Mi querido Gabriel: desde
primera hora, el hecho de tener el nombre de uno de mis nietos y más o menos la
misma edad, fue para mi detonante de grandes emociones. Sí, mi pequeño Gabriel,
mío y de todos los que al mirar tu carita sentimos que algo se nos rompe en el
alma.
Desde el instante que te
perdiste eres presencia que no puedo dejar de sentir tan cerca de mi que hasta
puedo oler el perfume tierno de tu piel de melocotón y puedo escuchar tu voz,
risas y llanto en momentos vividos, como todos los
niños, en pleno fragor de vida que empezaba a despuntar de la cuna que te meció
y de la mano que te acompañó en aquellos primeros pasos.
Son tantos los niños que
pasaron por mi vida que de memoria conozco el color de vuestras inciertas
palabras, de vuestros inocentes juegos, de vuestros miedos y sueños. Tu
nacimiento, como el de todos los niños sí que fue un acierto, un aplauso feliz
para familiares y amigos, ilusionados de cara a tu futuro en un mundo que nada
podía saber de tu existencia. Hoy, alguien decidió acabar con aquellos planes
para convertirte en terrorífica noticia, para tus padres y en medios de
comunicación.
Hoy el mundo te conoce y se
espanta de tu corta vida y trágico final. Te fuiste sin despedida, sin besos,
con saltos por caminos de siempre y mientras la vida, imparable noria, seguía
su curso sin que ni tan siquiera una corazonada de los más cercanos te
acompañara.
Solo, sin campanas, sin
funeral, te desvaneciste con el viento. Pero esta carta no es fruto de un
arrebato, sino una reflexión que me hago, cuando amanece una mañana más de vida
en las aulas. ¡Cómo debe doler tu silla vacía! Y tus juegos en el recreo, y los
besos a tu madre, y tus sueños de niño creativo y alegre...Y yo, madre, maestra
y abuela, me pregunto: ¿qué mundo es este en el que se mata a los niños de
hambre, abandono, de malos tratos...?
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