De mi novela "BUSCANDO EN LA VIDA" |
Plaza de la Corredera ayer y hoy
Media luz de otoño. Hay un halo triste y tenso en el aire de esta
vieja Plaza Corredera. Cuando era niña oía contar a los mayores que, en
esta plaza, se escondían toda clase de maleantes y “mujeres de la vida”. Busco
con la mirada vestigios de lugares ocultos: subterráneos, cloacas… Aquí,
a no ser por dentro de estos portalones cerrados o de estas colmenas, nichos,
poblados de pobre gente, todo es normal: voces, palmas, transistores, ruido de
botellas, niños que lloran, balcones chorreando gitanillas y geranios,
canarios, antenas... No obstante, me daría miedo encontrarme aquí sola en la
noche. Hay en el ambiente como un preludio de encantamiento, y yo, tan propicia
a la fantasía, ¿qué no podría imaginar en cualquier rincón de esta Córdoba
llena de leyendas y hechizo?
A la memoria me viene la calle Fernando Colón, tan cerquita de esta
Plaza, con su olor característico a vinagre, y la casa del tío Juan, hermano de
papá. Era nuestra residencia cada vez que veníamos a Córdoba.
Recuerdos: un piano, una muñeca de “carne” encima del piano, la
colección de cuentos de Grimm, que me apasionaban, grandes mecedoras de rejilla,
servilletas limpias en las comidas, oliendo a plancha y a jabón verde, olorosos
plátanos de postre.
Levanto la vista de mis papeles y, un reloj viejo parado en las doce, me
recuerda la hora: son las siete; debo irme. Se me han quedado los pies helados.
Doy la vuelta para salir. En medio de la Plaza, perros viejos que husmean, junto a una farola y en la puerta de una mísera
tabernilla, un niño
casi recién nacido, orondo, medio en cueros, de color, patalea y llora
tendido en un pedazo de camastro. Me dan ganas de cogerlo, de
abrigarlo, de acariciarlo... Una vieja cadavérica, le mete en la boca una “muñequilla”
chorreando algo. Unos metros más y una mujer mal encarada, sentada en el
“rebatillo” de la plaza, con zapatillas rojas y calcetines naranja, cepilla la
pelliza de un hombre lisiado que la mira..
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