negra, un pañuelo a modo de turbante en la cabeza,
pantalón a media pierna y zapatillas de cuatro tiras- Sé que venís porque
estáis tos tocaos de algún mal, pero tos
los males los vamos a echar fuera. Apretad el botón de la tumbona, que está
vuestra derecha y tumbaos.
La Manuela que
no se despegaba de la Chacha, exclamó: ¡si parece de campo! ¿Y qué esperabas, so leche, a un
rey mago? Al accionar los botones se
produjo un crujido general y un murmullo que acalló el sabio: ¡tranquilos; no pasa
nada! Van ustedes a estar mu relajaos y como en su cama. La tumbona de la
Manuela de un golpe la tiro para atrás, dejándola con las piernas para arriba y
los zapatos por el suelo. ¡Ay, chacha, que he caído mal, que se me ha enrrollao
el vestido! ¡Calla, coño! –exclamó la Chacha-. El sabio, santiguándose y con los brazos en cruz susurró unas palabras que parecían una oración. Después, dijo:
cerrad lo ojos y dejad la mente limpia de to, pa que los males puedan salir. En
absoluto silencio, el sabio, de tumbona
en tumbona, iba haciendo una cruz en la frente de todos y cada uno. Al llegar a
la Manuela, exclamó: ¡hija, deberías taparte un poquito que no estás en la
playa! La Manuela trató de estirarse del vestido, pero, no había forma; se
había quedado a punto de aterrizar en el suelo de cabeza. Ahora –dijo el sabio-
os vais a dormir. Os entrará mucho sueño y los males irán saliendo de los
cuerpos.
El
Domingo que, en su coche, que era una tartana, y guardando bien las distancias, había seguido al
autobús, disfrazado y que ni él mismo se conocía, de puntillas, apoyado en un
viejo bastón entró en el salón. El
sabio, al verlo exclamó: señor, por favor, quítese el sombrero y échese en una
tumbona; llega un poco tarde, pero por respeto a su edad... ¿Qué edad ni qué
coño? –exclamó el Domingo-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Eres un
sacadineros y engañabobos, pero a mi mujer me la llevo de aquí ahora mismo! Las tumbonas, todas, como por un
resorte, se enderezaron, rompiendo en una exclamación: ¿qué pasa? ¿Quién es? La Manuela, rápidamente lo
reconoció y también la chacha. ¡Ay, por Dios, comadre, el Domingo! ¡La madre
que lo parió! ¡que no puedo levantarme, que se calle, por Dios! Y pataleaba sin
poder enderezar la tumbona, mientras la Chacha, acudía a sosegar al Domingo:
¡calla, hombre, calla! ¿Y dónde coño vas que pareces escapao de la cárcel? ¿Qué
a dónde voy? ¡A cantarle las cuarenta a este hijo puta que engaña a mi Manuela!
Y abriéndose paso entre
las tumbonas y las mujeres alborotadas, llegó hasta el sabio que con buenas
palabras trató de tranquilizarlo: estás
confundío o has bebío, hombre... ¿Qué he bebío? –interrumpió el domingo,
levantando el el bastón-. Pos mira, hijo
puta, este confundío viene a cantarte las cuarenta... ¡Domingo, Domingo!
-gritaba la Manuela-, ¡calla por Dios
que te estás metiendo en un lío! ¡Calla
tú que a ti ya te ajustaré yo las cuentas y a la comadre también, que es la que
te ha metio en esto!
La
gente corría por el pasillo, camino de la calle, y el sabio desapareció unos
momentos, volviendo con dos uniformados hombres que cogieron al Domingo por los
brazos. ¡Ea, al cuartelillo por desorden público e insultos! -exclamaron.
La
Manuela que seguís echa un cuatro sin poder levantarse, gritaba: ¡Mi marío, mi
Domingo, comadre, ayúdame que no puedo moverme! ¡Al cuartelillo, no! ¡Ay, , ay,
qué hombre este! ¡Ha perdió la cabeza!
De un tirón, entre dos la pudieron dejar
derecha, pero, echándose las manos a la frente, exclamó: ¡estoy mareá, ay, que me da! Y
echándose para atrás, volvió a fallar la tumbona quedado de nuevo con la cabeza
por los suelos y los pies en alto. La Chacha, se precipitó: ¡Manuela, Manuela,
qué te pasa! Pero la Manuela no contestaba. La Chacha, exclamó, pidiendo ayuda:
¡que le ha dao un patarrengue!
6 mar 2018
MUJERES A ESCENA
DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
Próximo el Día de la mujer
trabajadora, me salta a la memoria una historia que me emocionó y no he
olvidado. Hace años conocí a una buena mujer que, cada madrugada, camino del
trabajo, se detenía a desayunar en mi cafetería habitual en aquel tiempo. De
vez en cuando la invitaba a café y compartíamos un rato de charla. Me contaba
que tenía tres hijos pero que los tres estaban lejos, y que ella todas las
noche, por muy cansada que llegara del trabajo, antes de irse a la cama, se
acostaba un rato en cada una de las tres camas de sus hijos con el fin de
calentarlas y por la mañana encontrarlas deshechas, haciéndose así la idea de
que dormían allí. Les cambiaba las sábanas, las volvía a hacer, etcétera. La
verdad es que más amor y ternura, imposible.
Hoy, aquella mujer ya no existe.
El maldito alzhéimer la ha dejado perdida en un túnel de oscuridades y olvidos.
Alguien ajeno a esta historia, me comentaba: le ha dado por hacer y deshacer
camas. Y hoy, al recordarla, otras muchas mujeres, otras muchas historias he
conocido a lo largo de ya tantos años…
La ternura es la columna central que
sostiene la vida --dice el literato Martínez Gil--, y yo digo que en el
escenario de los días, en el hogar, en el trabajo, en los hospitales, etcétera.
La mujer derrocha, cuando llega la ocasión este sentimiento que engrandece, que
es la demostración más sublime del afecto, y es una fuerza prodigiosa capaz de
transformar los más duros ambientes, y es un sentimiento que abarca como un
fluir constante de comprensión, proximidad y amor hacia todos los seres
humanos.
El cantante belga Jacques Brel lo expresaba en sus canciones: «Somos
como barcos partiendo todos juntos en la pesca de la ternura».
* Maestra y escritora
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