El
autobús tras largo recorrido, recogiendo
gente, se detuvo definitivamente, en la
puerta de una casa, situada a las
afueras de un pueblo: ¡Ea, to el mundo abajo! –exclamó el conductor- ¡A ver si
cuando os recoja estáis toas como palmitos! Un hombre, con apariencia de normalidad,
aguadaba en la puerta: ¡pasen pasen
las señoras; al fondo a la derecha!
El pasillo, era largo, estrecho e iluminado
por una leve luz roja. La Manuela, agarrándose al brazo de la chacha, exclamó.
¡coño que da cosa! Estas cosas son así –contestó la Chacha como más preparada y
culta-. El salón era grande y con poca
luz también y como todo mobiliario tumbonas blancas alineadas por separado. La mujer de López, frunciendo
el entrecejo, exclamó: ¡qué raro! ¡Vemos menos que Pepe leches! Sin atreverse a dar un paso más, el grupo de mujeres entre
los que iba algún hombre, como arropándose unos a otros y en pelotón, esperaban
en el quicio de la puerta. Una voz de micro, los solivianto: buenas tardes,
hermanos, pasad, pasad y sentaos; las
mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda.
Con recelo iban separándose
unos pasos y tomando posesión de las tumbonas quedándose sentados en el filo.
Buenos días y buen viaja haigan tenío ustedes -volvía a saludar la voz de un
hombre que esta vez, ante la vista de todos apareció con una zamarra blanca de
manga corta sobre una camisa negra, un pañuelo a modo de turbante en la cabeza,
pantalón a media pierna y zapatillas de cuatro tiras- Sé que venís porque
estáis tos tocaos de algún mal, pero tos
los males los vamos a echar fuera. Apretad el botón de la tumbona, que está
vuestra derecha y tumbaos.
La Manuela que
no se despegaba de la Chacha, exclamó: ¡si parece de campo! ¿Y qué esperabas, so leche, a un
rey mago? Al accionar los botones se
produjo un crujido general y un murmullo que acalló el sabio: ¡tranquilos; no pasa
nada! Van ustedes a estar mu relajaos y como en su cama. La tumbona de la
Manuela de un golpe la tiro para atrás, dejándola con las piernas para arriba y
los zapatos por el suelo. ¡Ay, chacha, que he caído mal, que se me ha enrrollao
el vestido! ¡Calla, coño! –exclamó la Chacha-. El sabio, santiguándose y con los brazos en cruz susurró unas palabras que parecían una oración. Después, dijo:
cerrad lo ojos y dejad la mente limpia de to, pa que los males puedan salir. En
absoluto silencio, el sabio, de tumbona
en tumbona, iba haciendo una cruz en la frente de todos y cada uno. Al llegar a
la Manuela, exclamó: ¡hija, deberías taparte un poquito que no estás en la
playa! La Manuela trató de estirarse del vestido, pero, no había forma; se
había quedado a punto de aterrizar en el suelo de cabeza. Ahora –dijo el sabio-
os vais a dormir. Os entrará mucho sueño y los males irán saliendo de los
cuerpos.
El
Domingo que, en su coche, que era una tartana, y guardando bien las distancias, había seguido al
autobús, disfrazado y que ni él mismo se conocía, de puntillas, apoyado en un
viejo bastón entró en el salón. El
sabio, al verlo exclamó: señor, por favor, quítese el sombrero y échese en una
tumbona; llega un poco tarde, pero por respeto a su edad... ¿Qué edad ni qué
coño? –exclamó el Domingo-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Eres un
sacadineros y engañabobos, pero a mi mujer me la llevo de aquí ahora mismo! Las tumbonas, todas, como por un
resorte, se enderezaron, rompiendo en una exclamación: ¿qué pasa? ¿Quién es? La Manuela, rápidamente lo
reconoció y también la chacha. ¡Ay, por Dios, comadre, el Domingo! ¡La madre
que lo parió! ¡que no puedo levantarme, que se calle, por Dios! Y pataleaba sin
poder enderezar la tumbona, mientras la Chacha, acudía a sosegar al Domingo:
¡calla, hombre, calla! ¿Y dónde coño vas que pareces escapao de la cárcel? ¿Qué
a dónde voy? ¡A cantarle las cuarenta a este hijo puta que engaña a mi Manuela!
Y abriéndose paso entre
las tumbonas y las mujeres alborotadas, llegó hasta el sabio que con buenas
palabras trató de tranquilizarlo: estás
confundío o has bebío, hombre... ¿Qué he bebío? –interrumpió el domingo,
levantando el el bastón-. Pos mira, hijo
puta, este confundío viene a cantarte las cuarenta... ¡Domingo, Domingo!
-gritaba la Manuela-, ¡calla por Dios
que te estás metiendo en un lío! ¡Calla
tú que a ti ya te ajustaré yo las cuentas y a la comadre también, que es la que
te ha metio en esto!
La
gente corría por el pasillo, camino de la calle, y el sabio desapareció unos
momentos, volviendo con dos uniformados hombres que cogieron al Domingo por los
brazos. ¡Ea, al cuartelillo por desorden público e insultos! -exclamaron.
La
Manuela que seguís echa un cuatro sin poder levantarse, gritaba: ¡Mi marío, mi
Domingo, comadre, ayúdame que no puedo moverme! ¡Al cuartelillo, no! ¡Ay, , ay,
qué hombre este! ¡Ha perdió la cabeza!
De un tirón, entre dos la pudieron dejar
derecha, pero, echándose las manos a la frente, exclamó: ¡estoy mareá, ay, que me da! Y
echándose para atrás, volvió a fallar la tumbona quedado de nuevo con la cabeza
por los suelos y los pies en alto. La Chacha, se precipitó: ¡Manuela, Manuela,
qué te pasa! Pero la Manuela no contestaba. La Chacha, exclamó, pidiendo ayuda:
¡que le ha dao un patarrengue!
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