Doce de la madrugada. ¡Qué
maravilloso día de campo he pasado junto a mis hijos y nietos allí, en nuestra
casita de la sierra! Parece que todavía oigo la inocente disputa de mis niños
por atizar los leños y que no decaiga la llama
y parece que oigo a mis hijos en sus proyectos ilusionados, en sus
preocupaciones e inquietudes, y parece que me veo sintiendo, conjugando y
viviendo en un vaivén de emociones, los tiempos, presente, pasado y futuro,
que unos y otros en tanto se parecen y en tanto se distancian.
-Abuela, ¿qué haces tan callada? –me preguntaba
mi nieta Isabel María-. ¿En qué piensas?
-Pienso en ti –le contesté.
-¿En mí? –exclamó extrañada-. ¡Si estoy aquí
contigo!
-Pensaba en ti por lo mucho que te pareces a mí
cuando tenía tus mismos años…
-¡Ah! –me interrumpió-. ¿Es que ya no la tienes?
¿Es que los has perdido?
-No –le contesté-, los años no se pierden, si se
viven.
-¡Ah! –exclamó de nuevo sin entender mi filosófica contestación.
¡Qué sabias preguntas las de una pequeña! ¿Es
que ya no los tienes? ¿Es que los has perdido?
Esta noche, y por lo mucho que he pensado en
ello todo el día, quiero decirte, vida mía, a ti y a todos, algo que entiendas
mejor, que esté más acorde con tus años y conocimientos. Los años se pierden
cuando se pasan sin que hayamos crecido, no solo en cuerpo, sino sobre todo, en
acciones buenas, en responsabilidades, en paz y conciencia de haber hecho lo
mejor que pudimos por nosotros y por los demás, si bien, en muchas ocasiones,
hayamos equivocado nuestro paso. Se pierden cuando se vive con envidia,
mentiras, deseos de ser más y más a cualquier precio, cuando no se perdona, no
se es solidario con los que sufren, con los que padecen injusticias. Si
así los vivimos en algún momento,
alejándonos del verdadero sentido de la vida, lo importante es retomarlo y
enderezarlo. Los años, así, no se pierden. Es como si en una cajita fuéramos
guardando los juguetes que ya usamos y
sustituimos por otros. Siempre estarán ahí para recordarnos y ser testigos de
que un día nos hicieron felices.
¿Lo entiendes ahora mejor? Yo creo que algo,
sí, y creo que a medida que te vayas
haciendo mayor, lo entenderás mejor.
Y en fin, es el objetivo de
esta obra no es otro que recopilar todas aquellas cartas que en días, algunos
ya muy lejanos, dediqué a mis hijos y nietos
en fechas señaladas para ellos en el calendario de sus vidas.
Pienso que es algo, tal vez lo
mejor, que es la mejor herencia que pueda dejaros aunque los proyectos me sigan naciendo con
urgencias. Los aparcaré y, si Dios quiere, tendrán su día, pero ahora va por
mis hijos y nietos. No podía ser de otra manera.
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