¡Negro, negrísimo yermo, eco de mi voz!
Queridos amigos/as: En la soledad de esta mi casa de la
sierra cordobesa, rodeada de pinares, jaras, encinas, madroñeras y toda clase
de plantas olorosas como el hinojo, el romero, el tomillo, etc. y
escuchando solo las polillas de mi cabeza, me acerco al monte yermo, negro,
negrísimo. Es como si la vida lo hubiese abandonado y la noche se hubiera
eternizado en sus alturas y, cuando estoy frente a él, siento miedo, un extraño
presentimiento que me lleva no sé a dónde, pero noto que me transporta a otras
historias.
Pero ayer, sentada frente a él, quise comprobar si tenía
"voz". Sí, me contestó y yo, con mi libreta y boli siempre
como inseparables compañeros, escribí.
Me acerco a al negro, frío, solitario yermo y
grito:
¡Eco,
eco, ecooo..!
¿Me
ha contestado? Repito: ¡Eco, eco! ¡Sí, si me ha contestado!
No,
¡qué tonta soy!, no contesta: repite, pero me reprocha que no haya más
voz que la mía.
Y
yo le contesto:
Ya
lo sé: buscaré más voces.
No
estoy sorda. Sucede, eso sí, que convertí el silencio en mi voz favorita y así
tan
sólo oigo el eco de mi voz que se apaga en la tarde. ¡Hay tantas voces!
Es
bonito tener eco, aunque tan sólo sea una onda lejana y juguetona de la montaña,
porque su respuesta me pide más voces, otras voces.
¡Eco,
ecoooo!
¿Amigos,
negro yermo? Me voy que es tarde. Buscaré voces, ¡claro que sí!
Las
tengo encima pero me refugio en el silencio. Te prometo ecos a coro.
Compañeros y amigos:
Que los años nos hagan más brillantes, más sabios, más
dignos y respetables, pero no intentemos ser solitarios bosques de felicidad,
islas perdida en océanos infinitos, estrellas apagadas en el maravillo
universo, eco tan solo de nuestra voz...
¡Qué triste, qué miedo, qué absurdo! ¿No?
Somos himno que entona sueños, mientras tejemos el sutil
relámpago que cruza el cielo y lo ilumina en blanca vorágine de altura.
Somos belleza y amor. Que nada ni nadie nos extinga en
silencio y soledad.
¡Qué bello regalo la naturaleza!
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