Demos amor, amigos. Solo así, al
final de cada día, comprobaremos cómo una
orla de paz, adereza nuestro cuello y da calidez a nuestros sueños.
Fue un día del pasado verano. En mi solitario y
madrugador paseo por la playa, encontré una gaviota triste, enferma, anciana...
No podía volar; tampoco, caminar. Sentada cerca de ella la observaba cómo
permanecía inmóvil sin dejar de mirar al mar. Le hablé, le arroje cerca unas
"miguitas"de galleta y trabajosamente comenzó a picotear. Los día
siguientes me daba prisa por encontrarla; esperaba lo peor, pero no, seguía
allí. Una mañana vi que me seguía los pasos y me sentí feliz. Un día antes de
venirme no quise ir; le temo a las despedidas, pero uno de mis nietos, al
volver de la playa, exclamó: ¡había una gaviota muerta! ¿Era mi gaviota? No
quise comprobarlo. Prefería la imagen de aquella moribunda gaviota que, sin
dejar de mirar al mar, me seguía, vivía...
El amor es la gran varita
mágica que podemos manejar los humanos.
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