Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

26 ene 2017

Carta a mis nietos

Doce de la madrugada. ¡Qué maravilloso día de campo he pasado junto a mis hijos y nietos allí, en nuestra casita de la sierra! Parece que todavía oigo la inocente disputa de mis niños por atizar los leños y que no decaiga la llama  y parece que oigo a mis hijos en sus proyectos ilusionados, en sus preocupaciones e inquietudes, y parece que me veo sintiendo, conjugando y viviendo en un vaivén de emociones, los tiempos, presente, pasado y futuro, que    unos y   otros en tanto se parecen  y en tanto se distancian.
-Abuela, ¿qué haces tan callada? –me preguntaba mi nieta Isabel María-. ¿En qué piensas?
-Pienso en ti –le contesté.
-¿En mí? –exclamó extrañada-. ¡Si estoy aquí contigo!
-Pensaba en ti por lo mucho que te pareces a mí cuando tenía tus  mismos años…
-¡Ah! –me interrumpió-. ¿Es que ya no la tienes? ¿Es que los has perdido?
-No –le contesté-, los años no se pierden, si se viven.
-¡Ah! –exclamó de nuevo  sin entender mi filosófica contestación.
¡Qué sabias preguntas las de una pequeña! ¿Es que ya no los tienes? ¿Es que los has perdido?
Esta noche, y por lo mucho que he pensado en ello todo el día, quiero decirte, vida mía, a ti y a todos, algo que entiendas mejor, que esté más acorde con tus años y conocimientos. Los años se pierden cuando se pasan sin que hayamos crecido, no solo en cuerpo, sino sobre todo, en acciones buenas, en responsabilidades, en paz y conciencia de haber hecho lo mejor que pudimos por nosotros y por los demás, si bien, en muchas ocasiones, hayamos equivocado nuestro paso. Se pierden cuando se vive con envidia, mentiras, deseos de ser más y más a cualquier precio, cuando no se perdona, no se es solidario con los que sufren, con los que padecen injusticias. Si así  los vivimos en algún momento, alejándonos del verdadero sentido de la vida, lo importante es retomarlo y enderezarlo. Los años, así, no se pierden. Es como si en una cajita fuéramos guardando los juguetes que ya usamos  y sustituimos por otros. Siempre estarán ahí para recordarnos y ser testigos de que un día nos hicieron  felices. 
   
Seis de mis ocho nietos

¿Lo entiendes ahora mejor? Yo creo que algo, sí,  y creo que a medida que te vayas haciendo mayor, lo entenderás mejor.
Y en fin, es el objetivo de esta obra no es otro que recopilar todas aquellas cartas que en días, algunos ya muy lejanos, dediqué a mis hijos y nietos  en fechas señaladas para ellos en el calendario de sus vidas.
Pienso que es algo, tal vez lo mejor, que es la mejor herencia que pueda dejaros aunque los proyectos me sigan naciendo con urgencias. Los aparcaré y, si Dios quiere, tendrán su día, pero ahora va por mis hijos y nietos. No podía ser de otra manera.   






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