De mi obra, "Cartas al Viento"
Córdoba 12 de noviembre de
2001
Hola Emi: ya ves, de
nuevo vuelvo a ti, y en esta ocasión
recurriendo al correo convencional, ya
que los mails me fallan últimamente. No sabes cuánto daría por saber si te
molesta mi recuerdo, evidenciado en palabras que trato te lleguen impregnadas
de ésa pura y extraña fragancia que exhala la amistad que por mi parte sigue
siendo fiel, intacta. No, no puedo guardar rencor a nadie por nada. La vida es
muy breve para perderse en cosas tales.
No obstante pienso que, en
contra de lo que creía, en tan largo tiempo de cartas, teléfono, tu venida a
esta mi casa desde tan lejos, a pesar de aquellas madrugadas cuando hacías que a través del móvil compartiera
contigo el sonido de las olas, no llegaste a conocerme y posiblemente tampoco yo a ti, pero tuviste la virtud de
hacerme despertar una ilusión nueva, que nada tenía que ver con los “fervores
amatorios” de tus otras amistades, y que me hicieron crecer alas, capaces de
lanzarme, a pesar de mis limitaciones, a un vuelo que me llevaría hacia ti como
tanto parecías desear. Me imaginaba unos días maravillosos compartiendo
sentimientos, que no pertenecen al común de los mortales, y me imaginaba
compartiendo paseos por las calles de
esa bella ciudad, recibiendo en el rostro la brisa fresca y brava del
Cantábrico, mientras tu mano y la mía se estrechaban en un incompresible lazo
de sentires, aún sin palabras, ebrios de luz y un torrente de azul acariciando
los paisajes nacidos en nuestras almas. Y me imaginaba amaneciendo a un mundo
de sorpresas, fuegos de artificio que me extasiaban en una especie de cálido regazo del que no
deseaba regresar. Y me imaginaba cuidándote por unos días, con mis mejores
virtudes, crecidas por el soplo mágico de esa palabra que puede que se llamara
amor, amor sin exigencias, en libertad, en respeto absoluto...
Pero aquel sueño, que
empezaba a ser realidad, con las mejores prendas en mi maleta, dejó de serlo
por una carta que en mano me entregó el cartero y bruscamente te despedías para siempre en un
despertar sin sentido que fulminaba de raíz
mis sueños
Y me hacía daño en el alma sin entender nada,
sin saber de dónde ni por qué.
No te culpo de nada. No quiero nada... Ya
aquellas rosas inclinaron la cabeza, y
el tiempo, los silencios las hicieron amarillear sobre las hojas de mi
calendario.
Un tren que pasa, una hoja
que cae, un eco, un árbol, un nombre,
una lágrima... Cosas que no puedo borrar del índice de mi vida.
Aquel pastorcito que el año
pasado coloqué en mi Belén y que tenía tu nombre, lo volví a desempapelar, y ahí está, en el silencio de esta casa, que
un día fue escenario de unas horas maravillosas contigo, entre lucecitas de
colores que en una ingenua intermitencia me transportan... ¡qué sé yo adónde!, en el misterio que yo sólo conozco. Sí, sobre
todo, cuando suenen las campanadas del
fin de un año de silencios en nuestra amistad, te recordaré muy
especialmente.
No temas que abuse de tu
direcciones, ni de tu nombre, ni de cosa alguna que te identifique. Sé
respetar, sé aceptar... Son muchas las “cartas” que la vida me han enviado
poniendo un punto final a historias que como un tren, cantando letanías sobre
las traviesas, se alejaba dejándome en el andén, mientras en un monótono gemido me repetía: adiós,
adiós, adiós...
Adiós, Emi. Te deseo, con
toda mi alma, que seas muy feliz. No olvido a tus padres, ni a Lucía, con la
que pienso seguirás en comunicación. Dile que la quiero.
Me cuesta dejarte, cuando ya
un sol de naranjas se extiende por el horizonte, provocando mi emoción al
combinarse con este ratito de monólogo contigo. Recíbelo. No puede ser más
limpio, más sincero, más sentido...
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