(Una carta cada día que pueda, durante, al menos, una semana. Empiezo, y me adelanto al Día de la Madre.)
Aunque amores yo tenga en la vida que me llenen de felicidad,
como el tuyo, jamás, madrecita, como el tuyo no lo ha habido ni habrá...
Ningún día, de tantos inventados por el comercio para impulsar el consumo, considero más justificado y bello que éste del Día de la Madre. No obstante yo reivindicaría toda una vida para celebrar, amar a la madre.
Muchas veces, y desde estás mismas páginas, he dedicado mis mejores palabras, mis más bellos recuerdos para aquella mujer que fue la mía. Hoy, una vez más, la canción de Machín me emociona profundamente: Madrecita del alma querida, en mi pecho yo guardo una flor...
Sí, madrecita del alma. ¡Cuánto te amé! Toda mi infancia, una angustiosa pesadilla con las continuas enfermedades que sufrías: cólicos hepáticos, anemias... Días, mucho tiempo en cama. Papá, las pocas horas que tenía libres, las pasaba junto a ti, pero las tardes, aquellas tardes largas de primavera, y las frías y negras de invierno, soñolienta por los efectos de fuertes analgésicos, eran horas de trabajo para todos, pero allí estaba yo, siempre al acecho. Desesperada de verte tan enflaquecida, amarillenta, aletargada... Y temblando, que los dientes me chirríaban, esperaba que, entre quejidos y vómitos, abrieras los ojos, me miraras, me dijeras algo...
Cuando sabías que estabas sola, corría, inédita, a lejanía de tu dormitorio en aquella casa grande, y acurrucada a tus pies, sin apartar mis ojos del bulto que imaginaba era tu corazón para comprobar que seguía latiendo, acariciaba tus pequeñitas y delicadas manos.
Un día, nunca lejano, en el quirófano del hospital de nuestra ciudad, dejaste, sí, de respirar para siempre, pero una madre buena deja en el corazón de los hijos hermosas notas que se conjugan y enmarcan en el presente de los días como inacabada sinfonía.
Una madre buena siempre deja paz tras de sí, deja, y resulta el más cálido de los bálsamos, el convencimiento de que alguien nos amó sin exigencias, egoísmos...
Porque una madre buena es el mejor regalo que Dios hizo al hombre.
En honor de mi madre buena, yo también canto: Aunque amores yo tenga en la vida que me llenen de felicidad, como el tuyo, jamás, madrecita, como el tuyo no lo ha habido ni habrá...
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