Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

12 mar 2019

Carta nº 1 A Emi


De mi obra, "Cartas al Viento"
Córdoba 12 de noviembre de 2001

Hola Emi: ya ves, de nuevo vuelvo a ti,  y en esta ocasión recurriendo al correo  convencional, ya que los mails me fallan últimamente. No sabes cuánto daría por saber si te molesta mi recuerdo, evidenciado en palabras que trato te lleguen impregnadas de ésa pura y extraña fragancia que exhala la amistad que por mi parte sigue siendo fiel, intacta. No, no puedo guardar rencor a nadie por nada. La vida es muy breve para perderse en cosas tales.
No obstante pienso que, en contra de lo que creía, en tan largo tiempo de cartas, teléfono, tu venida a esta mi casa desde tan lejos, a pesar de aquellas madrugadas cuando  hacías que a través del móvil compartiera contigo el sonido de las olas, no llegaste a conocerme y posiblemente  tampoco yo a ti, pero tuviste la virtud de hacerme despertar una ilusión nueva, que nada tenía que ver con los “fervores amatorios” de tus otras amistades, y que me hicieron crecer alas, capaces de lanzarme, a pesar de mis limitaciones, a un vuelo que me llevaría hacia ti como tanto parecías desear. Me imaginaba unos días maravillosos compartiendo sentimientos, que no pertenecen al común de los mortales, y me imaginaba compartiendo  paseos por las calles de esa bella ciudad, recibiendo en el rostro la brisa fresca y brava del Cantábrico, mientras tu mano y la mía se estrechaban en un incompresible lazo de sentires, aún sin palabras, ebrios de luz y un torrente de azul acariciando los paisajes nacidos en nuestras almas. Y me imaginaba amaneciendo a un mundo de sorpresas, fuegos de artificio que me extasiaban en  una especie de cálido regazo del que no deseaba regresar. Y me imaginaba cuidándote por unos días, con mis mejores virtudes, crecidas por el soplo mágico de esa palabra que puede que se llamara amor, amor sin exigencias, en libertad, en respeto absoluto...
Pero aquel sueño, que empezaba a ser realidad, con las mejores prendas en mi maleta, dejó de serlo por una carta que en mano me entregó el cartero y  bruscamente te despedías para siempre en un despertar sin sentido que fulminaba de raíz  mis sueños
Y  me hacía daño en el alma sin entender nada, sin saber de dónde ni  por qué.
 No te culpo de nada. No quiero nada... Ya aquellas rosas inclinaron la cabeza,  y el tiempo, los silencios las hicieron amarillear sobre las hojas de mi calendario.
Un tren que pasa, una hoja que cae, un eco,  un árbol, un nombre, una lágrima... Cosas que no puedo borrar del índice de mi vida.
Aquel pastorcito que el año pasado coloqué en mi Belén y que tenía tu nombre, lo volví a desempapelar,  y ahí está, en el silencio de esta casa, que un día fue escenario de unas horas maravillosas contigo, entre lucecitas de colores que en una ingenua intermitencia me transportan... ¡qué sé yo adónde!,  en el misterio que yo sólo conozco. Sí, sobre todo, cuando suenen las campanadas del  fin de un año de silencios en nuestra amistad, te recordaré muy especialmente.
No temas que abuse de tu direcciones, ni de tu nombre, ni de cosa alguna que te identifique. Sé respetar, sé aceptar... Son muchas las “cartas” que la vida me han enviado poniendo un punto final a historias que como un tren, cantando letanías sobre las traviesas, se alejaba dejándome en el andén, mientras  en un monótono gemido me repetía: adiós, adiós, adiós...
Adiós, Emi. Te deseo, con toda mi alma, que seas muy feliz. No olvido a tus padres, ni a Lucía, con la que pienso seguirás en comunicación. Dile que la quiero.
Me cuesta dejarte, cuando ya un sol de naranjas se extiende por el horizonte, provocando mi emoción al combinarse con este ratito de monólogo contigo. Recíbelo. No puede ser más limpio, más sincero, más sentido...


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