Una triste, muy triste
historia, cuyo espacio más apropiado es mi Blog de Educación, creo que nos puede servir de pista por dónde caminar en
educación: no tratar de qu los alumnos, los hijos vengan a nuestro terreno sin haber ido
previamente al suyo.
Lo senté
en mi mesa y dándole libreta y bolígrafo le dije: ¡anda, escribe lo que
quieras! ¿Lo que quiera?, ¿y no me
llevará al dire? No, tranquilo -le
insistí- «escribe lo que quieras que no lo va a leer nadie nada más que yo.
Con letra
garrapatosa, escribió una sarta de picardías en las que incluía a padres,
colegio, compañeros, etc. Comprendí al leerlo que se desahogaba a gusto de lo
que pensaba y deseaba decir a todos y cada uno.
No está mal -le dije- pero puedes
y debes mejorar la letra». Le escribo una historia?». ¡Claro, escribe lo que quieras!». ¡qué guay!
¿Y no me va a llevar al dire? ¡Qué no
hombre!. Y no fue una historia, sino el triste relato de su vida, salpicada
de robos, mentiras, droga...
Era la
primera vez que me encontraba en una situación como aquella. Decididamente, era
yo la que tenía que ir a él y desde lo que parecían ser sus intereses, caminar
juntos. Próximas las vacaciones, me ausenté unos días de clase por enfermedad y
cuando volví ya no estaba: lo habían echado.
Una tarde
de belenes y villancicos, derrotado, entró en el aula: ¡qué mala pata -exclamó- ¡Ahora que me empezaba a gustar la escuela!
Durante un
tiempo le seguí la pista. Después, perdió en el pozo de la droga, se perdió.
Hoy, no sé...
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