Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

10 nov 2018

Aniversario

 Hoy, 49 aniversario de la muerte de mi padre, fecha por la que no puedo pasar como un día más. Falleció de madrugada, y yo sentí que la vida se me iba con él, y sentí rabia de que saliera el sol, de que la gente siguiera su vida y el mundo no se detuviera. De mi biografía, os transcribo algo, pinceladas, tan solo, que  puedan esbozar la figura del gran hombre que fue mi padre.

Bandera blanca y voces que gritan: ¡la guerra ha terminado!
Mi padre vuelve con un saco vacío a cuestas: escuálido, sucio, enfermo... Por aquel paseo largo, de Valdepeñas, desfile de tropas en formación, pero él   aparece solo. Mis hermanos y yo lo intuimos más que lo vemos y corremos a su encuentro. En un abrazo de lágrimas nos aúpa a los tres a un tiempo. Son, lo recuerdo bien, mis precoces emociones.
Después, el retorno a otro pueblo, a otra casa, a nuestro pueblo, a nuestra casa. Como despedida, en la puerta de aquella casa, donde pasamos la guerra, dos vecinas, Milagros y la hija, las más cercanas en aquellos años a nosotros, aunque sin apenas mediar palabras. A Milagros la recuerdo rubia, bajita con permanente de caracolillos y gafas. A su hija, recatada y silenciosa como yo, abrazada siempre a una muñeca, mirándome con gesto ausente. El grandullón de Andrés, desde un balcón, nos mira en silencio, levanta una mano en señal de despedida, si bien, los ríos de sangre que tanto ansiaba, no se apeaban de su mirada, ni de su corazón. Yo creo que siempre los siguió esperando…
Y allí, en nuestra casa del pueblo, nada: un rosal de rosas amarillas, un cuadro de la Virgen Milagrosa por el suelo, cuatro sillas, montones de polvo y mohos en los tejados, suciedad y abandono. Mi madre llorando repite: se lo han llevado todo; no tenemos nada. Mi padre, aunándonos en un abrazo, contesta: pero estamos vivos.
Calles solitarias, tejados crecidos de jaramagos, gente que deambulaba asustada, carreras a las esquinas al toque de trompeta que convocaba al canto del “Cara al sol”, pregoneros que, de vez en cuando irrumpían en el silencio, entronizado en los días, campanas del Ángelus, campanas de difuntos, de gloria… Campanas para todo y a todas horas, madrugadores aceituneros, camino del tajo, braseros de picón, y burros cargados de sacos de aceituna que incesante trasiego y palabrotas de los arrieros desfilaban por las calles en los inviernos, y eras, montones de paja, trillos, largas sentadas en las puertas, mirando al cielo enrojecido por la quema de rastrojos, cines en carteleras y competición de precios y poco más, en los veranos.
¡Qué pena siento al recordar a mis padres! ¡cuánto debieron sufrir! Mi padre, constantemente nos repetía: vosotros, si alguien os pregunta algo, no sabéis nada de nada. Mi madre, enferma siempre, rezaba y traía hijos al mundo por amor de verdad y por católica -decía ella
Después nacieron tres más, y en medio de unos y otros algún aborto y entre Blanca y yo, un hermano que murió ahogado con seis meses.¡Qué padres más buenos tuve!, pero, hoy, mi padre, trabajador, honrado, entregado día y noche a nuestra exquisita educación, es bandera blanca que  podemos ondear con orgullo infinito, sus hijos, herederos, que tratamos ser, de los muchos valores de nuestro padre, presente siempre en nuestra vida, en nuestro  corazón.  


Viaje de novios de mis padres. Sevilla 1929

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