AYER
¡Que guapa mi madre y qué monigotilla, yo
Sí,
un veinticuatro de enero de hace ya muchos, muchos años, llegué al mundo a las
seis de la madrugada. ¡Cómo
hubiera deseado ser espectadora de mi propio nacimiento, y haber contemplado en
una mirada infinita los horizontes más remotos del mundo, cuando mi primer
grito irrumpió en aquella habitación de la calle Queipo de Llano de mi pueblo,
cuando mis pulmones, por primera vez, se llenaron de aire, aquella mañana
helada de enero!
Los tejados de las casas chorrean escarcha. La gente, acurrucada
y adormecida, balbucea protestas a la repentina voz del sereno que,
arrebujado en pelliza y boina, repite en canturreos por las esquinas: ¡Las seis en punto y serenooo! Expectación. ¡Lo he oído contar tantas veces!
Papá, a la cabecera de la cama, sufre, reza, espera… Mamá, Casi una niña, hace
el último esfuerzo, y mi cuerpo, sanguinolento y gelatinoso, llega a la vida. ¡Una niña! -exclama la comadrona
Gertrudis- ¡Una hermosa niña!
Silencio. Las miradas de papá y mamá se cruzan:
nostalgia, frustración, sonrisa triste, lágrimas, un abrazo. Mamá, extenuada,
sin poder evitar, no obstante la desilusión, repite: Ha sido niña, Paco; lo siento, lo siento... Y papá me coge en sus
brazos: un beso, unas palabras, más en su corazón que en sus labios: Tú no tienes la culpa. En una cuna
celeste, no pensada para mí, duerme una niña su primera madrugada, y en la
plaza, en la Iglesia, en los primeros encuentros de aquella mañana, la noticia:
¡La señora de don Francisco, el del Banco,
ha tenido otra niña! ¡Pobre doña Blanca
y pobre don Francisco!
Madrugada de aquel veinticuatro de enero. Instante
irrepetible de mi nacimiento que fue un error; yo no debí nacer. No fui
deseada. Yo no era el hijo varón fallecido, el varón buscado y deseado. Yo no
representaba aquella página dolorosa que papá y mamá trataron de pasar
concibiendo un nuevo hijo. Yo tan sólo era una niña, un bebé que jamás volvería
a encontrar la seguridad, la paz, el silencio del sopor fetal. La prehistoria
de mi vida termina, y la lucha por la seguridad de un nido, por la aceptación
que no tuve, la lucha por el amor del claustro que me engendró, serán las
grandes aventuras, las insólitas batallas que agitarán mi vida como si de una
pavesa traída y llevada por el viento se tratase.
Ya
de niña me refugio en los más secretos rincones. Cada vez que presiento el
rechazo o desamor, me encierro en un nido que me fabrico en cualquier lugar:
entre ramas secas de viejas enredaderas del jardín de casa que me arropan y
arañan como a un gorrión asustado o en los muchos trasteros de aquella casa
grande donde fácilmente paso desapercibida para todas las miradas. Tengo miedo
al desamparo y abandono. Aquella letrilla que me canturreaba mamá, esta niña chiquita no tiene a nadie; su
madre, una gitana, la echó a la calle, siempre me dejaba triste. ¿Tendría
yo a alguien? ¿Me echarían a la calle? ¿Cómo gratificar y justificar mi
presencia en el mundo? He aquí mi gran aventura: justificar mi existencia,
hacerme sitio en un mundo tan complejo. A los ocho años, de me destapa una
fuerte agorafobia que a rastro hasta el día de hoy. Lucho, trabajo, amo,
espero… Pero presiento que nada tengo que pueda ser motivo de interés para
alguien y temo siempre molestar, interrumpir, temo, y la vida me ha dado muchas
veces la razón, al desamor, al verme en la “calle” tal vez por no estar a la
altura, por no dar el primer paso….
En
fin, que hoy es mi cumpleaños y que, si no fui deseada, tuve los mejores padres
del mundo y hoy noto que mi vida no fue
un fracaso, sino una historia larga, muy larga…
(Texto de mi novela "Buscando en la vida")
HOY, 24 DE ENERO DE 2014,recién nacida- ¡Quçe emoción!
MIS HIJOS Y NIETOS, LO MEJOR.
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