La luz está pero el deprimido no ve
camino para llegar a ella
¡Cuánto sufrido! ¡Cuánto leído y
estudiado, acerca de la depresión! ¡Cuántos médicos y psicólogos consultados,
visitados...! Y también, humildemente confieso: ¡cuánto tiempo dedicado a ayudar
a seres humanos, víctimas de caídas en
los gélidos brazos de la depresión.
De todo ello, y en una
aproximación muy abreviada de tanta información como hay sobre este mal, sólo
unas palabras con las que pretendo dejar claro, ante todo, que no soy docta en la materia, si bien he sido, soy víctima muchas veces de tan cruel azote y, desde esa perspectiva, quiero
comunicar mi experiencia.
La función humana es obrar y
querer, porque los músculos gobiernan la acción, y el sistema
nervioso provoca automáticamente el acto volitivo. Pero hace falta que ambos
estén en buen estado, ya que de lo contrario se produce el desequilibrio, la
enfermedad...
Y antes de seguir, una
observación: No es sinónimo de depresión,
tener un mal día, entristecer por causas justificadas, sentir cansancio,
astenia, cuando, por ejemplo, se produce el cambio de tiempo o de estaciones,
etc.
Las mejores y profesionales
palabras, los medicamentos, la comprensión de la familia... sin duda alguna
pueden constituir una ayuda imprescindible,
pero salir de una depresión es, ante todo, un gigantesco esfuerzo
personal, esfuerzo que, por otra parte exige un mínimo de capacidad de
análisis, algo que en depresiones muy
profundas, se obnubila totalmente, de forma que los primeros pasos hacia una curación habrá
que darlos de manos de la medicina...
Empiezo
por confesar qué es para mí una depresión, sin llegar, por supuesto, a perder
la razón, aunque sí buena parte de lógica y discernimiento, porque el deprimido
vive como en otra dimensión que él, y sólo él puede conocer y percibir en su
totalidad.
Cuando
estoy deprimida, me veo a mí misma como dentro de un escaparate por delante del
cual discurre la gente, la vida... Yo miro,
observo, pienso, tengo miedo, terror...
Me siento impotente para romper el cristal y salir fuera. Aunque quisiera, me
creo tan acabada que no veo más puerta de salida que la muerte.
Por otra
parte, la gente pasa de largo: no me ve, no sabe, no entiende... Se me antojan torpes, necios que no piensan,
que se creen inmortales, que no son conscientes de la provisionalidad de
todo....
A veces,
en estado depresivo -lo describo en una
novela- la gente la vivo como desafiante calavera que me provocara el más
absoluto desprecio. No quiero
ver ni oír a nadie. Todo me molesta. No puedo soportar ni tan siquiera
palabras.
Y a este
estado psicológico se suma un mal físico indescriptible: me duele todo, estoy
tremendamente cansada, con vértigos, dolores, vista nublada, trastornos
digestivos, neuralgias... Pienso en
mis seres más queridos, hijos y nietos, y me creo que me son indiferente. Todo esto me hace sufrir y me
culpabilizo por no dar lo que todos esperan de mí
No encuentro nada que me motive, nada que me
ilusione...Parece como si
un halo de muerte se hubiese instalado en mi alma. Pierdo
totalmente el apetito, y es más, creo que no puedo tragar, que mi esófago se ha
paralizado en un permanente espasmo. Me
molestan el sol, los ruidos, la compañía, el teléfono y me molesta
tremendamente que alguien, con la mejor intención, sin duda, exclamé: ¡Venga,
mujer, anímate! ¡Si no te pasa nada!
(Continuaré pronto para retomar el tema y no hacerlo largo,hoy)
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