Me levanté
con el solivianto del cabrero. En palanganas de porcelana y cubos de zinc caían goteras en un sonoro plic, plac, mientras en la
iglesia un monótono y pobre tan, tan anunciaba el primer toque de
Misa.
Tuve
que dar tan solo unos pasos para llegar,
salteando charcos, a la puerta de lo que parecía ser mi escuela. Un grupo de
alumnas, disciplinadas silenciosas y expectantes me esperaba aquella
primera mañana húmeda y silenciosa de septiembre. Una de ellas, rompió el
silencio nada más verme llegar: ¿cuándo
se va, maestra? Me sorprendió la pregunta, y más aún, las caritas atentas de todas esperando mi respuesta ¿Irme?
¡Si yo no me voy a ir! –exclamé-, ¿por
qué me preguntas eso? ¡Ea, como todas se van…!
El lugar llamado escuela,
me dejó perpleja: una especie de callejón oscuro, de paredes desconchadas,
techo humedecido, suelo empedrado, resquicios como de pesebres, puerta y
ventana sin cristales y un pequeño servicio –pozo ciego- sin puerta como wáter.
Sinceramente, y en mis pocos años, nada más lejos de imaginar algo así, por lo
que comprendí la huida de maestras, cosa fácil en aquellos tiempos, a la vez
que sentimientos de ternura y compasión por aquellas niñas se me acrecentaba
por momentos.
Se queda para siempre? –insistió
la pequeña, bastante sorprendida-. Sí, me
voy a quedar y… Antes de que siguiera,
intervino de nuevo: ¡pues la Loli
es mala! ¿Quién es la Loli? –pregunté
con gran curiosidad-. Una servidora –contestó alzando la mano una pequeña de no más de nueve años- ¿Y
por qué dicen que eres mala? ¡Exclamó-
porque estoy apuntada. Pues, yo te voy a borrar; no quiero niñas apuntadas.
Y aquella aldea de
chacos, de barro, de trasiego de animales, de silencios, de sabrosos humos a
pan tostado procedentes de los despertares en chimeneas de las casas, aquella
iglesia, cuyas campanas nos convocaban a Misa y al rosario, aquella plaza
escenario, en los días de sol, de entrañables convivencias y aquellas alumnas
que a todas horas me rodeaban, me cautivaron de tal manera que mi vida personal
que atravesaba muy penosas circunstancias, mi mundo, mi universo, todo lo que
yo en mis jóvenes años deseaba estaba allí, compartiendo vidas, sueños, paseos,
proyectos, enfermedades… Y en lo más profundo de mi alma, el dejar que
prosiguiera aquella dolorosa aventura de llevar a cabo mi vocación de niña: ser maestra de pueblo.
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