Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

18 mar 2019

La Cuaresma en años de posguerra



Hoy retomo las vivencias de los años de la posguerra en tiempo de Cuaresma y con ello,  . pretendo, como testigo, dar fe de costumbres de años vividos sin entrar a juzgarlos porque siempre y todos somos hijos de los tiempos que vivimos. Así que como historia, más que como  hecho religioso. 
El miércoles de ceniza, comienzo de la Cuaresma, era de rigor el asistir a  Misa y desfilar por el Altar Mayor para recibir de manos del sacerdote la correspondiente imposición que se reducía a un garabato en la frente con las consabidas palabras: 
En polvo eres y en polvote convertirás.

Para los niños era –ingenua competencia- motivo de rivalidades el comprobar quién tenía el tiznón más grande, y quiero recordar que nos duraba todo el día como si aquella ceniza nos librara de todo mal.
Con la llegada de la Cuaresma, todas las imágenes de las iglesias se cubrían con telas negras o moradas. Era un espectáculo triste que a mí, personalmente, me provocaba una especie de depresión y deseaba con toda mi alma que llegara el Domingo de Resurrección para que todo en la iglesia volviera a ser normal.
Y la austeridad llegaba no sólo a las imágenes sino que el ambiente en general evocaba penitencia con restricciones en casi todo lo que pudiera salir un poco de lo rutinario. Así, el cine, por ejemplo, los dulces, e incluso las canciones, todo tenía que moderarse y el máximo exponente eran los sermones de la Misa en los domingos. Inducían a la penitencia, al recogimiento por la remisión de los pecados.
También con  la Cuaresma llegaban los ayunos y abstinencias, popularmente llamadas éstas, vigilias.  Los ayunos   obligaban  a los que habían  cumplido 21 años; estaban dispensados, los que hacían trabajos pesados, los faltos de salud, los pobres que vivían de limosna y los que habían cumplido 60 años.
La abstinencia, por el contrario, obligaba  a todos desde los 7 años cumplidos. Dicha abstinencia consistía en no comer carne durante la Cuaresma a no ser que se tuviera bula, documento pontificio que se compraba  para eludir, con el beneplácito de la Iglesia, el veto de comer carne quedando reducida la abstinencia sólo a los viernes de Cuaresma.
Las comidas que más abundaban eran potajes con  acelgas y bacalao. También las torrijas, dulce casero muy propio de aquel tiempo y que, a pesar de los años, sigue siendo privativo de estas fechas. 
Como si lo viera, recuerdo, cuando mi padre, al fin, llegaba con las bulas y las mostraba a mi madre para que las guardara. Aquellos papeles a mí me parecían sagrados y, cuando los encontraba, muy bien doblados en el “secreto” de la cómoda, ni tan siquiera me atrevía a tocarlos.
Otra peculiaridad de la Cuaresma eran los Vía crucis que la gente hacía de forma individual cualquier día de la semana, recorriendo uno por uno, cada estación, que era, y que son, pequeños cuadros representando la Pasión, situado alrededor de la iglesia, pero oficialmente, es decir, bajo la dirección del párroco, se celebraban los viernes. Pausadamente, rezando, arrodillándose y levantándose se recorría el Vía crucis con especial detenimiento en las representaciones de las tres caídas de Jesús bajo la cruz y que en cada una de ellas se entonaba el “Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo Señor”. Etc
Tiempos que pasaron y nos marcaron, pero nunca se olvidan porque en ellos vivimos también días, horas de comunicación, de complicidad, de cierta hermandad: nos conocíamos, nos saludábamos y siempre mediaban palabras de amistad.
Como niña que fui de la posguerra, y dada la buena memoria que al día de hoy conservo, me veo con mi  tupido velo hasta las rodillas, siguiendo religiosamente todos los actos de la Cuaresma. Por cierto, conseguí un Viacrucis de estampitas que coloqué felizmente en el dormitorio que compartía con mi hermana Blanca. Ella, mucho más despabilada que yo y menos condicionada por prácticas religiosas, nada más verlo, y cogido con alfileres como estaba, de un manotazo lo quito y tiró a una papelera, exclamando: ¡lo que faltaba, convertir el dormitorio en sacristía!
Recuerdo que lloré, pero aquellos excesos en una niña no eran ni saludables porque el tema de los pecadores me hacía permanecer horas de rodillas en las noches, cuando todos dormían.
Ingenua y sensible, tan solo deseaba alcanzar aquella santidad tan predicada y que con el paso del tiempo quedó reducida, y en ella sigo, en palabras del Evangelio: amar al prójimo como a uno mismo.

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