Sí, ¡pobre borracho!
¡Vaya impresión que me he
llevado esta mañana! Temprano, como todos los días, paseaba por mi barrio. Al
volver una esquina, y en el portal de un bloque, un revuelo de vecinas me
solivianto: algo pasaba. Me acerqué. Miré. Vi.
Sí, vi a un hombre negro
de sucio, con un gorro hasta los ojos, rodeado de andrajos, con un olor
insoportable a basura y a vómitos agrios de vino. Una piltrafa humana que, en una ausencia de todos,
susurraba: "¡Qué malito estoy!", al tiempo que comía puñados
de azúcar que atropelladamente sacaba de
un paquete de kilo,
Las vecinas, atónitas,
sólo eran interrogantes: ¿Cómo había
osado entrar en la casa? ¿Qué hacer con
él? ¿Quién se supone que tendría que
meter manos a aquel montón de inmundicia?
Alguien sugirió: "Hay
que llamar al cero noventa y uno; este hombre es un peligro que ¡sabe Dios!
Deben llevárselo antes de que empiecen a bajar niños."
Una corazonada me impulsó
a intervenir: "Para mí - dije -, este hombre está enfermo. Tal
vez - sugerí - sería más acertado llamar a Asuntos Sociales y que ellos
decidan".
Efectivamente, en unos
minutos, todo un dispositivo de gente, provisto de coche ambulancia, estaba
allí atendiendo al pobre-borracho.
Se lo llevaron no sé a
dónde. Tampoco sé si habrá muerto o me lo volveré a encontrar cualquier otra
mañana en cualquier otro portal.Pero ahora, aquí, cuando
me disponía a escribir algo bonito sobre este espléndido día uno de primavera,
me siento totalmente condicionada por el evento vivido.
De ahí que mis palabras
vayan por el único camino que puedo recorrer esta mañana, por mucho que brille
el sol, por mucho que píen los pájaros y verdeen los campos, por muy grato que
sean los olores que exhalan los naranjos en flor.
Mi querido pobre-borracho:
Desde que te encontré este casi amanecer, enfermo y borracho, no he podido
dejar de pensar en ti, porque tú eres carne y hueso como todos y no sé qué
puede haber pasado en tu vida para que te hayas distanciado tanto de los seres
humanos que te rodeamos. Como todos, naciste de una mujer madre. ¿Cómo era
ella? ¿Por qué no te enseñó los peligros del alcohol? ¿Por qué no arrojó muy
lejos de ti la primera copa borracha de tu vida?
Puede que ni tan siquiera
conocieras a tu madre, puede que ni tan siquiera fueras a un colegio, cuando
eras niño, puede que jamás hayas oído palabras de amor dedicadas a tu persona,
puede que seas... ¡qué sé yo!
¿Te has casado? ¿Tienes
hijos? ¿Tienes hermanos? ¿Estás solo en el mundo?
Me gustaría sentarme a
hablar contigo y que me contaras tu historia. Sé que no tengo remedio para ella
pero quisiera, de alguna manera, contribuir a prevenir los futuros
pobres-borrachos, chavales, niños de hoy, que ya andan en caminos de perdición
de la mano de una maldita botella borracha.
"El espectáculo de la
pobreza hace sangrar el corazón de mucha gente porque la sangre se repone
fácilmente y sin gastar un céntimo". No quiero reponerme de la sangre que
mi corazón ha vertido esta mañana. No
quiero olvidarte, querido pobre-borracho.
Cuando la noche llegue y,
en mi cama, encuentre confort, descanso, sábanas limpias... pensaré de nuevo en
ti y hasta puede que sueñe que vuelves,
vestido de blanco, con sonrisa en los labios y alegría en el corazón.
Pobre-borracho, también al nacer tú debió correrse una estrella. ¿Dónce
caería su rastro?
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