Castañero cordobés
(foto autorizada)
¡Vaya
madrugada de agua que llevamos en Córdoba! A las seis menos cuarto, cuando me disponía a
salir, el agua corría en ríos por la Avenida. Tuve que esperar un poco y por mi
cabeza pasaron los días de lluvia, los otoños de mi infancia en el pueblo. Por
eso, vuelvo a ellos, hoy en la seguridad de que serán recuerdo para casi todos.
El otoño en el pueblo olía
a castañas asadas, a piñas, gachas caseras, a precoces braseros de “picón”. Y
eran frecuentes que aparecieran paragüeros que recorrían calle a calle,
pregonando con su singular soniquete: ¡El paragüero! ¡Se componen
paraguas fuelles y sombrillas!
En aquellos tiempos
escaseaban, como todo, los paraguas. En cada casa solía haber uno grande, negro
y de uso casi exclusivo del padre o de
la madre. Algunos niños, pocos, exhibían paragüitas de colorines. ¡Cómo los
envidiaba! Era un auténtico placer colocarse debajo de las canales, especie de
grandes tubos metálicos ubicados en los tejados y por donde el agua caía a
chorros en las calle, y a los niños nos gustaba escuchar el fuerte
“chaporreteo” sobre la tela de los paraguas. Alguna que otra vez, lograba hacerme
con el paraguas de casa y, ¡cómo me embelesaba y sentía afortunada!
Y el paragüero dejaba a
punto los roturas y desperfectos de
paraguas y sombrillas que año, tras año, se conservaban en utilidad y
rendimiento.
El otoño llegaba con tormentas, apagones de
luz, velas que despedían un humillo negro que olía a sebo y que se colocaban en
el cuello de las botellas, y caían granizos,
fuertes chaparrones que taponaban las alcantarillas, y los niños, cuando
escampaba, salíamos a la calle a echar barquitos de papel por los arroyitos junto a las aceras, y los
chorros de las canales persistían después de la lluvia que, sobre todo
en las noches, acentuaban el silencio de las calles, roto, de vez en cuando por
los desentonos de hombres que bebidos regresaban a sus casas al cierre de las
tabernas.
Yo me recuerdo feliz en mi cama sin querer dormirme para seguir
escuchando el rumrum de las canales y el cloc, cloc de alguna gotera sobre
viejas palanganas de porcelana.
El otoño era también el
tiempo de las castañas asadas que las castañeras, con sus utensilios a
ristre se instalaban en la plaza y al
atardecer el ir y venir era constante.
Hemos progresado y casi
todo lo que cuento es historia, pero,
cuando el agua corre como corría esta
madrugada, para mí que la historia vuelve y vuelvo a sentir como caricia la templanza, bajo mi paraguas, de la copiosa
lluvia de otoño. y vuelvo, como la hierba, a renacer y vuelvo a soñar.
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