PASO DE
FRANCO POR MI PUEBLO
La
noticia de que Franco iba a pasar por el pueblo conmovía a la gente y alteraba
de forma fortuita la vida. El paso del
generalísimo Franco por nuestro pueblo o cercanías, venía dado por la carretera general que pasaba justo por el centro. ¡Pasa Franco! Era
exclamación que corría de boca en boca unos días antes de que se produjera el
fantasmagórico y ancestral paso. Fueron muchas las veces que este
acontecimiento lo viví en los años de mi infancia pero voy a referirme a uno
muy especial que cuento en mi novela “Buscando en la Vida”
Tendría
yo unos diez años. La superiora del colegio, Madre Socorro nos
reúne en el gran salón. Mañana a las doce –dice con las manos entremetidas en
la blanca toca-, pasa por nuestro pueblo el Generalísimo Franco. Quiero que
estéis aquí a las nueve en punto con los uniformes limpios, las bandas
planchadas, los zapatos brillantes y
bien peinados. Es obligatorio traer banderita o estandarte. Que nadie se
olvide.
La noticia es una auténtica explosión.
Recuerdo que aquello de las banderitas y estandartes, que tanto se usaban en
recibimientos de personajes destacados, se convertía para mí en un gran
problema. Mis padres no se preocupaban de aquello, y yo me las tenía que
arreglar sola. Con un palo, más o menos gordo, más o menos torcido, gachuela y
papeles rojos y amarillos, confeccionaba mi banderita.
Amanece el día nublado. La gente mira al
cielo con bastante desazón. Un rayo de esperanza: no hay sábado sin sol, y
aquel día era sábado. Todo el pueblo madruga. Es fiesta que conlleva cierre de
tiendas y tabernas.
A la hora en punto, la puerta del colegio,
con Madre Socorro a la cabeza, en dos
filas en perfecta formación: niños a la derecha; niñas a la izquierda. Y todos portando lujosas banderitas y
estandartes con todo tipo de detalles
Rumores cunde por el pueblo: esta vez no tiene más remedio que pararse. Van a bajar
la Virgen de la Estrella, la alcaldesa le va a entregar un ramo de flores, el
alcalde va leer unos pliegos y los niños, ¡vaya si se para, cuando vea a los
niños… Y la banda de de música que lleva días ensayando que entonará el himno
nacional
Repitiendo acompasadamente, uno, dos, somos
de Dios, marchas y sin romper filas,
llegamos al Puente Romano. Medio pueblo ya está allí: autoridades, municipales,
el cura revestido, la Virgen, asfixiada en flores y baratijas, la alcaldesa con
un ramo de claveles, los niños de los Grupos Escolares, tan peladitos y
disciplinados como siempre, empuñando también banderitas.
De pronto, una voz exclama: ¡Que pase el
colegio! ¡Adelante, Madre Socorro; le
hemos reservado sitio! También como siempre, algo superiores, nos adelantamos y
en primera fila, ocupamos ambos lados de la carretera, cerca de la Virgen, del
alcalde, a la vista de la comitiva y como reclamo infalible para provocar la
tan deseada parada.
La emoción va creciendo a medida que se
aproxima la hora. Y se nota por los revuelos, los empujones, los fervorosos
gritos de, ¡Franco, Franco! Y los municipales andan inquietos imponiendo orden
y dejándose preguntar por la gente. Pero pasan las doce, hora anunciada, y pasa
la una, las dos… El nerviosismo cunde: el alcalde se repasa los papeles sin
cesar, los portadores de las improvisadas andas de la Virgen se van turnando,
los claveles del ramo van perdiendo lozanía y el cielo comienza a encapotarse
cada instante más amenazante de tormenta y el monaguillo, de vez en cuando
voltea el incensario.
De pronto alguien corre la voz de que ya ha
pasado por Andújar, y los cálculos se disparan: media hora, un cuarto… De nuevo
el revuelo y los ánimos arriba: el cura que prepara el hisopo, los guardias que
se ajustan gorras, banderitas enarboladas en lo más alto y los gritos de
¡Franco, Franco! que se suceden enfervorizados.
De pronto comienza a llover débilmente. Los
hombres miran a cada instante el reloj. Son las tres. La lluvia se intensifica
pero nadie se mueve: tiene que estar al pasar –comentan unos y otros-.
Alrededor de las cuatro unos motoristas
uniformados, que pasan a velocidad de vértigo, son al fin, el primer vestigio de que la
espera va a llegar a su fin. La multitud
se desborda, empuja, grita y una caravana de coches negros, como rayos pasan
por entre la gente desbordada. A partir de aquel momento, no veo nada, De un
empujón caigo en la cuneta de la carretera, casi charca ya. Y debajo de una
gran morera. Me hago daño en un pie y no puedo levantarme. En el barullo de
Virgen, niños, gente… oigo comentarios: no se ha parado porque llevaba mucho
retraso. ¡Iba en el tercer coche! –exclaman unos- No -dicen otros- iba en el
primero. En el segundo –opina el alcalde.
Arrecia la lluvia. A desbandadas se dispersa
el barullo de mayores y pequeños. A Madre Socorro, la recoge el coche de las
autoridades. La virgen, con un capote por encima, aguarda debajo de un árbol
con dos fieles devotos junto a Ella. Un viejo refunfuña porque en el trasiego
ha perdido la dentadura. Una mujer con un niño en brazos busca un pendiente, y
yo, chorreando, con el pelo pegado a la cara y cojeando, regreso sola a casa.
En mis mano el palo torcido de la banderita. La miro y me lleno de sentimiento:
¡de mi pobre bandera, solo el palo torcido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario