No, no están secas las plantas;
están soportando y superando rigores
Somos lo mejor que tenemos es el
título de una de mis obras más vendidas. En ella trato la autoestima, como
otros muchos temas, desde la experiencia personal. Con respecto a la autoestima
escribo:
Me
viene ahora a la memoria una ingenua estrategia de mis aquellos anónimos
años y que, por primera vez, voy a confesar. Se trataba de imaginarme -no sé si crearme-
una segunda personalidad. Otra yo, adulta, serena, segura... perfecta.
Y, cuando me surgía alguna
cosilla de las tantas que me frustraban,
cansaban o tornaban lánguida y
descuidada, aquella imagen era como ojo
observador, mirada fija en mí que me
perseguía, examinando y evaluando todos y cada uno de mis movimientos y hasta
pensamientos. Aquella presencia invisible, paradójicamente, no me molestaba,
sino muy al contrario me servía de estímulo para obligarme a una especie de perfección
de todos mis actos. Sentía, de forma casi visible, su aprobación y aplauso a
todas y cada una de mis superaciones.
Tal vez profesionales de la
psicología puedan encontrar una explicación exacta a tan extraña terapia.
Desde
mi intuición, sospecho que aquella creación animada de mi mente, era la
personificación del bien y belleza que en mi corta edad conocía y a los que mi cuerpo y alma de niña
sensible aspiraban y tendían con infinito deseo.
Me sentía feliz por dentro, me
sentía recompensada y empezaba a quererme tal y como era, a pesar -repito- de
mis pocos años y mis grandes frustraciones.
Tengo la seguridad de haberme
creado una autoestima compensatoria que mi mente necesitaba como imprescindible
herramienta para supervivir ante tal caos psicológico.
Pasados los años, una fijación
parecida era, y es, recurso infalible, si bien, no como remedio que necesite
para quererme, gustarme -aspectos de mi personalidad, hoy por hoy, superados-, sino como la realidad que quiero sea mi vida.
Con total clarividencia me veo
obra de arte: una bellísima pintura de naturaleza viva: aguas cristalinas,
islas, paseos, bosques... Mucho cielo al atardecer, y todo en tonos
anaranjados, de un cálido relajante por donde, en absoluta calma, camino bajo
la mirada -también esta vez invisible- de un ser superior
que me espera para aplaudir mi trabajo.
Pero algo me dice que esta obra
no está acabada. Faltan pinceladas que, con todo esmero, tengo que ir plasmando
en el gran lienzo de mi existencia.Y, cuando por alguna causa pierdo los nervios, me
siento abatida o desganada, noto cómo si en mi obra de arte se marcasen trazos
negros que oscurecen mi bellísimo paisaje.
A mí misma me digo:
“No, no puede ser; estoy estropeando mi trabajo de
tantos años. Tengo que borrar, tengo que rectificar”.
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