Próxima la Navidad, mi recuerdo y cariño a todos los niños del mundo pero, en especial, a los que año tras año fueron pasando por mis aulas, dejando en mí la más preciada estela que haya podido brillar por el firmamento de mi vida. Por eso, va por ellos este cuento.
En un pueblecito lejano vivía un hombre mago que ayudaba, con su magia, a resolver los problemas de sus vecinos. Un día les dijo: Para la Navidad he sembrado un arbolito en el jardín, pero precisa para crecer que lo reguéis con vuestros deseos. Así, cuando nazca Jesús lo llevaremos al Portal.
A partir de aquel día, la gente acudía al jardín y colocándose al lado del arbolito formulaba su deseo: poder para tener a mis vecinos doblegados -dijo el alcalde-. Y yo campanas potentes para que la gente vaya a misa -dijo el cura-.Y yo belleza para seducir a los hombres -dijo una mujer-. Mejores leyes para que aprendan mis alumnos -dijo un maestro-. Premios para que me lean y ser famoso -dijo el escritor-. Más recetas y menos enfermos -dijo el médico-. Precisamos -decían unos y otros- dinero y felicidad.
Así, fue pasando el tiempo y, a pesar de la riega de deseos, el arbolito no crecía.
La gente empezó a clamar: el sabio nos ha engañado. Entonces el sabio los reunió ante el arbolito y dijo: todavía faltan los deseos de un niño y de un anciano. Veamos qué desean: Yo quiero jugar -dijo el niño-. Y yo que no me falte el pan -dijo el anciano-.
En unos instantes el arbolito empezó a crecer. El mago dijo: vuestros deseos eran solo alimento para vuestra vanidad y gloria. A nadie más podían alimentar. El niño y el anciano pidieron lo justo y necesario. Si todos os hubierais limitado a eso, el arbolito hubiera crecido mucho más rápido y copioso, pero está listo para la Navidad.
Y esta madrugada dos deseos. Para mí, ser siempre un poco niña. Para todos, el mejor fertilizante para crecer y hacer crecer: AMOR.
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