LAS
ACEITUNAS
Villa del Río, un pueblo de olivares, se adelantaba a la recogida de
aceitunas con la costumbre familiar, entrañable de organizar cada año, en torno, más o menos a estos días, la cogida de aceitunas
que, en distintas variedades, se
preparaban diestramente en las casas y servían no sólo de aperitivo sino
que constituían un suplemento
alimenticio para todos.
El evento conllevaba todo un ceremonial que enloquecía a los pequeños:
Una burra, sacos, varas y la talega de la comida que era el mayor aliciente y
que por cierto, la mayoría de las veces consistía en un rico canto de pan
maquilero –pan blanco- con aceite, unas tiritas de bacalao y aceitunas de ajo
que tiraban ya a zapateras
¡Qué inolvidables días aquellos! Personalmente los
disfrutaba percibiendo de forma muy singular, no sólo el ritual que constituía
en el vareado de olivos por el manigero de la familia y la recogida de
aceitunas por mujeres concertadas para tal fin, en nuestro caso, sino que
gustaba de perderme por aquellos campos
perfectamente alineados de gigantescos olivos. Me sentía como inmersa en un mundo de silencios por donde el silbo del viento se hacía casi
visible entre los
viejos olivos, al tiempo que las
voces de mis hermanos, correteando en la lejanía, me provocaban
sentimientos de una eternidad que no entendía pero era infinito mi deseo
de prologan aquellas horas y recuerdo
que, como hacía siempre y dada, desde muy niña mi afición a escribir,
plasmaba en el cuadernillo que siempre
me acompañaba, las sensaciones de aquellas horas que resumía
en olores, sonidos, interrogantes…
Después en las casas, y durante días, venía la parte más festiva: separar
las aceitunas y clasificarlas en negras, moradas y verdes. En el destino de
esta clasificación estaba la diestra sabiduría popular de cómo aderezarlas:
partidas, rayadas o enteras.
Tal vez era la rutina de los días, rota por cualquier pequeño
acontecimiento como éste y que tenían en común con todos los que se
protagonizaban la concentración de familia y participación de gente afín a
ella, lo que tanto celebrábamos los niños, y tendré que insistir en el hecho de
reivindicar que si bien la familia ha cambiado en muchos aspectos, a los niños
de todos los tiempos siguen siendo felices, cuando unidos a padres, tíos,
amigos… se organizan pequeños eventos.
Algo que hoy día se descuida, dado que sólo hay tiempo para trabajar y
las convivencias familiares, los pequeños proyectos extras se olvidan o ni tan
siquiera se conocen.
Entro esta mañana en a despensa de mi casaen el pueblo. Huele a tomillo, hinojos,
ajos… Tinajas de barro con sus tapaderas
de madera que daban para todo el año.
Hoy miro un tarrito de aceitunas que me han regalado, cogidas, endulzadas, aliñadas por un amigo
que al entregármelas me ha dicho: como las de antes. Y las de antes, y las de
ahora me han transportado a un mundo de increíbles sensaciones.
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