Dibujo de una alumna de diez años
Sábado Santo, Cinco de la tarde.
A la puerta de
mi casa una adolescente con un recién
nacido en brazos, que llora como un desesperado, me aborda al coger mi coche. . ¿Me puede dar algo
para el niño? Es la hora del biberón -dice- No tengo dinero y... La
miró, miro al bebé y mi cabeza se torna un mare mágnum de tiernas y compasivas
interrogantes, alguna de las cuales formulo:
-Pero, ¿dónde vives tú..? ¿Y qué haces fuera
de tu casa con un niño tan pequeño? ¿Tienes marido?
-Vivo
en el Muriano -contesta en un suave madrileño-, y he bajado a buscar trabajo, y no estoy casada.
-Pero, ¿y el padre del niño?
-Se fue.
Y la mirada de aquella chiquilla se
humedecen en lágrimas que contiene. Sin
más preguntas intuyo el drama y mi desconcierto se desvanece: los
llantos del niño me conmueven profundamente. Lo cojo, lo acuno y un escalofrío
me corre por el alma: tiene hambre.
De ahí que le indico que me siga, al tiempo
que pienso. Entramos en la cafetería próxima. Los cuatro habituales de la hora,
se solidarizan con aquel bebé que más bien parece un puñado de huesecillos. Lo
urgente e inaplazable es darle de comer
y acallar aquel desconsolado lloro que nos parten el alma.
Alguien se
ofrece y sale en busca de una lata de leche. Unos momentos después, la
chavalilla de cara ingenua, pero de palabras y gestos decididos, daba un largo
biberón al insaciable infante que se
queda dormido como un bendito.
-Tengo que
irme –exclama-; no puedo perder el autobús.
-¿Tienes
familia, casa...?
Se alejó sin
contestar.
Me vine a escribir mi artículo, pero ella, su
bebe, sus confusas y contradictorias explicaciones, me agobian, porque es
verdad que hay guerras, hambre, niños que lloran y que, atónitos e impotentes,
contemplamos desde los medios de comunicación, pero yo me digo: no hay que ir
tan lejos. A la puerta de nuestra casa, junto a nuestro coche, posiblemente,
encontremos el drama real, auténtico.
Y no se
soluciona con una lata de leche para acallar por un rato el llanto de un niño.
Esa mujer, seguro, necesita un hogar, un trabajo, una familia, un regazo... Si
no tenemos esas cosas que ofrecer a los de la puerta de casa, ¿a qué tanto
lamentarnos con lo remoto que ni tan siquiera conocemos con toda verdad?
Sábado Santo.
Silencio y soledad en las calles, tras el estallido de tambores, trompetas,
saetas, pasos, una profunda reflexión: ¿Cuál es tu verdadera historia, mujer..?
Cuéntala, que el mundo se entere que tu
niño llora de hambre, y que el padre, un mal hombre que te engañó, se fue.
Han pasado
años, perola imagen de aquella medio niña con su bebé en brazos y sin saber a
dónde ir, me sigue causando dolor, porque, sí, le dimos direcciones, nombres, consejos..., pero no
teníamos la varita mágica para dar de comer a tantos niños hambrientos.
El mundo, la
vida, la gente, me sigue sorprendiendo y emocionando. Hoy sin ir más lejos, al
salir, noche ya, de una tienda de chinos,
sentado en la parte trasera de un coche y con las piernas fueras, un pobre anciano, trataba de ponerse unas zapatillas recién compradas. Posiblemente, su hijo, sentado al
volante esperaba.
¡Cuantos
momentos de emoción, cuanta injusticias,
cuánta indiferencia...! Tengo ya, eso
que dice la gente, una edad, pero sigo sin entender y sigo emocionándome por
aparentes simplezas de las que la vida pone ante mis ojos.
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