(Final del capítulo IV)
Un compañero, que forma parte de la
comitiva, con cierto regocijo, me dice al oído: ¡para que despabiles, niña y
seas mejor compañera…
CAPÍTULO
6
La verdad es que no entendí el alcance de aquellas sonoras y
retumbantes palabras, pero, al día siguiente, acompañada por los mismos
guardias, soy conducida al Ayuntamiento. El alcalde, sin ninguna consideración,
y sin invitarme a tomar asiento, me pide datos, me amonesta, me amenaza con las
consecuencias.
En el pueblo se comenta que me van a formar expediente, y me
sorprende que un maestro, cuyo nombre no quiero citar, pero el de más
responsabilidad en todos estas temas, y el que más niños de "permanencias"
tiene en su clase, me abordó
No sabes cuánto lo siento -me dice otro compañero-. Es hora de
que aprendas a ser solidaria con los compañeros. Tus afanes de santidad no te
van a salvar de ésta. Y aquella noche lloro sin consuelo en mi negra cama.
No, no era el incomprensible expediente, eran las palabras del compañero tan
reveladoras de cómo les molestaba mi desinteresado trabajo en aquel barrio y,
prácticamente, en todo el pueblo, porque me aficioné a tocar de oído el armonio
y acompañaba con mis precocidades, tanto bautizos como bodas. Además, organicé
un coro con niños y niñas mayores que acudían a la iglesia cada tarde para los
ensayos. Y la gente -ignorante yo- hablaba de mí y de mi trabajo en aquella
escuela de Duque y Flores
Tras varios días de idas y venidas al Ayuntamiento y tras
implorar se suspendieran aquel expediente, una tarde, cuando ya las niñas se
habían alejado del aula, y yo allí sin saber
a dónde ir, ni cómo vivir sin mi escuela, aquel compañero, prudente y
educado, me pide por favor que salga del aula.
No
tienes nada que temer –me dijo con la mayor amabilidad-. Ya me he encargado de
que se suspenda ese maldito expediente: yo me me he responsabilizado de todo A
ti, que estás empezando, pueden hacerte mucho daño, a mí no, porque, además yo
tengo otros medios de vida. Así que tranquila.
Y
aquel hombre bueno, aquel excelente compañero, sin que yo haya sabido jamás
cómo lo hizo, impidió que se llevara a cabo tan
tremenda injusticia. Que yo sepa, él tampoco fue sancionado, aunque,
para siempre, me quedará la duda.
Poco tiempo después, pidió traslado a Córdoba. Lo vi una o dos veces más. Después le perdí, para siempre, la pista.
Poco tiempo después, pidió traslado a Córdoba. Lo vi una o dos veces más. Después le perdí, para siempre, la pista.
Maestros
buenos, excelentes, los ha habido siempre, los hay y los habrá.
Pero
la escuela seguía y nuevas y grandes dificultades me esperaban
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