Amigos: no era exactamente mi intención escribir lo que a continuación podéis leer, pero, ¿cómo pasar el resto de mi vida por un treinta de abril, acallando el recuerdo del compañero que compartió mi vida durante veinticinco años? Nunca este día será para mí un día cualquiera. No quiero entristecer a nadie, porque, entre otras razones, soy feliz con mis hijos, nietos, amigos… Y me siento privilegiada por muchas cosas que me ha regalado la vida. Así que solo deseo me acompañéis en el aleluya que quiero entonar, hoy, y cada día a la vida, al amor.
Y esta mañana, bien temprano, una ola cruzaba
mi Avenida, rompiendo, como si riera, en ella No sé dónde nacía, pero me salpicó y sentí un fresco baño de amor y agradecimiento a la vida.
Mi deseo es
que os llegue y la recibáis tal y como la he recibido y bautizado yo:
esperanza.
Veintiséis años han pasado de aquel treinta
de abril, desde aquel adiós en un hospital
de grandes horizontes que eran ya
verdes tiernos de primavera. Atrás quedaban muchos, muchísimos días, problemas,
proyectos, trabajos, pero siempre un fin de semana para ir al campo, para salir
de compras, para…, bueno, a lo mejor para nada; simplemente para estar juntos,
pero era maravilloso aterrizar en el viernes. Y yo lo sabía, y era tan consciente
de ello que hasta una simple taza de café se convertía en un acontecimiento, y
me parecía que la tarde, al unísono conmigo, y como si fuera un eco de aquel mi
gozo y deseo, se dilataba en colores y olores compartidos hasta la saciedad.
Estar juntos era, para los dos, la gran fiesta de fin de semana. Y eso no me lo
estoy sacando de la manga en un arrebato. Era, y quienes nos conocían pueden
dar fe de ello, una difícil verdad que resulta casi inverosímil en estos
tiempos. No obstante, él y yo, dos mundos en inquietudes, miedos, gustos,
etc. Él, sol, aire, trabajo, compañeros,
risa… Su paquete de tabaco, su reloj, su familia y poco más, Sencillez y
nobleza que le salía a flor de piel. Yo, por el contrario, retiro, silencio,
proyectos, trabajo, mucho trabajo, complicaciones, muchas… Pero un estadio
común nos unía: nos queríamos de verdad.
Y el “autobús” de la vida pasó aquella noche
con un solo asiento que ocupó él. Yo me quedé
con la mano alzada en aquella
difícil, dolorosa despedida. Y mis ojos, nubes preñadas de lágrimas que tatos caminos
regaron, volvieron a ser borrasca de nostalgia y recuerdos, Aquel pueblo de
nuestro encuentro, las tormentas, los paraguas, los charcos, las goteras, en
los otoños. Los braseros, los rincones… en los inviernos. Los trigueros, los
verdes caminos de manzanillas y amapolas en primaveras…. Él y yo, pobres de
todo, ricos sí en amor, dichosos con
nuestra nada, vivíamos en plenitud los
momentos que eran nubes, que eran lunas,
sierras, silencios, vientos… ecos.
Pero hubo otro día, el de ayer, el de hoy,
¿el de mañana? Y hubo un decidido y
claro propósito: seguir y seguir creando, amando, viviendo, porque no hay tiempo para estancarse en lo que fue y
ya no es, no hay tiempo para revivir el pasado en lágrimas que no van a ninguna
parte. Por eso, amigos, mi recuerdo, sí, mis lagrimas, no. Un aleluya grande
que se extienda por el infinito universo, recorriendo estrella por estrella y
que repita: ¡Alegrémonos; estamos a tiempo de tantas cosas…! ¡aleluya, aleluya!
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